Aunque mentir sea una práctica que a priori nos pueda parecer reprobable, no nos engañemos, todos hemos mentido y mentimos. Aprendemos a mentir cuando somos pequeños y a lo largo de nuestra vida vamos perfeccionando esta técnica. Pero ¿qué hace posible que mintamos?, ¿por qué se da la mentira?

La mentira está presente en la naturaleza: hay algunos tipos de orquídeas que adoptan la apariencia de ciertos insectos para ser polinizadas, existen animales miméticos como el camaleón o muchas especies de pulpos que cambian su forma y textura para confundirse con el medio y así engañar a sus presas, perros que tras un accidente cojean una vez que están totalmente recuperados para seguir recibiendo la misma atención y cuidados de sus dueños… Sin embargo, en la práctica de estas artes no existe conciencia de engaño como puede ser en el caso de los chimpancés o los seres humanos, más bien son respuestas genéticamente programadas, o comportamientos intencionados modificados a través de experiencias y aprendizaje.

El ser humano es único en esto de mentir, porque además de aprenderlo, es capaz de perfeccionarlo con la práctica, sabiendo que está engañando, con la peculiaridad de que lo hacemos la mayoría de las ocasiones a través del lenguaje.

Aprendiendo a mentir

De niños no nacemos con un código moral, sino que lo vamos aprendiendo de nuestro entorno más cercano. Así, todos y cada uno de nosotros hasta que tuvimos aproximadamente tres años, creábamos mundos imaginarios en nuestros juegos que a veces confundíamos con el mundo real, y necesitamos de nuestros adultos para diferenciar lo que es realidad de lo que es fantasía, imaginario o mentira; entre los 5 a los 10 años aprendimos gradualmente lo que significa mentir, aunque aún no está perfeccionada la práctica y se nos detecta fácilmente; pero ya a partir de los 10 años sabemos perfectamente si lo que decimos es verdad o mentira, y podemos expresar a nuestro interlocutor algo distinto a lo que ha ocurrido realmente con conciencia de engañarle. Entonces cabe preguntarse ¿qué ha sucedido entre medias para haber adquirido esta habilidad?

Entre muchos de los estudios que se llevaron a cabo en la rama de psicología del desarrollo cognitivo, existe una tarea desarrollada por Perner, Leekam y Wimmer en 1987, que consistía en presentar ante un niño/a un tubo de Lacasitos, que en realidad contenía un lápiz, y se le preguntaba qué creía que contenía el tubo. Tras responder que contenía Lacasitos, el experimentador abría el tubo y le mostraba lo que realmente contenía, el lápiz. Luego lo volvía a guardar dentro y preguntaba al niño/a qué es lo que pensaría que contenía el tubo un compañero suyo que está esperando fuera de la sala al verlo cerrado.

Tras hacer esta investigación, y otras en la misma línea, los datos evolutivos son claros:

Antes de los 4 años los niños respondían a la última cuestión dejándose llevar por sus conocimientos, es decir, respondían que un niño que estuviese esperando fuera del aula diría que dentro del bote de Lacasitos había un lápiz.

Sin embargo, entre los 4 y 5 años la mayoría de los niños ya no contestaban en función de su propio estado de conocimientos, sino que tenían en cuenta que el estado mental del otro es distinto del propio; contestando que el otro niño respondería Lacasitos pese a ellos saber que realmente contenía un lápiz.

Alrededor de los 7 años, y con tareas más complejas que implican no sólo atribuir al otro una creencia sino pensar sobre la creencia que el otro puede tener sobre un tercero u otro acontecimiento, los niños y niñas eran capaces perfectamente de responder correctamente; es decir, que a partir de esa edad comprendemos y realizamos atribuciones de estados mentales de segundo orden.

La Teoría de la Mente

Fueron Premack y Woodruff quienes forjan el término de “Teoría de la Mente” para explicar este fenómeno característico del aprendizaje y evolución en la infancia: entre los 5 y los 7 años aproximadamente aprendemos a identificar que nuestros estados mentales, pensamientos, emociones y conocimientos, son diferentes de los de los demás; para posteriormente desarrollar la capacidad de inferir lo que los otros pueden llegar a pensar o creer acerca de algo.

El adquirir esta habilidad nos permite predecir y explicar la conducta de los demás, comprender que una creencia puede ser falsa, e incluso manipular la creencia de los demás engañándolos intencionalmente. Es decir, la comprensión de los diferentes estados mentales nos conduce a desarrollar una verdadera capacidad mentalista que nos permitirá ser capaces de detectar una mentira o producir un engaño, y utilizarlo a nuestro favor como un instrumento social y táctico.

Tener en cuenta lo que el otro piensa, las intenciones que puede llegar a tener cuando hace o dice algo, y a la par, ser capaces de expresar información que sabemos que no es real, como por ejemplo que manejamos un nivel alto de inglés en una entrevista de trabajo, a sabiendas que el otro no tiene porqué no creerlo de primeras, son procesos posibles gracias al desarrollo de la Teoría de la Mente, en síntesis, la competencia para atribuir mente a los demás y a uno mismo de forma diferenciada.

¿Qué necesitamos para mentir?

Según los mismos autores que descubrieron y pusieron nombre al proceso descrito anteriormente, las personas mentimos gracias a que:

  • Somos conscientes de nuestro yo, de que pensamos, de que tenemos mente y de que somos capaces de representar la realidad en ella. Nuestra mente trabaja con representaciones mentales.
  • Podemos decir algo completamente diferente a lo que pensamos, a nuestras creencias y deseos sobre el mundo. Nuestras representaciones mentales nos permiten distanciarnos del mundo tal cual es, de la realidad inmediata. Podemos emitir juicios sobre él y contradecir los hechos, establecer hipótesis y referirnos al pasado.
  • Sabemos o intuimos que los otros también piensan y que pueden tener un concepto de la realidad diferente al nuestro.
  • Sabemos que somos capaces de modificar las creencias de los demás para conseguir un fin.


Estas capacidades de nuestra especie son aún más especiales si cabe por el hecho de que se nutren y dan en el ámbito del lenguaje y la comunicación. La mentira o manipulación verbal implica el uso de la lengua intencionadamente. Tengamos en cuenta que la comunicación es algo más que transmisión de información: somos conscientes de que transmitimos información, asumimos que nuestro receptor sabe que ese comportamiento es informativo, y elegimos lo que queremos contar (y lo que no) con cierto mensaje y no otro. Dicho esto, la mentira consiste en un tipo especial de comunicación intencional en la que el emisor transgrede uno de los principios básicos sacando un beneficio de él: la presunción de sinceridad de la información que transmite al receptor.

Así que, aunque hayamos logrado automatizarlo tanto que mintamos todos los días sin despeinarnos (simplemente con un “bien” después de un “¿qué tal?” muchas veces ya lo estamos haciendo), esto de mentir es más complejo de lo que creemos. Ya no sólo que mintamos nosotros, sino que también seamos capaces de detectar mentiras por parte de los otros, es una capacidad extraordinaria de nuestra mente que se da gracias a una serie de aprendizajes complejos y desarrollo de habilidades a través de un medio de comunicación común que, cuando lo diseccionamos, es casi digno de entenderlo como un súperpoder.

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