Hoy os compartimos la depresión de Winston Churchill, un hombre que, mientras luchaba contra su propia batalla interior, fue capaz de liberar a Inglaterra de la amenaza nazi.

A veces podemos llegar a pensar que la gente exitosa, inteligente, poderosa económica y socialmente, tienen vidas menos complicadas que las nuestras porque lo tienen todo, no tienen carencias que les puedan quitar el sueño; y que detrás de esas fotos rodeados de lujo, poder y aparente felicidad, viven libres del sufrimiento que provocan los problemas de salud mental.

Creyendo esto, estamos lejos de entender lo que sucede en realidad. Porque cualquier persona, independientemente de que se le pueda considerar el británico más influyente del siglo XX, sigue siendo eso mismo, una persona.

La construcción de un espíritu indomable

Winston Leonard Spencer Churchill nació el 30 de noviembre de 1874 en el palacio de Blenheim, una aristocrática residencia campestre. Su padre era lord Randolph Churchill, un destacado parlamentario del Partido Conservador británico y el tercer hijo del séptimo duque de Marlboroughy; su madre era Jennie Jerome, una joven norteamericana de deslumbrante belleza, culta, inteligente y sensible, de la que se hacía eco por haber tenido numerosos amantes.

En su biografía, Churchill relata que en sus primeros años conoció la felicidad. Recuerda con ternura los días pasados bajo la sombra protectora de su madre, a quien adoraba. Pero, pesar del afecto percibido en su primera infancia, la educación que recibió no fue por parte de su madre, sino que ese cometido se relegó a las institutrices. Concretamente fue su niñera Mrs. Everest cuyo cariño, ternura y dedicación dejaron una huella imborrable en su memoria, convirtiéndose en la segunda mujer más importante de su vida.

Al cumplir los nueve años su padre decidió ingresarlo en un costoso colegio de Ascot. Es el momento en el que comienza el peregrinaje infantil que vivió por distintos internados, y que Winston rechazó severamente, expresando su protesta oponiéndose a todo lo que fuese estudiar. De hecho, uno de sus maestros diría de él: “No era un muchacho fácil de manejar. Cierto que su inteligencia era brillante, pero sólo estudiaba cuando quería y con los profesores que merecían su aprobación.” Fue una época de rebeldía, castigos, y en la que acumuló suspensos en todas las materias, salvo historia y matemáticas. Pero no sólo fue eso, también fue una época que le marcó decisivamente, en la que Winston sintió una profunda soledad y abandono: su padre nunca disimuló el desprecio que le inspiran sus decepcionantes notas, y su madre, que, pese a escribirle numerosas cartas suplicándoselo, ella raramente lo visitaba, prácticamente solo fue una vez en la que estaba al borde de la muerte por enfermedad.

Al referirse a su infancia y adolescencia, Winston confesaría con amargura: “Vistos retrospectivamente, estos años no sólo fueron la menos satisfactoria, sino también la más aburrida e infructuosa época de mi vida. De crío fui feliz y, desde que soy adulto, me he sentido más afortunado a cada año que pasaba. Pero los años como escolar que figuran en medio constituyen una turbia mancha gris en el mapa de mi vida”.

Dueño de su destino

Su padre le propuso meterse en el ejército y, a pesar de que le costó en dos ocasiones fracasar en los exámenes para su ingreso, Winston consiguió entrar en la Academia Militar de Sandhurst. Esto significaría un cambio inimaginable en su vida. Su testarudez, capacidad de resolución y su espíritu indomable no lo abandonaron, sin embargo, aquí Winston encontraría gratificante el trabajar con empeño, destacando entre el resto de alumnos de su nivel.

Años después, escribiría: “A partir de ese momento fui dueño de mi destino”. Churchill descubrió que había nacido para la guerra de un modo u otro. Durante estos escasos años en los que participó en los campos de batalla con el regimiento de caballería, disfrutó experimentando la sensación de participar en algo grandioso y épico, y aprendió sobre el arte de la guerra y la estrategia lo que no había conseguido de los libros.

Llega un momento en que Winston renuncia de la vida militar para dedicarse a la política, afiliándose al Partido Conservador, con la intención de presentarse a las elecciones un año después. Al no obtener el acta de diputado, nuestro indomable guerrero decide trasladarse a África del Sur como corresponsal de guerra del Morning Post en donde el Imperio inglés luchaba contra los colonos bóers por el dominio del territorio. Allí fue hecho prisionero y trasladado a Pretoria, consiguiendo escapar. Su huida de más de 400km y el enfrentarse a los peligros con extraordinaria sangre fría, hicieron que al regresar a Londres se considerase un héroe popular, lo que le facilitó conseguir, esta vez sí, un escaño como representante conservador de Oldham en la Cámara de los Comunes.

