La psicología es una disciplina viva, en constante crecimiento, adhesión y modificación, en la que en la mayor parte de sus teorías tiene especial relevancia el contexto social e histórico en el que se desarrolla. Es la importancia de conceptos históricos, el interés por los avances científicos, o los modelos culturales que van estableciéndose hasta imperar, los que han ido permitiendo la creación de una psicología viva, que fluctúa. Es por eso que hoy os traemos una de las creaciones más “recientes” en la historia de la psicología, a conocer: la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT). ¿Desde qué perspectiva se trabaja? ¿Qué es la Terapia de Aceptación y Compromiso? ¿Cuál es su modus operandi? Vamos a ello.

El surgimiento de la Terapia de Aceptación y Compromiso

Brevemente, sepamos que se considera que la psicología ha pasado por tres olas o generaciones de terapias que se han sucedido en el tiempo según predominaba una u otra corriente de pensamiento, superando cada una de ellas muchas de las limitaciones explicativas y metodológicas de los modelos anteriores:

• La primera ola aparece ante la necesidad de entender al ser humano a través de explicaciones contrastables empíricamente, así surge una corriente conductista en la que lo central fue estudiar cómo aprendemos a asociar estímulos y a su vez cómo se traduce esto exclusivamente en nuestras conductas, ya que es lo único que se consideraba objetivo a la hora de poder registrar, observar e investigar.

• La segunda ola de terapias nace ante los múltiples interrogantes que suponía el conductismo, ya que no era suficiente para explicar y producir cambios en comportamientos de las personas en los que influyesen cuestiones como sus convicciones o creencias. Así que sus impulsores no descartarán la importancia de la asociación y el condicionamiento, pero considerarán que las terapias han de incluir el pensamiento y el procesamiento que se hace de la información, modificando las creencias y pensamientos disfuncionales o deficitarios. Nacen las teorías cognitivas y una terapia que anexionaba ambas teorías, la Cognitivo-Conductual.

• Finalmente, nos encontramos en una tercera ola, la más reciente, cuyas modificaciones han generado lo que se ha denominado Terapias de tercera generación. Grosso modo, estas terapias consideran que los problemas psicológicos son debidos en buena parte al contexto sociocultural y comunicacional del individuo. Se elaboran bajo la perspectiva de la necesidad de establecer una aproximación más contextualizada y holística de la persona, teniendo en cuenta no solo sus síntomas y problemas, sino la mejora real y estable de la situación vital y los vínculos que establece con su contexto.

En este tipo de Terapias de Conducta de tercera generación es donde se encuadra la Terapia de Aceptación y Compromiso. Un modelo terapéutico cuyas raíces beben del conductismo radical de Skinner, que considera los pensamientos como conductas internas y, además, como tremendamente dependientes del contexto cultural en el que se encuentre inmersa la persona y del lenguaje con el que se cuente lo que vive.

¿Qué es la Terapia de Aceptación y Compromiso?

Daremos un repaso por la filosofía en la que se asienta (1), porqué remarca la importancia del lenguaje en nuestra manera de tomar decisiones y comportarnos (2), y cómo esto cambia o afecta la manera de entender qué es enfermedad o salud mental (3).

1) Algo que no hemos nombrado es que la tercera generación de terapias representa un salto cualitativo porque no se centran en la evitación o reducción de ciertos pensamientos o sensaciones internas para así modificar la conducta, sino que promoverá trabajar con lo que nos resulte problemático poniendo sobre la mesa los motivos que nos lleva a cada uno a pensar lo que pensamos y a hacer lo que hacemos, haciéndonos más conscientes y responsables del “para qué” de nuestras elecciones.

En ACT se toma en consideración el contexto en el que nos desenvolvemos. Actualmente convivimos en una cultura que nos sumerge a todos en una inercia (de un modo u otro y en mayor o menor grado) de búsqueda del placer, de bienestar, y, a su vez, en la que deseamos alejarnos del dolor y del malestar. La Terapia de Aceptación y Compromiso no formula una filosofía novedosa, sino que recoge la filosofía de vida que ha sido promulgada por diferentes tradiciones religiosas y numerosos estudiosos del ser humano: experimentar sufrimiento y placer ha de integrarse y aceptarse como parte intrínseca de lo que significa vivir. Son las dos caras de una misma moneda, uno no puede ir sin el otro; por ejemplo, traer a la mente un recuerdo agradable puede que nos haga sentir malestar por comparativas con el momento presente, y al revés, recordar una situación que fue desagradable puede que nos haga experimentar alivio en este momento.

Así, y bajo este paraguas cultural, tenemos que pensar que nuestras acciones no ocurren sin más. La Terapia de Aceptación y Compromiso nos transmite que lo que hacemos o cómo nos comportamos no es aleatorio, sino que se encaminan hacia algo, y que ese algo puede estar enmarcado bien sólo en lo más básico (buscar sentir placer y eliminar el dolor de forma inmediata) o bien en “algo” más relevante que impregne simbólicamente cada acto que llevamos a cabo; por ejemplo, acciones que promuevan la honestidad, el respeto hacia otros, la fidelidad, el conocimiento, o por un sentimiento de cierta trascendencia.

