¿Qué pasaría en la naturaleza de una sociedad si no existiese ninguna complicación? Posiblemente habría más nacimientos que muertes, ¿no? Y entonces ¿qué efectos tendría en sus individuos el fenómeno de la sobrepoblación en ese caso a largo plazo? Esto es lo que se propuso investigar John B. Calhoun en lo que fue posiblemente el experimento más famoso de todos los que se llevaron a cabo por la corriente de etólogos que a mediados del siglo XX deseaba investigar los efectos del hacinamiento. Universo 25 llamó al experimento, y lo que empezó siendo una utopía terminó convirtiéndose en un paraíso terrorífico. ¿Quieres saber por qué?

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La creación del paraíso

John Bumpass Calhoun, uno de los etólogos más importantes en las investigaciones sobre la densidad de población, en 1968 decidió crear un espacio con las condiciones ideales para albergar un grupo pequeño de roedores. Se preocupó de construir ese emplazamiento como si de un paraíso se tratase: a lo largo de casi 7m² de habitáculos, rapas, rejillas, túneles y serrín, la comida abundaba constantemente, nunca les faltaría agua fresca y no tendrían ningún depredador por el que preocuparse.

Los primeros ocho ratones que habitaron su propio paraíso en la tierra fueron los afortunados con los que dio comiendo el experimento. Tras ellos, no introdujeron nunca ni uno más de forma externa, en su lugar se esperaba que, al reproducirse, su población crecería de forma natural; de hecho, aquellas instalaciones estaban pensadas para poder albergar hasta 3500 roedores, asegurándose de que todos y cada uno tendrían sus necesidades cubiertas sin problema. La sorpresa de Calhoun y sus colaboradores vendría después, al comprobar que el número de pequeños ratones nunca llegaría a esa cifra.

Los inicios de la civilización

Al principio, bajo las condiciones facilitadoras en las que nunca faltaba de nada, no tardaron en emparejarse y reproducirse. El crecimiento fue exponencial, y en menos de un año el número de individuos había alcanzado los 620 ratones. Todo iba según lo esperado hasta que, llegados a esa cifra, el crecimiento comenzó a ser más lento… Éste fue el punto de inflexión en que Universo 25 estaba a punto de convertirse en un paraíso terrorífico.

A pesar de que había espacio más que suficiente para todos, parecía que los ratones ya no se sentían tan cómodos. Experimentaban los efectos de la sobrepoblación: se cruzaban unos con otros constantemente para dirigirse al nido o ir en busca de comida o agua; también, al no haber amenazas externas comenzaron a generarse las de tipo interno, esto es que, en ciertas áreas, los ratones cada vez estaban más juntos y eso implicaba peleas entre ellos por el territorio más apreciado. De hecho, a estas alturas se podían observar heridas y cicatrices en la mayoría.

Además, surgió algo inesperado: muchos empezaron a mostrar comportamientos apáticos, dejaban de moverse o interactuar con sus congéneres. Y esto se entendió como una falta de rol en relación al gran grupo que ocupaban. Habían llegado a tal número de integrantes, que muchos ya no tenían utilidad comunitaria, o lo que es lo mismo, dejaron de tener un papel significativo en esa sociedad. Calhoun bautizó este fenómeno con el término de “drenaje conductual”, o “hundimiento conductual”.

Se instala el terror

A su vez se observaron conductas sexuales anómalas: muchas hembras dejaron sus intentos reproductivos, mientras que muchos machos se alejaban de los nidos y simplemente acudían a las zonas donde se podían alimentar. Otros copulaban casi de forma compulsiva, sin distinción de sexo, para después suprimir por completo hábitos reproductivos.

En este escenario que cada vez se iba tornando cada vez más oscuro, sólo hubo un grupo que Calhoun denominó “los guapos”, los cuales, además de alimentarse y dormir, se limitaban únicamente a atusarse el pelo y llevar a cabo conductas de higiene. Mientras tanto, la otra cara de la moneda es que había ratones expulsados del nido, ratones que mataban a sus crías, y ratones que llegaban a comerse a sus propios congéneres. Universo 25 ya se había transformado en una distopía terrorífica.

Nació la última camada de ratones cuando no habían pasado ni dos años desde que los ocho primeros dieron el pistoletazo de salida. ¿Y por qué fue la última? Porque para entonces todos los demás individuos eran infértiles. A medio plazo y de forma inevitable, la población no podría continuar creciendo. Así que, con las conductas que anteriormente poco a poco habían desarrollado, ya sólo quedaba esperar a la muerte.

La extinción de todos y cada uno de los ratones se dio a lo largo de tres años. Fue entonces cuando el intento de paraíso acabó definitivamente, en el año 1973.

¿Qué paso para alcanzar ese fin?

Se llegaron a varias conclusiones:

  • El crecimiento poblacional se desarrolló de forma natural realizando una parábola. Al principio la actividad reproductora se daba con facilidad, creciendo la comunidad rápida y exponencialmente, hasta un momento en que comenzó a decrecer para jamás volver a recuperarse. La población máxima llegó a ser de 2200 ratones.
  • Los investigadores no habían contemplado el efecto del “hundimiento conductual”. Descubrieron la importancia anímica que implica el papel o rol que los individuos desarrollan en su comunidad; y también del impacto que tiene que no se conforme ese rol si no es necesario, dadas las características del contexto.
  • Se llevó a debate si el estrés, malestar y, por tanto, las conductas agresivas se debían a tener que compartir los mismos espacios dentro de toda aquella puesta en escena en Universo 25, o si era por el número de interacciones que los animales se veían obligados a realizar dada la alta densidad de población.

John B. Calhoun trató de acercar lo que había descubierto en su estudio acerca de los efectos de la sobrepoblación de ratones relacionándolo a una sociedad humana. Pero establecer una comparativa entre roedores y seres humanos es algo complejo; para empezar porque nosotros no contamos con recursos infinitos. Pero sí da que pensar que espacios masificados o superpoblados, como las grandes urbes, para aquellos que las habitan no les resulten contextos inocuos, complejos, y que de alguna manera se puedan vivir con cierta sensación de dificultad, o generar “luchas” internas por “la supervivencia”.

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