La pandemia del Covid-19 está trayendo muchas consecuencias, tanto sanitarias como económicas. ¿Repetiremos otra crisis económica como la de 2008? Los ERTE son una realidad y una gran preocupación en cada hogar. Esto genera en muchas personas, ansiedad, estrés, miedo…

El accidente nuclear de Chernobil de 1986 o el tsunami cuyas olas barrieron las costas de Indonesia, Sri Lanka, Tailandia, Malasia, India, Myanmar y Sumatra en 2004, son sólo dos ejemplos de catástrofes a las que el ser humano se ha tenido que enfrentar a lo largo de su historia; con el impacto que este tipo de hechos conlleva a nivel psicológico, social, político y económico. La última catástrofe registrada: la pandemia de COVID-19 que atravesamos actualmente. Ahora, muchos, tenemos miedo de qué pasará, miedo al impacto que esto generará, miedo a repetir otra crisis económica. Hablamos de lo que tememos frente a lo que desconocemos, a las hipótesis que nos podemos estar haciendo, y a imaginar que, si tuviese esas consecuencias, quizás nos resulte insoportable.

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El coronavirus no es una guerra, es una catástrofe

Por mucho que se desee politizar el coronavirus y juzguemos las tomas de decisiones llevadas a cabo por los distintos dirigentes de los diversos países, lo cierto es que, al igual que en Chernobil o con el disruptivo tsunami, éste está siendo un acontecimiento del cual no se podía prever la tremenda magnitud y gravedad que ha ido adquiriendo con el paso del tiempo. Las sociedades en su conjunto, capitaneadas por nuestros dirigentes, hacemos lo que podemos y está en nuestra mano, para afrontar esta pandemia lo mejor que sabemos con los recursos de los que disponemos. Por tanto, una cosa debemos valorar: esto no es un hecho que requiera buscar enemigos, como en una guerra en la que se encuentran disparidad de intereses y por cuya hegemonía se termina luchando; esta pandemia es una catástrofe que está afectando a los seres humanos en su conjunto, y que estamos intentando sobrellevar a nivel global. La comunidad científica está compartiendo sus hallazgos entre países, el sector sanitario está haciendo todo lo que está en sus manos por contener la enfermedad, los cuerpos de seguridad invirtiendo todos sus esfuerzos para hacer frente a las complicaciones que puedan surgir… y así tendríamos un largo listado de colectivos, profesionales o no, que nos juntamos para abordar la situación “todos a una”.

Si es más acertada o no la manera de atravesar esta situación ya es opinión subjetiva de cada uno/a de nosotros/as, en base a nuestras propias creencias de lo que resultaría importante y lo que no. Pero lo cierto es que en su momento no ha sido fácil prever su expansión, y ahora no es menos complicado intentar saber hasta cuánto se alargará su estancia entre nosotros, mucho menos conocer con exactitud las consecuencias que deje a su paso.

No nos dejará igual que estábamos

Una catástrofe se define como un suceso que produce gran destrucción o daño. Es ese carácter destructivo del acontecimiento, lo que implica la alteración de un orden natural con extensiones al orden social, político, jurídico, etc. Este cambio de contexto que nos impone una catástrofe, genera en todos nosotros un sentimiento de inseguridad y de impotencia grandes con el que lidiar. Podríamos decir que la vivencia resultante es asistir a la precipitación de lo que ya habíamos establecido como lo “normal”, lo asegurado, como si se tratase del derrumbe de un edificio por explosión súbita. Generalmente, y sobre todo al que le toca de cerca, la sensación que se experimenta íntimamente es de devastación.

En este contexto, en el que la deconstrucción parece superar al movimiento de construcción, sería poco realista pensar que tras lo que estamos viviendo con el coronavirus, todo volverá a ser igual, que nada habrá cambiado. Si creemos esto firmemente, estaríamos negando la naturaleza de lo que está sucediendo.

Esta catástrofe, como cualquier otra, va a generar sentimientos de caída, de descenso, de escasez, de pérdida… a nivel colectivo, y a nivel individual en muchos de nosotros. Es un hecho que recordaremos todos, por el cambio que hemos tenido que realizar en nuestro “planning” (el cual, hasta la fecha, dábamos por hecho), por los despidos que se han tenido que llevar a cabo, pero sobre todo por la trágica pérdida de vidas humanas, algo que no podíamos ni imaginar que se diese por una causa así. La incertidumbre llega principalmente a la sanidad, pero la economía no va a ser un ámbito que se libre de esto.

¿Repetiremos otra crisis económica?

Es muy probable que ese sea el caso. Viviremos momentos de paralización, pero no será permanente. ¿Y por qué decimos esto? Lo primero porque no hay nada infinito y, seguidamente, porque una de las virtudes que caracterizan a los seres humanos es la capacidad de resiliencia. Y así lo hemos demostrado a lo largo de la historia.

Recordemos que las crisis forman parte de nuestra existencia individual, todos estamos familiarizados con ellas, como por ejemplo cuando dejamos atrás la niñez para comenzar con la adolescencia, o entramos en la madurez. El desarrollo y crecimiento del ser humano se ha realizado a partir de crisis, lo que pasa es que éstas tienen un tinte paradójico: para acceder a una nueva etapa se pierde la anterior, es decir, es impensable el concepto de crisis sin la asociación con el de duelo que supone la pérdida. Porque situaciones como las que estamos viviendo cambian nuestras perspectivas, pero para ello, inherentemente tenemos que atravesar por un pasaje obligado que conlleva la despedida de un estado conocido para poder acceder a otro diferente.

En una crisis, los cambios, aunque considerables y súbitos, son factibles de un destino favorable. Esto nos lleva a valorar que las personas somos capaces de adaptarnos a los vaivenes de la vida, y a acercarnos a nuevos desarrollos y crecimientos personales. Nuestra mente tiene recursos para generar un cambio estructurante ante la dificultad; está capacitada, de mejor o peor manera, para generar recursos con función constructiva. Eso sí, tendremos que realizar conscientemente un esfuerzo extra de energía, para que la mente encuentre las respuestas más resilientes frente al influjo de sensaciones intensas que provengan del exterior, y cultivar la amabilidad con nosotros/as mismos/as, puesto que las respuestas adecuadas no vienen muchas veces en el momento justo en que se desean.

Por ello, aunque se pueda presentar una crisis económica el día de mañana, y podamos experimentar sensaciones de angustia, de escasez de recursos, de pérdida de sostén… no nos quepa duda de que, por naturaleza, somos capaces de desarrollar la inventiva para re-dirigirnos y construir sobre el cambio. Porque como dice Rafaela Santos, neuropsiquiatra y presidenta del Instituto Español de Resiliencia, hay vida después de cualquier miedo.

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