El otro día vi un reportaje muy interesante que me gustaría compartir hoy con vosotros. Una pieza en la que un puñado de valientes, entre ellos el cantante Iván Ferreiro, contaban sus vivencias pasadas y presentes con la depresión. Porque sí, los trastornos del ánimo como éste afectan a todos los estratos sociales, y gracias a personas conocidas por todos como Iván Ferreiro, se puede llegar a comprender mejor, visibilizar y a restar el estigma que a veces le colocamos a la depresión.

Iván Ferreiro y la depresión: identificarla es confuso

Lo primero de todo es entender que no son personas aisladas: según un informe de la Organización Mundial de la Salud del año 2017, en 2015 el número total de personas con depresión a escala mundial superaba los 300 millones (4.4% de la población mundial), 2’5 millones de ellas sufren depresión en España.

El problema es que identificar este trastorno del estado de ánimo suele resultarnos confuso, principalmente por dos motivos:


Mediáticamente se ha vulgarizado por tristeza, no quedándonos claro si existen diferencias entre un estado u otro. ¿Sentir tristeza es estar deprimido?

• Por otro lado, las personas que sí lo padecen, por falta de apoyo o miedo al estigma, muchas veces no acuden a consulta, lo que provoca que se diagnostique en menor medida de lo que existe realmente.


El propio Iván recordaba que se sentía “como un bicho raro cuando comentaba con sus amigos creer tener depresión porque ellos se lo negaban, alguno decía haber tenido depresión por “esto o aquello” y “tú lo que tienes es simplemente un mal día”, le decían. Y así fue dejando pasar el tiempo, sin comprender lo que le estaba sucediendo, hasta que acudió a la consulta de un profesional de la salud mental y ahí fue cuando se enteró de que efectivamente estaba atravesando un proceso depresivo. Ahora que había decidido contarlo y después de haber pasado por un tratamiento, mencionaba que ahora sí que diferencia perfectamente la tristeza de la depresión.

Tristeza vs depresión

Considerada socialmente como una emoción displacentera, la tristeza genera en nosotros sentimientos encontrados y a veces miedo de sentirla. Sin embargo, la tristeza es una emoción básica, esto quiere decir que la experimentamos todos y cada uno de nosotros en ciertos momentos de nuestra vida. Sentimos tristeza ante situaciones que valoramos como conflictivas y no sabemos cómo resolver, o ante circunstancias dolorosas o de pérdida. La realidad es que no podemos (ni debemos) evitar sentirla, al igual que nadie puede evitar que le sucedan determinados eventos dolorosos en su vida.

Evolutivamente es una emoción que nos ha salvado la vida, necesaria, que nos quiere decir que paremos y reflexionemos sobre lo que nos está sucediendo, que tomemos un momento para valorar el conflicto que tenemos entre manos y pensemos en cómo queremos abordarlo. Por tanto, identificar que nos sentimos tristes nos puede dar información de qué es lo que es importante para nosotros.

La tristeza es que te pasa algo, es horrible, te pone triste y piensas sobre ello; con la depresión no tiene que pasarte ni siquiera realmente nada” comentaba Iván Ferreiro. Resultando impactante a la par que instructivo cómo él, una persona que ha pasado por una depresión, definía los límites entre tristeza y depresión, y lo que nos hacen sentir ambas, desde su profesión de cantautor “la tristeza sí que soy realmente capaz de transformarla en una canción; la ansiedad no, y la depresión no… no es bonito, una canción sobre la depresión es horrorosa y no da placer a nadie”. “En la tristeza hay belleza. La tristeza ha sido la gran protagonista de un montón de películas, un montón de libros y de canciones que nos hacen sentirnos bien. No hay como llorar agustito viendo una peli bien triste. Creo que no hay terapia mejor”.

En cambio, la depresión, mucho más duradera en el tiempo que la tristeza, genera un miedo tremendo, un miedo a la vida. Es una enfermedad que produce un sufrimiento devastador y que conlleva:

• Incapacidad para sentir placer
• Intolerancia a cualquier tipo de estrés, como el que puede producir tomar decisiones o asumir responsabilidades.
• Intolerancia al dolor físico
• Sensación de haberse levantado de la cama más cansado de lo que nos acostamos, ya que la estructura y los ritmos del sueño se rompen.
• Una serie de disfunciones cognitivas como dificultad para memorizar, lapsus, dificultad para sintetizar o programarnos las actividades del día. Procesos que resultan aún más costosos porque se combinan con ideas que generan sentimientos de culpa, ruina, no reconocerse a sí mismo, incluso muerte.

