Puede que alguna vez hayamos escuchado esto de que alguien “tenía tanta ansiedad que vivía con ella de forma generalizada”, o haber vivido varios episodios intensos de ansiedad y haber creído que ya se había generalizado. Pero ¿realmente qué es a lo que llamamos trastorno de ansiedad generalizada en el ámbito de salud mental? Hoy nos acercaremos a este trastorno en el que la complejidad va más allá de preocuparnos para vivir, preocuparnos para encajar y atravesar situaciones complejas de la vida, sino de vivir preocupados y sentir que no puede ser de otra manera.

Inquietud, sensación de estar atrapados o con los nervios de punta; facilidad para fatigarnos; dificultad para concentrarnos; sentirnos irritables; con tensión muscular; o dificultad para conciliar o mantener el sueño son síntomas que se asocian a la preocupación y la ansiedad. De hecho, si hemos estado más tiempo con ellos que sin ellos en la franja de seis meses o más, podríamos estar hablando de ansiedad generalizada. Pero ¿en qué consiste concretamente este trastorno que suele aparecer en la edad media de la vida y que experimentan el doble de mujeres que de hombres?

¿En qué consiste el trastorno de ansiedad generalizada?

Decimos que una persona está padeciendo ansiedad generalizada cuando siente una ansiedad constante y una preocupación excesiva sobre varios acontecimientos o actividades a menudo rutinarios en su vida, como las responsabilidades en el trabajo, preocupaciones acerca de su salud o de las personas cercanas, las finanzas, o asuntos de menor importancia como tareas del hogar o llegar tarde a una cita, por ejemplo.

Se ha estudiado que tradicionalmente las personas de ascendencia europea tienden a experimentar este problema más que los asiáticos, africanos o nativos americanos, y además es más frecuente en países desarrollados frente a los que están en vías de desarrollo. Sumado a esto, el momento histórico que estamos atravesando ya de por sí ha supuesto una adversidad de elevado estrés psicosocial, en principio de mayor impacto psicológico que los sucesos vitales a los que acostumbrábamos por “normales”. Así que es fácil que estés pensando ahora mismo “yo me preocupo por mi economía a menudo”, y sí, en general hemos desarrollado más preocupaciones ahora de las que ya podríamos tener antes, pero ¿cuándo una preocupación puede volverse patológica e ir germinando un trastorno de ansiedad generalizada en nuestro funcionamiento diario? Para contestarnos esta pregunta tenemos que poner especial atención a cómo son nuestras preocupaciones y a cómo respondemos ante la ansiedad que nos generan:

• Lo primero de todo es que en el trastorno de ansiedad generalizada la intensidad, duración o frecuencia de la ansiedad y preocupaciones es desproporcionada con respecto a la probabilidad o impacto real de las circunstancias que anticipamos.

• Además, a la persona suele resultarle muy difícil controlar la preocupación, porque no las percibe como manejables y no considerará aplazarlas si le surgen otros asuntos más urgentes. Digamos que su sistema de alerta se va perfeccionando hasta que se instala en anticipar consecuencias catastróficas, que se asumen como muy probables y permanentemente devastadoras. Así que cuando hablamos de ansiedad generalizada encontramos a menudo personas que todos los días se mantienen preocupado esperando a que desgraciadamente suceda algo que temen y que sienten que no podrán abordar si ocurren.

• Las preocupaciones son penetrantes, pronunciadas y angustiosas; duran más que otras y se pueden dar sin desencadenantes. Pero por encima de todo son excesivas, es decir que, la atención está secuestrada en percibir antes que nadie “el comienzo del fin” en muy buena parte del día; tanto, que terminan influyendo en el funcionamiento de la vida cotidiana de la persona (evitando ciertas experiencias), y suele desarrollar problemas de concentración hacia las tareas que está realizando en el presente.

Cuantos más ámbitos de la vida de la persona giren en torno a este tipo de preocupaciones, mayor es la probabilidad de que esté desarrollando ansiedad generalizada. Y aunque suelan decir que casi todo en su vida está en su sitio o incluso lo valoren como favorable, el temor a que algún ámbito pueda salir notablemente perjudicado, les genera un gran malestar subjetivo.

Malestar que no se suele asociar tanto a síntomas físicos como al estado de preocupación constante que termina provocando deterioro real en áreas importantes de funcionamiento de la persona y, por ello, en su calidad de vida. Aun así, síntomas como tensión o dolor muscular, temblores, contracciones nerviosas, inestabilidad, molestias, sudoración, náuseas, diarrea o respuestas de sobresalto exageradas, u otras afecciones asociadas al estrés como puede ser el síndrome de intestino irritable o dolores de cabeza, suelen acompañar a este trastorno.

Pero como lo patente por encima de lo fisiológico es “lo mental”, es importante tener en cuenta que el centro de las preocupaciones puede trasladarse de un objeto a otro o una situación a otra, con un contenido normalmente apropiado para la edad de la persona que lo padece. Los niños suelen preocuparse por la escuela y la calidad de su rendimiento académico, incluso por conseguir la puntualidad; mientras que en las personas mayores la tendencia es a preocuparse por el bienestar de su familia o la salud, evitan acudir a actividades por miedo a caerse o a que sea inseguro para ello, incluso pueden quedarse orbitando alrededor de preocupaciones acerca de paradero de las cosas y el olvido. Por eso, y porque depende de aprendizajes que se han dado dentro del contexto sociocultural de cada uno, es importante ser cuidadosos y no sacar nuestras propias conclusiones de lo que nos está sucediendo o lo que observamos en alguno de nuestros seres queridos. Debemos acudir a un especialista de salud mental que pueda orientarnos en distinguir lo que nos está sucediendo y, en el caso necesario, que nos pueda guiar en su manejo.

Por último, puede que vivir adversidades durante la infancia y una sobreprotección por parte de los tutores sean factores que favorezcan el desarrollo de ansiedad, pero en la ansiedad generalizada los factores de riesgo que más se asocian son de naturaleza genética, concretamente un tercio, y además el tener un temperamento tendente a evitar el daño o a ser inhibidos en nuestros comportamientos.

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