2) Ser conscientes de que al realizar nuestras conductas estamos buscando una serie de fines es algo de lo que disfrutamos sólo los seres humanos, gracias a que somos seres verbales. El lenguaje con el que aprendemos conceptos, nos permite relacionarlos entre sí, comprender, recordar, razonar y sacar conclusiones, en definitiva, el lenguaje permite comunicarnos con nosotros mismos (en forma de pensamientos) y con los demás. Para la Terapia de Aceptación y Compromiso, el lenguaje con el que maniobramos en nuestro día a día, tiene un papel relevante en nuestra forma de funcionar en cada momento. Las personas intentamos regularnos en cada situación según lo que hayamos aprendido en nuestra propia historia de vida; por ejemplo, quizás todos los que estamos leyendo esto, hemos recibido de nuestra comunidad o contexto cultural mensajes o ideas de cómo ha de llevarse una forma de vida “correcta”: fórmulas para vivir que nos dicen “no a la angustia, no a la tristeza, a la inseguridad, no al dolor, etc., porque son barreras para vivir”.

Gracias al lenguaje aprendido, una gran cantidad de personas terminamos pensando que el slogan “busca el placer inmediato y elimina rápidamente cualquier signo de malestar” es el remedio para encontrar el modo de vivir de un modo equilibrado y satisfactorio. Piénsalo: cada vez que evito vivir situaciones en las que temo tener ansiedad, siento un gran alivio; y a priori, parece un funcionamiento lógico, ¿no? Pues sí, quizás en un breve periodo de tiempo, puedo valorarlo como algo positivo o bueno que estoy haciendo por mí. Pero el problema puede sobrevenirme a la larga, cuando me pica el gusanillo por realizar una actividad que pueda implicar volver a contactar con esa situación temida; en esos momentos volveré a sentirme inseguro, sin recursos, y, lo más probable es que termine dinamitando esa motivación pensando que lo haría si no fuese a pasarlo mal. ¿Te suena?

3) ACT es un modelo de la psicología que apuesta por hacernos conscientes de esas diferencias a corto y largo plazo en nuestras tomas de decisiones, y cómo a veces nos vamos alejando de lo que es verdaderamente importante para cada uno/a de nosotros/as. Cuando las personas elegimos automáticamente el “sentirse bien siempre” como estrategia necesaria para poder vivir, entramos en una espiral paradójica de malestar y vemos nuestra capacidad de vivir plenamente cada vez más reducida, que, como en un efecto boomerang, inevitablemente afectará a nuestra salud.

En ACT se llama Trastorno de Evitación Experiencial (TEE) al patrón inflexible que consiste en que para poder vivir se actúa bajo la necesidad de controlar y/o evitar la presencia de pensamientos, recuerdos, sensaciones y otros eventos privados. Cuando, intentando controlar los sucesos internos, se nos descontrola la propia vida. Por lo que, numerosos problemas psicológicos que aparecen en los sistemas de clasificación al uso, como los trastornos de ansiedad, depresión, adicciones, anorexia y bulimia, los trastornos del control de impulsos, el estrés postraumático, o en el afrontamiento de enfermedades o procesos en los que el dolor juega un papel esencial, para ACT se resumirán en una sola categoría, en la que entender que esa forma de comportarnos será el componente central del sufrimiento de la persona.

¿Cómo es una terapia ACT?

Por lo anterior, en una Terapia de Aceptación y Compromiso, lo importante no será el contenido de los pensamientos, sino la función que tienen en el contexto en el que se dan.


La manera de trabajo bajo una perspectiva ACT será antes de nada investigar entre terapeuta y paciente sus valores vitales, en base a su historia pasada y presente. Y para generar el deseo y la determinación para actuar conforme a ellos se necesitará:

Ajustar hasta qué punto está dispuesto/a a comprometerse con la acción en la trayectoria elegida y por ende estar dispuesto a experimentar sin resistir los eventos cognitivos que surjan en ese camino.
Tomar conciencia de los pensamientos y sensaciones o recuerdos que sobrevienen, en el aquí y ahora, actuando con responsabilidad en la dirección elegida.

Pero sepamos que el modus operandi no sigue un orden estricto ni un protocolo formalmente cerrado por sesión. El estilo en las sesiones será flexible, porque la clave en ACT no está en las técnicas/métodos per se, sino que cualquier actividad que se realice perseguirá siempre los mismos fines: generar flexibilidad de actuación donde había rigidez problemática, o sea dejar que surjan los pensamientos, emociones…, y tomar la dirección de la aceptación (que no del control) de los mismos, en el marco del compromiso de la persona con sus propios valores.

Así que a lo largo de las sesiones se enfatizarán elementos como la aceptación, la conciencia plena, la desactivación cognitiva (o aprender a distanciarnos de nuestros propios pensamientos tomándolos como hipótesis y no verdades absolutas), la dialéctica, los valores, la espiritualidad y las relaciones.

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