Hoy os traemos varios testimonios, para entender de qué va esto de la palabra agorafobia. Un término que ha sido mal definido en multitud de ocasiones. La agorafobia es mucho más que el miedo a los espacios abiertos, si acaso esa definición tuviera algo de cierta. ¡Vamos con ellos!

Después de ejercer mucha potencia suele haber un estallido. Quiero decir, si subes en exceso la música pasarán dos cosas, o el altavoz reventará o reventará tu tímpano, si calientas demasiado un recipiente con un líquido en su interior, se romperá el vaso o se derramará el líquido, no pareciera haber un final demasiado armónico para tanta intensidad. Parece mentira que después del pánico no haya nada. Uno siempre está esperando que suceda algo terrible después de tocar la máxima intensidad. Cuando el miedo toca su punto álgido en forma de pensamientos veloces con contenido cruel y de emociones plasmadas en un cuerpo sobreexcitado, uno espera estallar. Cada uno vuela con su imaginación a un lugar distinto. Hay quien fantasea con estallar perdiendo el control de sus actos, otros con enloquecer, otros con que su corazón reviente agotado de tanto latir, otros con ahogarse en su propio aliento o también, por ejemplo, en caer desplomado como sinónimo de no poder más.

Cuando estás inmerso en la sensación de pánico no puedes creerte que esa sensación vaya a acabar en nada, siempre crees en otro final y no suele ser muy amable. Por eso huyes, sales corriendo, o más bien andando. Existe una fantasía extendida sobre que todo el mundo con agorafobia corre por las calles buscando su casa. La realidad, es que uno puede andar muy digno por el asfalto de su ciudad, pero sintiendo que le persigue un Tiranosaurio Rex. Evitas por todos los medios contactar con ese supuesto final. Porque si ya de por si los finales asustan, estos que uno imagina, dan terror. Te vas, huyes del “estallido” y alimentas la idea de que existe un final digno de una película de Freddy Krueger . De eso va la agorafobia, de huir de finales y estallidos ficticios sin poder comprobar si realmente existen. De girar en torno a la idea de no contactar con esos finales.

Experiencia traumática

Después de dos ataques de pánico en días continuos subida en ese autobús verde que tanto me cuesta olvidar, mi vida empezó a girar en torno a no volver a repetir esa experiencia. Yo no creí haber tenido un ataque de ansiedad, ni tan siquiera a ver pasado miedo. Creí en la muerte. Dicen que estamos diseñados para obviar que moriremos, pero créanme cuando les digo que creí verla pasar por delante de mis ojos. Vivir con agorafobia es vivir con miedo a que esa experiencia vuelva a ocurrir, pero que esta vez no salgas airoso. Hay algo en ti, que te dice que te has librado de algo aún peor. Agorafobia es hipotecar todo tu presente por un futuro temido, un futuro con el miedo más intenso arañándote la piel.”

Así es la vida para muchas personas después de su primera crisis de ansiedad, el mundo que conocían ha cambiado y su percepción de ellos mismos probablemente también lo hará para siempre. La percepción más absoluta de vulnerabilidad ha llegado para quedarse y lidiar con ello, supone, cuanto menos, un gran estrés.

En la primera crisis de ansiedad, casi nadie cree estar teniendo mucho miedo, la mayoría creen estar muriendo, o sufriendo un episodio que etiquetan como locura. Tal vez, sería interesante plantearnos, que estamos tratando con experiencias verdaderamente duras e intensas, que nos acercan, aunque sea de un modo subjetivo, a la muerte y al peligro de un modo directo. Desde esta perspectiva la culpabilidad y los sentimientos que surgen asociados a los trastornos de ansiedad (debilidad, fracaso, cobardía…) podrían ser mejor abordados. ¿Será acaso injusto desprestigiarnos por vivir con miedo después de una experiencia tan desgarradora?

Intensidad 

Quizá no sea lo más doloroso, pero si lo más intenso que he vivido nunca. Yo suelo contar que siento que me están batiendo. Tengo agitado los todos los órganos que hay por debajo de mi cuello, pero mi cerebro también. Al principio me miraba en el espejo pensando que debía tener los ojos, literalmente del revés. Por lo menos debo estar bizca, pensaba. Mirarme me calmaba, porque mi imagen física aparentemente normal, me devolvía la idea de que no debía estar tan mal, si mis ojos, mi nariz y mis labios se mantenían en su sitio. Hay un final terrible esperándote y da igual saber que es mentira, porque cuando como digo yo ¨ el pánico me engancha¨ siento ese final, aunque no esté pasando, pareciera que un colapso total estuviera a punto de hacer su aparición. Todo esto me sucede fuera de casa, porque dentro pareciera que vivo enganchada a una vía repletita de Orfidal. Mi casa es mi templo y allí nada malo puede pasar, pero cada paso que das en dirección contraria a ese lugar seguro el termómetro sube. El termómetro son los síntomas, en mi caso la sensación de que va estallarme el pecho. Por eso solo pienso en volver a casa y deshacerme de ese estado corporal que me produce tanto dolor.”

El pánico, sin andarnos con demasiada terminología técnica difícil de entender, es el miedo en su máximo exponente, es el organismo preparado para luchar o para huir como si tuvieras un tigre bengala con hambre en frente. La historia es que no hay tigre, es decir, al no haber elemento con el que luchar las personas percibimos nuestra sintomatología física y cognitiva como una expresión fuera de contexto, lo que lleva a interpretar nuestra propia activación como algo peligroso. Funcional es intentar desprendernos de nuestro malestar, y así lo hacemos, o al menos lo intentamos ¿Cómo? Huyendo del lugar en el que nos sentimos mal, aunque el lugar tenga poca culpa. Si sientes mucho miedo sentado en la silla de la cocina, te levantarás instintivamente de ella. Si me siento mal, huyo del lugar en el que me siento mal, es instinto. El problema es cuando se produce un fenómeno que en psicología llamamos asociación, es decir, en el caso de la agorafobia, se asocia sentir miedo con estar en lugares lejanos a donde todos sentimos más seguridad, es decir, nuestra casa.