Corría el año 1900 y Winston Churchill, a la edad de los 25 años, había participado en campañas militares en cuatro continentes, había sido cautivo y había escapado del campo de prisioneros en Sudáfrica, era un reputado corresponsal de guerra con más de 200 artículos en su haber, y había sido elegido miembro del Parlamento británico. Y es, en ese momento, cuando su fulgurante carrera política y la figura del mítico personaje sólo acababan de empezar.

Toda una vida dedicada a la guerra

Durante su carrera política y hasta su fin, Churchill sería el inglés que más cargos oficiales había desempeñado hasta el momento: ministro de Interior, Primer Lord del Almirantazgo, ministro de Guerra, de Municiones, de Colonias, ministro de Hacienda, y dos veces Primer Ministro. Además, fue miembro del Parlamento ininterrumpidamente durante 60 años.

Al igual que cambiamos de forma de ver la vida a medida que avanzamos en ella, durante sus numerosos años en la política, Churchill cambió dos veces de bando, lo que le llevó a tomar diferentes tipos de medidas que fueron criticadas, y que le hizo ganar en algunos círculos la reputación de ser un oportunista que solo buscaba su promoción.

A los pocos años de entrar en política cambió de conservador a liberal, se convirtió en abanderado del libre comercio y en un reformista social, promovió las medidas embrionarias de la seguridad social y se opuso tajantemente a la construcción de nuevos barcos de guerra. Opinión que cambió cuando pasó a hacerse cargo del ministerio de la Armada, proponíendose hacer de la armada británica la primera del mundo, además de la creación de un arma aérea e impulsar la construcción de los primeros “acorazados terrestres“, consiguiendo que el tanque empezase a ser considerado imprescindible como instrumento bélico.

Una cosa que se destacó de Churchill es que previó con extraordinaria exactitud los acontecimientos que desencadenaron la Primera Guerra Mundial y también denunció el ascenso Nazi.

Claro está que sus decisiones no siempre fueron acertadas: durante los disturbios de Sidney Street, donde la policía acorrala a unos anarquistas en un edificio en llamas, prohíbe a los bomberos apagar el fuego para forzar la rendición de los sitiados; al llegar la Primera Guerra Mundial la imposición de su criterio sobre la incursión naval en el estrecho de los Dardanelos en Turquía, desemboca en la carnicería de Gallipoli, donde, además del gran número de desaparecidos y heridos, perdieron la vida 250.000 soldados británicos y 50.000 franceses; su decisión de reingresar la libra en el sistema monetario del patrón oro dispararía el desempleo y la deflación; así como el hundimiento del transatlántico RMS Lusitania también le salpica, pues le acusan de no haberle proporcionado la escolta necesaria en un contexto de guerra.

Sin embargo, Winston fue un mandatario que aprendió de sus equivocaciones, algo que sumado a su militarismo, rudeza, tesón y ambición, funcionaron muy bien en una situación de crisis brutal como la II Guerra Mundial, y nadie pudo dudar de su disposición a batallar contra la expansión nazi hasta las últimas consecuencias. Todo ello le convirtió en el gran líder de una guerra como la que fue.

El hombre que nunca se ocultó detrás del político

Winston Churchill fue personaje realmente complejo, incluso desconcertante. En la biografía del reconocido historiador Andrew Roberts, titulada simplemente Churchill, se muestra a una figura mucho más humana.

Fue un niño sensible, que empezó a intimar con el brandi porque el médico se lo aplicaba como remedio en la época en la que estaba internado, enfermo y casi dejado por sus padres. Afición que nunca abandonaría.

Ya de adulto se configuró como un personaje ególatra, vanidoso, y con la creencia de que estaba llamado por el destino ya que estuvo a punto de morir numerosas veces y sobrevivió. Supersticioso y escéptico en materia religiosa, consideraba que las iglesias son necesarias para mantener el orden social y proporcionar paz interior. Y aunque se mostraba tremendamente exigente con las personas que le rodeaban y todos debían girar en su órbita, aun con eso, fue amigo de gente tan diversa como Chaplin, Rupert Brooke, Noel Coward y Lawrence de Arabia.

Tenía memoria fonográfica, recordaba fragmentos de poesías del colegio, era capaz de recitar 1.200 líneas de las Leyes de la antigua Roma, o sabía grandes trozos de las obras de Shakespeare a quien veneraba. Capacidad que le facilitaría desarrollarse como un excelente orador, y que tanto ayudó en su carrera.

A pesar de la búsqueda de aventuras y contiendas, esta querencia suya la dejó limitada únicamente a su faceta política, ya que en el ámbito sentimental no se vio interesado por otra que por su esposa Clementine, la tercera mujer más importante de su vida.

