Existe un refrán popular que dice “no se debe juzgar a un libro por su portada”, pero la realidad es que a nivel social lo hacemos continuamente, es más, solemos encasillar a los demás según nuestras primeras impresiones. Incluso aún después de haber interactuado cara a cara con la persona, tendemos a mantener nuestros prejuicios.

La primera idea que una persona se forma sobre otra es fundamental para el desarrollo de la interacción social. Esa primera impresión determina en gran medida el curso de las relaciones y de los juicios que realizaremos a posteriori acerca de los demás. Tendemos a formarnos rápidamente una impresión sobre otros, para ello no necesitamos mucha información, tan sólo que sea de fácil acceso: la voz, la apariencia, el sexo o la edad son elementos muy relevantes en este proceso.

¿A qué nos referimos con efecto halo?

El efecto halo es un sesgo cognitivo o generalización errónea que hacemos a partir de una sola característica o cualidad. Es decir, mediante una primera impresión, la opinión y valoración global que hacemos sobre una persona va a depender del modo en el que juzgamos y valoramos alguna propiedad específica de ella.

Prejuzgamos una serie de características con una primera impresión, y a partir de ahí lo generalizamos a otras. Si una persona nos ha parecido atractiva cuando la hemos conocido, seguramente también nos puede parecer buena, generosa, e incluso inteligente. 

Cometemos juicios de valor de una forma muy habitual, más de lo que nos pensamos, ya estemos esperando a ser cobrados en un supermercado, en la cola de un cine o pasando la itv a nuestro coche. Lo que sí está claro, es que estas valoraciones, las hacemos de manera automática, sin malas intenciones. En ningún caso buscamos etiquetar ni juzgar, simplemente nuestra mente necesita hacerse una idea rápida de todo aquello que nos rodea, y parece que nos basta con una sola característica para hacer una inferencia general.

La mayor parte del tiempo procesamos la información de un modo superficial, de manera que no solemos cuestionarnos la validez de nuestras creencias. En realidad, las presuposiciones y las teorías sobre cómo son las personas y los objetos resultan adaptativas hasta cierto punto. Nos ayudan a economizar el procesamiento de la información. Las personas que nos rodean y la realidad en sí misma es muy compleja, nada es en blanco y negro y en ocasiones esta variedad de matices nos resulta abrumadora o no poseemos todas las herramientas psicológicas necesarias para lidiar con las mismas. Entonces tendemos a simplificar y nos dejamos llevar por la primera cualidad que conocemos del objeto. En muchas ocasiones este mecanismo transcurre de manera no consciente, por lo que ni tan siquiera nos percatamos del efecto halo.

Origen del efecto halo

El efecto halo está respaldado por una investigación realizada por Edward Thorndike, quien sugiere que las personas tienden a juzgar a los demás de manera general como positiva o negativa. Acuñó el término en un documento de 1920 titulado “A Constant Error in Psychological Ratings. En el experimento descrito en el documento, Thorndike surgió que existía una tendencia de los oficiales del ejército a atribuir una serie de características positivas a sus subordinados una vez que habían descubierto una sola cualidad positiva o, al contrario, valorarlos negativamente a partir de una única cualidad negativa. Las personas que obtenían puntuaciones negativas en una de sus características tendían a tener puntuaciones negativas en el resto de aspectos, y las que eran valoradas positivamente en un aspecto concreto tendían a ser valoradas positivamente en todas las demás. En resumen, el modo en el que se valora una característica concreta está altamente correlacionado con la valoración global de esa persona.

Más tarde Nisbett y Wilson, realizaron un experimento en la Universidad de Michigan con dos grupos de estudiantes. A cada grupo se le presentó un vídeo de un profesor dando clase, en uno el profesor era amable, y en el otro era autoritario. Posteriormente se pidió a cada uno de los grupos que describieran el aspecto físico del profesor. Los estudiantes que vieron el vídeo con el profesor amable lo catalogaron de simpático y atractivo, por el contrario, los que vieron el video con el profesor autoritario lo describieron con adjetivos poco favorecedores, a pesar de que solamente se hacía referencia al físico.

El atractivo en el efecto halo

El atractivo físico constituye una de las características que primero se utilizan para categorizar a los demás. La apariencia externa es, por decirlo de alguna forma, la carta de presentación según la cual los demás van a realizar su primer juicio. El atractivo físico es la variable que más evoca el efecto halo. Las personas atractivas son a menudo juzgadas por tener una personalidad más deseable y más habilidades positivas que una persona de apariencia promedio. Este fenómeno se extiende no solo a nuestro día a día, sino también en la publicidad y el marketing ya que usan modelos que siguen los estándares de belleza y mejoran la calidad de algunos productos para posicionar mejor una marca en el mercado. No solo en publicidad, también se puede dar en la política con representantes que resulten atractivos y elocuentes. Incluso por desgracia en las entrevistas de trabajo, ya que en ocasiones la selección de personal se ve totalmente sesgada por este efecto.

¿Podemos manejar el efecto halo?

Parece que estuviésemos condenados a sucumbir al efecto halo, pero no es del todo así, el problema es que cuando se produce este efecto raramente somos conscientes de lo que nos está pasando. Si aprendemos a hacer una valoración más precisa de la persona u objeto sin dejarte seducir u horripilar por una sola cualidad, seremos un poco más justos con la valoración. Sobre todo, ser conscientes de que la primera impresión es provocada por el efecto, por tanto, podemos o bien respaldar esa primera impresión con buenos argumentos o brindar una segunda oportunidad a la persona para profundizar más y así evitar una generalización (ya sea positiva o negativa).

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