Inminencia 

Tú no lloras de repente. Vas sintiendo tristeza o nostalgia, por ejemplo, de forma progresiva: se te agarra el estómago, luego sientes un nudo en la garganta y por último las lágrimas caen por tus ojos. Esto te hace percibir cierta sensación de control sobre esa emoción y por eso no piensas en tener ataques de llanto delante de la gente. Respecto al miedo no siento lo mismo. No lo siento progresivo, me separo de mi casa y el miedo me invade. Esto me hace sentir una potente sensación de descontrol hacia mí misma. Me siento rehén de mi organismo y una víctima de éste.

Al producirse como mencionábamos anteriormente una asociación, se producen respuestas de un modo muy automático. Muchas personas creen que no existe nada que preceda a el pánico, sino que les invade como si de un estornudo se tratase, de golpe, sin avisar. La realidad es que, para reaccionar de un modo tan intenso ante diferentes contextos, se han producido creencias y pensamientos que lo han desencadenado, pero al producirse de un modo tan automático (es decir, tan deprisa) puede existir una baja percepción de estos. La ansiedad se trabaja cambiando nuestras ideas catastróficas y aprendiendo a resolver nuestros conflictos internos que hacen que se desate el pánico. El trabajo más importante para afrontar la ansiedad se realiza previamente a la exposición a ésta, pues ciertamente es difícil llegar a grandes conclusiones cuando mantenemos un grado de agitación alto. No se trata tanto de cómo frenar el pánico, sino de cómo no llegar a él.

Aguante

“Suelo intentar ser resolutiva con mis emociones. Intento entender el significado de mi tristeza o de mi vergüenza. Sin embargo, el miedo que siento fuera de casa me deja fuera de juego. Entonces solo me digo “aguanta, dicen que no puede pasar nada malo”. Hago fuerza, como cuando te intentas aguantar la risa y haces fuerza en las comisuras de los labios. Cada vez que salgo de ese sitio que ha disparado mi pánico, tengo la sensación de haber conseguido aguantar. 

¿Que significaría no aguantar? Suelo preguntarles a mis pacientes. La idea de aguantar, es una falsa idea de que he sostenido un final terrible. Aguantar, no es más que el término que utilizamos para negar que algo ocurra. Aguantar es decirse por dentro: “por favor, no“. Y bien es sabido que las cosas no dejan de suceder porque nosotros las neguemos. Hay algo que no sucede, porque ese algo, simplemente, no puede suceder. A las personas no se les deja de parar el corazón porque se pidan mucho que siga latiendo. 

En algunas ocasiones hemos escuchado que las exposiciones a aquello que tenemos no sirven. La realidad es que exponerse es todo un arte y va más allá de ponerse delante de aquello que se teme. Muchas personas se exponen bajo la idea de aguantar, es como si cerraran los ojos y contasen minutos para que acabara esa pesadilla. De este modo lo único que conseguimos es “retraumatizarnos “. Volver a creer que nos hemos librado. Aguantar no es aprender. Exponerse es salir a poner en marcha aquello que aprendo, aprender a dirigirme hacia mí de un modo más amable y aprender a regularme que no a soportar, pues soportar siempre lo hemos hecho, sino no estaríamos aquí hablando de agorafobia. 

Salidas 

Te obsesionas completamente con la salida. Si es un tren visualizas donde está la puerta para salir en cuanto puedas, de un centro comercial cuentas prácticamente lo pasos desde que atraviesas la puerta de entrada. Tu capacidad de soportar se mide en la lejanía que existe entre tú y la salida. Es como si un hilo te saliera del ombligo y te conectará con la puerta, cuanto más te alejas más te tira y tienes la percepción de que si tiras más de la cuenta se romperá. “

Sin truco no hay trato y sin salidas no hay agorafobia. La agorafobia se alimenta de la idea de necesitar escapar para calmar todo lo que ocurre dentro de la persona. Paradójicamente cuando las personas se quedan sin opciones de salir, por ejemplo, cuando el avión despega, la persona deja de luchar y como consecuencia, en ocasiones, dejan de generar tanta ansiedad. Podríamos definir el pánico de una persona con agorafobia, como el resultado de las ganas de salir y la dificultad para hacerlo. A más dificultad, más miedo. Las personas nunca pueden comprobar que aquello que temen no va a ocurrir pues siempre huyen de aquellos lugares donde generan pánico, alimentando la idea fantasiosa de que no resistirían si se hubieran quedado más tiempo. Es curioso observar que todo el mundo cree haber escapado justo a tiempo y que si hubieran estado un poco más no lo hubieran resistido. Aunque como solemos decir a nuestros pacientes, si hubiera algo peor esperándote, ya lo habrías encontrado.

Decía José Luis Sampedro que gobernar a base de miedo es eficacísimo. Si usted amenaza a la gente con que los va a degollar, luego no los degüella, pero los explota, los engancha a un carro. Ellos pensarán; bueno, al menos no nos ha degollado.

Creo que algo así nos pasa. Sales corriendo y te pierdes la vida, sin embargo, crees que al menos te has librado de un final peor, aunque el final no exista, al menos el del pánico. El final de los finales, el de verdad, el de la vida, estará ahí esperándonos, mientras nosotros planeamos que hacemos mientras tanto. Con miedo o sin él.

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