Por supuesto todo ello conlleva también un deterioro físico y de los hábitos de la persona, “mis hijos pequeños (de 3 y 5 años) creían que era más mayor que su abuelo. Me levantaba con una cara, hecho polvo, e ir al partido con ellos era un esfuerzo”. Y es que se calcula que para el 2030 la depresión podría ser la primera causa de discapacidad del mundo.

“No había nadie dentro de mí, esa era mi sensación”

Para él todo empezó en Navidades, en una época en la que estaba en vías de divorcio de su pareja. En el reportaje vemos un Iván Ferreiro cercano, sin adornos, íntimo; hablando de sentimientos que nos han podido o pueden resonarnos en nuestra historia personal o incluso en la historia de gente a la que queremos.

Se describe como extrovertido y hablador, así que cuando iba a una cena y se quedaba callado, mirando al suelo, “cuando desaparezco se da cuenta todo el mundo”. Iván sentía que “no podía hablar con nadie, ni mirar a nadie a los ojos”, y describe esa época como la más dura porque todos querían animarle y lo único que él deseaba hacer era desaparecer un rato. ”Te sientes desnudo y frágil; estas en una comida de navidad con todo el mundo comiendo y bebiendo, y tú lo único que piensas es en quiero morirme, quiero explotar”.

Y es que la depresión es un trastorno tan potente que, por encima de lo que nos puedan decir las personas más queridas, la persona se siente extraña, fuera de todo lo que sucede a su alrededor, perdida, y esto a su vez íntimamente aviva sentimientos de vergüenza y culpa. Sentimientos que pueden desencadenar un comportamiento muy habitual en las personas con depresión: la búsqueda del aislamiento social. No ser vistos por los demás en ese estado a veces se vuelve una necesidad que forma parte del trastorno “De alguna forma estás mal, está siendo muy evidente, y da pudor también”, pensaba que “lo mejor que podía hacer era dejar de ir a ningún sitio”.

El suicidio, un gran tabú

Cuando alguien muere por cualquier otra enfermedad, no solemos tener tantos reparos en contar la causa como cuando la persona con depresión muere por suicidio.

Socialmente aún existen muchos reparos en hablar de ello. Tanto es así que a día de hoy únicamente existen dos estudios que reúnen estadísticas de personas que llevaron a cabo suicidios consumados, sin incluir tentativas: una de hace 40 años que registraba que un 15% de las personas con depresión se suicidaba, y una más actual que reflejaba un porcentaje del 7-8%. La disminución de estas cifras a lo largo del tiempo deja ver que poco a poco se va mejorando la forma del abordaje y tratamiento de este trastorno.

Iván conoce varios casos de suicidio por depresión y comenta abiertamente los sentimientos que atraviesan usualmente los familiares de la persona fallecida. Habla de una serie de ideas equivocadas que, ante el desconocimiento, tenemos a la hora de relacionarnos con la depresión, con el enfermo y con las circunstancias más graves a las que uno se puede enfrentar por esto: la muerte del ser querido.

Ayudar a una persona con depresión puede ser todo un desafío. Las personas de alrededor pueden llegar a sentirse impotentes y perdidas ante las circunstancias. Pese a las buenas intenciones, es interesante saber que resulta erróneo intentar ayudarle aportando soluciones que a la persona deprimida no le sirve para hacer frente a esta enfermedad, como decirle que salga por ahí, se airee o se tome unas cervezas. Sin embargo, para brindarle nuestro apoyo es importarte que nos informemos de las características de esta enfermedad, nos comuniquemos abiertamente con él o ella, estemos dispuestos/as a escucharle, y promovamos la idea de que acuda tratamiento.

Cuando una persona se suicida por depresión las personas de su entorno, sobre todo el más directo, “sienten que no lo cuidaron lo suficientemente bien”. Señala un problema que se da en muchos casos “los que se quedan tienen la sensación de que no ayudaron a esa persona, de que fue culpa de ellos al final. Cosa que no es cierta”. Lo cierto es que la pérdida de un ser querido produce un dolor y duelo tremendos en las personas de su alrededor; el estado de shock, el aislamiento social y el sentido de culpa son a menudo intensos. De forma natural rebobinamos una y otra vez los acontecimientos buscando encontrar una alternativa a lo sucedido, y en ese frustrante y agotador ¿Qué hubiera sucedido si yo…? desarrollamos todo tipo de atribuciones erróneas que generan sentimientos de culpa y aumentan el sufrimiento.

