La música es mucho más que un simple elemento de nuestra cotidianidad: es una creación de los seres humanos para el ser humano, una fuente de expresión que ha servido para comunicar una llamada a la batalla o afianzar mensajes espirituales, se ha usado como medio de reivindicación o como ansiolítico para armonizar estados de ánimo. Nos acompaña a lo largo de todas las etapas de nuestra vida, en solitario o en compañía de otros, y en diversos ámbitos como por supuesto en la radio, conciertos, fiestas y discotecas, pero también en ceremonias, cine o teatro, en la publicidad, o en el hilo musical de un establecimiento o centro comercial; además, ¿sabías que se están investigando sus beneficios para introducirla en el ámbito hospitalario?

Y es que una melodía puede cambiar el estado de ánimo, servir como herramienta para intercambiar experiencias con otras personas, ayudar a contar una historia o hacer de colchón cuando las personas queremos abrazar nuestras emociones y no encontramos consuelo en otras actividades. Cada vez existen más estudios científicos que concluyen que la música es ansiolítica, y de eso va nuestro post de hoy. ¿Quieres ponerte al día de sus efectos y saber si puede serte de ayuda?

La música protege nuestro sistema nervioso

A pesar de que la música empezó a usarse como método terapéutico hace muchos siglos, fue sobre todo en la segunda mitad del siglo XX cuando aumentó el interés científico por descubrir los beneficios que puede conllevar. En las últimas décadas, resultados de numerosos estudios nos han puesto de manifiesto evidencias que sugieren la utilidad de la música como herramienta terapéutica en múltiples patologías del sistema nervioso central (SNC); por ejemplo, cómo ciertos estímulos musicales pueden afectar a la actividad en los enfermos con epilepsia, reduce parcialmente el déficit cognoscitivo en ancianos con demencia, o incrementa la coordinación motora en pacientes con enfermedad de Parkinson.

Relacionado con esto, algunos estudios con roedores han investigado los cambios moleculares y genéticos que se suceden cuando se los somete por varios días a estímulos musicales suaves. Los resultados sorprendieron, ya que los niveles de una neurotrofina implicada en el crecimiento, mantenimiento y supervivencia neuronal en el SNC denominada por sus siglas BDNF (factor neurotrófico derivado del cerebro), se incrementaron significativamente en el hipocampo e hipotálamo, en comparación con grupos que no estaban expuestos a estímulos acústicos.

Y aunque aún queda mucha investigación por delante, todo ello da que pensar que la música puede ser un excelente y económico método terapéutico, que promueve mecanismos neuroprotectores en el SNC, pudiendo ser utilizada como coadyuvante en diversas problemáticas de salud.

La música mueve emociones

Pero no sólo nos protege funciones corporales, también se involucra en nuestras emociones y sensación de gratificación. Múltiples estudios han corroborado el efecto ansiolítico de la música, al medir respuestas fisiológicas como presión arterial, frecuencia cardíaca, respiración, la conductancia de la piel, la termorregulación, o la aparición de piloereción o escalofríos, que no dejan de ser marcadores a través de los cuales se expresan nuestros estados emocionales.

Nuestro cuerpo reacciona con este tipo de cambios fisiológicos como respuesta a escuchar una música que nos es relajante, y todo ello gracias a las estructuras que regulan la actividad del sistema nervioso autónomo, en concreto gracias a la conexión del núcleo accumbens con la ínsula y el hipotálamo (éstas últimas relacionadas con los centros de placer y motivación, que generan adicción y ganas de escucharlo de nuevo). De hecho, se genera una activación asociada a la memoria corto plazo, con la que conectamos con otro estado emocional y empatizamos. Es por esto que escuchar música nos puede parecer un acto tan gratificante, y por lo que muchas veces elegimos qué clase música escuchar según nuestro estado de ánimo.

Es cierto que experimentar la música es un proceso realmente subjetivo, único para cada ser humano, de manera que para algunos la música clásica sea relajante, mientras que para otros lo será la bossa nova. Pero¿a qué se deben estas diferencias? Se sabe que las personas respondemos emocionalmente a la música de dos formas distintas: a) de forma intrínseca, que es la respuesta orgánica o fisiológica que experimentamos cuando nuestro cerebro percibe la estructura de la música (ritmo, melodía y tonalidad); y b) de forma extrínseca, que se relaciona con el tipo de música y las emociones que provoca en cada persona, que dependerá de los contextos o situaciones que tengamos asociados a ella en nuestros recuerdos (y que conformará, en definitiva, nuestras preferencias individuales).