Su afán por ganar dinero y por el lujo también formaron parte de su historia personal. Al igual que sus padres, fue un derrochador terrible, sin embargo, fue gracias a este hábito el que precisamente le impulsó a escribir artículos y libros para no tener los bolsillos vacíos.

Se caracterizaba por un sentido del humor muy británico que no perdía oportunidad de sacar a la luz, como por ejemplo se percibió cuando justificó su regreso de nuevo a las filas del conservadurismo político diciendo “cualquiera puede cambiar de partido, pero se necesita imaginación para cambiar dos veces”; o como cuando Francia quedó totalmente sometida al dominio de Hitler, y mientras los Estados Unidos seguían proclamando su inamovible neutralidad, Churchill convocó una reunión de su gabinete y con excelente humor dijo: “Bien, señores, estamos solos. Por mi parte, encuentro la situación en extremo estimulante.”

La depresión de Churchill

A pesar de lo que pudiese parecer, Winston Churchill fue un hombre con un historial de etapas depresivas, intervalos a los que se refería en sus escritos como su “perro negro”. Su tendencia le había hecho padecer depresión en varios momentos de su vida, por ejemplo, cuando fue prisionero de guerra en África durante la guerra Boer y durante una campaña militar desafortunada que organizó en la Primera Guerra Mundial.

Sin embargo, consciente de sus problemas, durante la mayor parte de su vida la combatió con éxito. Nada le resultaba más mortificante que la inactividad. Así que quizás lo que mayoritariamente le ayudó a hacerse compañero y a saber relacionarse con su fiel perro negro, fue el dar rienda suelta a su lado más creativo y nunca dejarlo de lado. Durante las horas de vigilia rara vez estaba “descansando” y en periodos en los cuales no ejercía un puesto público, se concentraba en “pelear” de forma activa con su propia batalla en forma de proyectos cuando la depresión lo amenazaba.

Durante largos periodos de su vida se dedicó a la pintura como hobbie, pintaba sobre todo paisajes y bodegones. Pero su aportación creativa fue mucho más destacada en el campo de la literatura,  “Escribir un libro es un placer” decía. Una afición y habilidad que practicó desde joven y que fue perfeccionando con el paso de los años, dejando tras de sí una estela de dedicación a este arte: de joven durante su estancia en la India, en una de las contiendas en las que participó, empieza a forjarse como escritor, época en la que leía a Platón y Darwin, Schopenhauer y Malthus; publicó sus crónicas como corresponsal de guerra… nos dejó un total de 37 libros de los que sobre todo retrataba hechos históricos de los grandes conflictos en los que participó. En 1953, la Academia sueca le entregó el premio Nobel de Literatura por “su maestría en la descripción histórica y biográfica, así como por su brillante oratoria, que defiende exaltadamente los valores humanos”.

Otra de sus pasiones a los que también dedicaba tiempo fue la práctica del polo. Como sabemos, hacer deporte es muy beneficioso para sobrellevar estados depresivos, y para Churchill hacer este deporte se vuelve tan adictivo que incluso llega a jugar con el brazo roto y vendado en la final de la copa que enfrenta a los regimientos ingleses en la India. Fue un gran deportista, porque además de campeón de polo, practicaba esgrima.

Su lucha fue tal, y su mente tan inquieta, que incluso en la última etapa de su vida se aficionó a aprender el oficio de albañil, levantando varios muros y pequeños edificios secundarios en su casa de campo.

Winston Churchill, aun cuando tenía un historial de crisis de depresión, alcanzó la cima del liderazgo durante la Segunda Guerra Mundial con base en su buen juicio y la capacidad para inspirar a los ciudadanos de su país. Un hombre que padeció depresiones desde temprana edad que, no sólo con su coraje físico sino también moral, y afirmando en una ocasión que solo podía ofrecer “sangre, sudor y lágrimas”, fue capaz de superar un sinfín de infortunios, movilizar masas, y conseguir gran cantidad de logros. Luchando por un interés común en el que creía, haciendo algo extraordinario.

Nunca ocultó sus pasiones ni emociones. No le importaba llorar en público, rompiendo con estereotipos de género y moldes de la aristocracia inglesa. Churchill fue un hombre que iba con el corazón en la mano y que aplicó a su vida lo que en una ocasión escribió “Las naciones que sucumben luchando resurgen de nuevo, pero las que se rinden mansamente están acabadas”.

Cuando falleció, el 24 de enero de 1965, el funeral se celebró en la catedral de San Pablo y más de 300.000 personas quisieron transmitir su admiración y respeto. Por toda una vida de batallas luchadas.

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