“Puedo decir que estoy curado”

Los tratamientos para este trastorno son variados y cada vez más ajustados a las necesidades de la persona que atraviesa una depresión, pese a ello aún queda mucho por avanzar en nuestro sistema de salud pública, ya que existe la combinación de tratamientos eficaces para el abordaje de la depresión, pero desgraciadamente a día de hoy no son accesibles para todos. Uno de los primeros problemas al que nos enfrentamos es la dificultad de identificar el trastorno, muchas veces la persona acude a los servicios médicos y la sobrecarga y saturación de los mismos provoca que no se identifique el problema. “Yo por ejemplo no fui consciente de que tenía ansiedad hasta el ataque de pánico, y sabe Dios todas las veces que tuve ansiedad hasta ese momento”, cuenta Iván que estuvo tirando así una larga temporada, sin saber qué le sucedía, hasta que dio con un médico que identificó lo que le estaba pasando “ese día lloré de la felicidad”.

Además, se dan otras cuestiones como la hipermedicalización desde atención primaria, y que los recursos como la terapia psicológica llegan mucho tiempo después de que la persona haga su primera consulta; inclusive en algunos casos el problema es que la terapia no se llega a ofrecer y la medicación es la única salida que se le da.

Pese a que la medicación sea un recurso extendido, incluso de más, alrededor de ella sigue existiendo socialmente un estigma. Como Iván comentaba de sí mismo, muchas personas son reacias a tomar medicación y a los efectos fisiológicos que les pueden generar “Yo me tomé un compuesto que no me sentó bien, me sentía un poquito dopado y no me gustaba esa sensación porque a lo mejor me invitaba alguien a cantar y yo estaba en el camerino como si estuviera un poco drogado”. Pero no sólo a él le creaba rechazo la idea de tomar pastillas, también comparte que cuando le contaba a la gente que tomaba medicación “me mira como pensando que soy idiota”. Y aunque España paradójicamente sea el tercer país de la Unión Europea que consume más ansiolíticos y el décimo en antidepresivos, aún tenemos entre todos una tarea pendiente: la de desestigmatizar a las personas que hacen uso de este tipo de recursos como parte del abordaje de su dolencia psicológica.

Encontrar la medicación adecuada para cada uno, ya que no todos los organismos reaccionan de la misma manera frente a un mismo compuesto, será una tarea a abordar mano a mano con un médico especialista de salud mental, con el que poder ir ajustando el tipo de medicación y la cantidad hasta encontrar la fórmula con la que nos sintamos cómodos.

Como parte de su proceso de recuperación, Iván cuenta que además de la medicación pasó por terapia psicológica. Comparte cuestiones y dificultades que se pueden dar en la terapia, como sentir que la relación con el o la profesional no nos termine de cuadrar o lo complicado que supone compartir sentimientos íntimos “Tanto en los psicólogos como en los psiquiatras es muy importante que haya una empatía con el paciente. Puedes ir a un psicólogo y que te caiga mal o tú le caes mal al psicólogo, es lo más humano del mundo… También hay un pudor de llegar a alguien llorando y decirle lo que te pase, son cosas muy íntimas”. Tuvo que probar en dos ocasiones hasta que dio con un profesional que le ayudó definitivamente.

Parte del proceso psicológico se basa en conocer en qué consiste la depresión y aprender a identificarla en uno mismo, así como cuestionar la obligación que socialmente se nos impone de estar felices todo el rato y rechazar el sentirnos tristes, o sopesar la posición que adoptamos frente a los demás y con la vida; Iván compartía su visión actual acerca de ello:

Yo de la depresión estoy curado perfectamente, de hecho, yo casi podría decir que no voy a volver a tener nunca más una depresión. Sí puedo tener un principio de un mesecillo medio malo, pero en cuanto yo vea ciertas… es que no sé cómo explicarlo, es como un saborcillo, una sensación. Yo distingo muy bien la tristeza de la depresión, son dos sabores diferentes, olores diferentes, tacto diferente, colores diferentes. Entonces yo creo que no voy a tener más depresión”.

Todos estamos escondiendo nuestras debilidades, todo el rato. Al final, no sólo en la depresión, vivimos en un juego de aparentar una cierta fuerza para parecer socialmente responsables o… no sé muy bien para qué es”.

Una cosa que me jodía la vida es que no era feliz a veces, y yo realmente tengo todas las papeletas para ser feliz, es decir, soy un tipo de una ciudad pequeña, que quería ser músico y lo consiguió, y me va muy bien. Entonces yo considero que tengo la obligación moral de ser feliz, ¿no?, no es una obligación frente a los demás, sobre un contrato, pero creo que si el mundo es tan generoso conmigo tengo que disfrutar a tope de todo eso, y yo no lo disfrutaba.”

Gracias a Iván Ferreiro y a todos aquellos que con coraje e infinita amabilidad compartís vuestras vivencias de sombras y luces. Gracias por dar normalidad y visibilidad a esta enfermedad.

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