Hay algo que siempre cuento cuando intento explicar a personas que se sienten lejanas a un problema relacionado con la ansiedad: cómo es vivir con miedo al miedo. “He trabajado con personas que padecen enfermedades físicas graves, por ejemplo, un cáncer, que me han hecho saber que ha sido mucho más difícil para ellos enfrentarse a su ansiedad que a su enfermedad“.

Supongo que lo explico porque es una manera de hacerle entender al otro que la gente no se enfrenta a un desafío sencillo, ni mucho menos. Que hay quien tuvo a la muerte mirándole de reojo y aun así mirando atrás, se le encogen más las tripas acordándose de la primera vez que montó en un avión teniendo miedo a tener un ataque de pánico. Sorprendente ser humano que teme más lo que imagina que lo que realmente está pasando, que es capaz de aceptar incluso la muerte y sin embargo resistirse incansable ante la idea de quedarse solo, hacer el ridículo o volverse loco. Qué paradoja.

La importancia de tener un propósito

Hace unos meses atrás hablaba con una colega de profesión a cerca de todas aquellas cosas que creíamos eran importantes para trabajar la ansiedad, pero que no salen en los libros. A veces nuestros pacientes (sin querer desmerecernos) han leído casi más que nosotros, la mayoría saben, por ejemplo, que exponerse a una fobia es la gran herramienta para solucionarla, pero no se sienten capaces de hacerlo. A veces vienen a consulta porque sus anteriores psicólogos han desistido tras repetirles reiteradamente que se expusieran a aquellos que temen y éstos no sentirse capaces de hacerlo. Esto nos pone en una tesitura y es que no parece algo tan sencillo como “hala, ponte ahí delante y hasta que te baje la ansiedad“. Como les suelo explicar a mis pacientes, primero tenemos que preparar el terreno y a veces esto va mucho más allá de psicoeducar a la persona que tenemos enfrente. A veces no es suficiente con explicar a la persona que tienes delante que sus síntomas no van a hacerle daño o que sus pensamientos son solo eso pensamientos. Porque a pesar de eso, en la gran mayoría de los casos, el miedo sigue siendo intenso y facilitador de huidas.

¿Por qué hay gente que sale de esto pronto y sin embargo otros llevan lidiando la batalla años? Pues hay muchos factores, pero hay uno que sabemos y tenemos muy claro, como bien dijo Nietzsche:

“Aquel que tiene un por qué puede soportar casi cualquier cómo”.

Voy a intentar explicarlo de una manera sencilla. Quedarte o seguir adelante cuando estás a punto o estás ya teniendo un ataque de pánico, es verdaderamente difícil, es casi un desafío a tu propia biología, que te dice que te largues, que luches, que no sigas. Es tirarte a una piscina que ves vacía, pero que te dicen que está llena. Es una experiencia muy compleja. Así que sí, cada vez estoy más segura que decidir seguir cuando el miedo te sale por los poros requiere de un gran motivo para hacerlo y por eso mismo invierto esfuerzos en terapia en conocer a quien tengo delante, qué le mueve, qué le hace sentir vivo, qué echa de menos, qué quiere construir, porque se que, al fin y al cabo, ese será un flotador al que agarrarnos muchas veces.

Hay quien ya no puede explicar lo que le hace “vibrar” por dentro, porque lleva tantos años paralizado por el miedo, que no hay recuerdos cercanos que supongan un estímulo. Ocurre más veces de las que creemos y aunque puede dificultar la intervención, pues la motivación puede ser realmente baja, no es motivo de ineficacia.

Cuando me encuentro con personas que ya no saben lo que les gusta, suelo intentar dirigirnos hacia actividades que resultan placenteras para casi todos, pasear, ir al cine, tomar algo en un bar, cenar en un restaurante en buena compañía o viajar a un sitio que nos parezca bonito. Comprensiblemente resulta más complejo, pues estos contextos no resultan estimulantes a priori, es decir, con solo imaginarlos, pero acercarse a ellos progresivamente suele acabar produciendo impulso a las personas.

Hace unos años escribí una historia personal sobre la importancia de tener un motivo a la hora de enfrentarse a la ansiedad, fue un viaje a Lanzarote, y es que uno siempre parece que se inspira más teniendo el mar de frente. Aquí os dejo la historia, que espero que os guste.

¡Estamos de vuelta!

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