Si nos fijamos en esa respuesta intrínseca que produce nuestro organismo de manera ajena a nuestra voluntad, se baraja que, en general, percibimos los intervalos armónicos consonantes (que corresponde a la música suave, estable y agradable al oído), como elementos que generan mayor respuesta emocional placentera, en comparación con los intervalos disonantes (violentos, dinámicos, inestables), que nos dan una sensación de incomodidad y displacer. Conclusiones que nos llevan a pensar que probablemente la música con mayor efecto ansiolítico, es decir, la que disminuye nuestra frecuencia cardiaca, la presión arterial, la respiración, la actividad cerebral y la conductancia de la piel, debe tener una composición armónica consonante.

Dentro de las melodías consonantes, se ha asociado con la alegría los tonos mayores, con contornos melódicos claros, rápidos y tempos rápidos, mientras que los tempos y melodía menores se asocian con la tristeza; es decir, el tempo rápido energetiza y el lento tranquiliza. En contrapartida, las melodías disonantes, con escasa composición melódica (como por ejemplo las que se han usado tradicionalmente en el cine de terror), transmiten ansiedad y miedo; de tal forma que a mayor disonancia mayor displacer y tensión.

La música… ¿le echa un pulso a los psicofármacos?

Ya es una realidad que la música está presente en el ámbito hospitalario. Cada día son más numerosos los estudios que analizan la eficacia de la música en el ámbito quirúrgico y cómo puede ayudar a las personas antes, durante y después de una intervención. Y a pesar de que muchas de las investigaciones cuentan con una muestra de pacientes reducida (lo que implica que aún no se puedan extraer conclusiones sólidas), lo cierto es que el efecto ansiolítico de la música ha sido utilizado por múltiples ramas de la medicina, incluyendo la cardiología, la radiología, la neumología, la gastroenterología, o la ginecología. 

Uno de esos estudios que intentaron paliar esa escasez muestral, fue llevado a cabo en Barcelona en el Hospital Mutua de Terrassa. Con un total de 207 adultos que se iban a someter a distintas intervenciones vasculares y neurológicas, se propusieron investigar si la música podía ser tan efectiva como los sedantes, en concreto el Diazepam; por ser considerado en otros estudios previos como un tratamiento eficaz tanto a la hora de reducir la ansiedad en diferentes tipos de patologías, como en reducir la ansiedad prequirúrgica.

La investigación consistió en lo siguiente: tras registrar los dos días anteriores a la intervención la frecuencia cardíaca y presión sanguínea de cada uno de ellos, a los que formaron parte del grupo expuesto a la música, se les dio a escoger entre tres tipos de música relajante, teniendo que escucharla el día de antes y el mismo día de la intervención; a su vez, las personas que formaban parte del grupo diazepam recibieron este fármaco en las mismas franjas de tiempo. Finalmente, el mismo día de la cirugía, en el prequirófano, evaluaron el nivel de ansiedad al que se veía sometido cada paciente a través de un test, y se les tomó muestras de sangre para determinar el nivel de cortisol.

Los resultados que obtuvieron reflejaban que no existían diferencias entre ambos grupos en ninguna de las variables evaluadas (tanto en los datos recogidos en el test de ansiedad previo a la cirugía, como en el cortisol en sangre, ni en los niveles de presión sanguínea y frecuencia cardiaca monitorizadas en quirófano justo antes de la intervención). Concluyendo que la música es un tratamiento igual de efectivo que los sedantes en la fase preoperatoria y, además, encontrando ventajas que dan qué pensar:

  • La música no provoca efectos secundarios.
  • Fomenta su audición en otros contextos, ya que algunos pacientes les preguntaron por las referencias musicales para escucharlas en casa.
  • Al contrario que los ansiolíticos (y por lo que muchas personas son reticentes a tomarlos), la música relaja sin disminuir la sensación de control que puede percibir la persona sobre la situación que está viviendo.
  • Además, la música presenta la ventaja de que puede convertirse en una buena alternativa para disminuir la ansiedad en aquellos pacientes alérgicos a las benzodiacepinas o en los que está contraindicada su utilización por su tipo de patología.

Y es que a pesar de que nos traemos entre manos un tema complejo y que los mecanismos que explican el efecto relajante mediado por la música están aún por afianzarse, la evidencia actual nos permite comprender que la música genera cambios genéticos, bioquímicos, estructurales y afectivos. Percibimos la música, la sentimos y nos emocionamos gracias a ella; por instinto y por asociaciones con experiencias vitales placenteras, la música nos puede tranquilizar. Así que, si aún no lo tienes muy claro, ponte manos a la obra y busca tu propia música ansiolítica.

Fuentes Música ansiolítica

Beneficios físicos-emocionales de la música en el sistema de salud español. Nuria Sáez.

Efecto ansiolítico de la musicoterapia: aspectos neurobiológicos y cognoscitivos del procesamiento musical. Juan Manuel Orjuela Rojas.

Estudio comparativo de la eficacia de la música frente al diazepam para disminuir la ansiedad prequirúrgica: un ensayo clínico controlado y aleatorizado. P. Berbel, J. Moix y S. Quintana.

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