¿Tenemos miedo a la enfermedad? Estos días quien más y quien menos ha tenido estos pensamientos en alguna ocasión: “Me duele la cabeza. ¿Y si tengo fiebre? Voy a por el termómetro”, “Ay, acabo de toser, voy a calcular cada cuánto toso, no vaya a ser que…”, “¿Me estará costando respirar?”, “Dios mío, ¡¿y si me he contagiado de coronavirus?!”.

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El miedo a la enfermedad (en tiempos de coronavirus)

Es normal que en estas circunstancias excepcionales todos/as nosotros/as, en mayor o menor medida, estemos algo más preocupados/as y atentos a nuestros propios síntomas o cambios corporales, dada la situación tan extraordinaria que vivimos. Ninguno/a queremos contraer el virus. Sabemos ya de sobra todos los síntomas característicos (la tríada más común: fiebre, tos seca y disnea o dificultad respiratoria) y las consecuencias negativas que trae consigo. Y, por este motivo, podemos caer en ciertas conductas de hipervigilancia o chequeo continuo de síntomas. E interpretar un síntoma de resfriado o alergia como un síntoma de algo grave: la enfermedad COVID-19.

En definitiva, es posible que estemos desarrollando cierto miedo a la enfermedad. Adaptativo en un primer momento, puesto que es reactivo a la realidad que nos está tocando vivir, pero que debemos tener en cuenta para que no derive en un miedo desadaptativo o hiponcondría, convirtiéndose en algo frecuente, intenso y duradero.

La hipocondría es una elevada preocupación por la propia salud y miedo intenso e irracional a padecer o tener una enfermedad, generalmente grave. Podemos pensar tener enfermedades físicas (ictus, infarto, VIH…) e incluso problemas psicológicos (esquizofrenia, trastorno bipolar…). En algunos casos, puede desarrollarse tras el padecimiento real de una enfermedad grave en la propia persona o en gente cercana, pero no siempre es así.

¿Por qué tenemos miedo a enfermar?

Como cualquier problema psicológico, la hipocondría es un fenómeno multicausal. En algunos casos, este problema suele desencadenarse por cierto modelado familiar, esto es, haber observado desde pequeño/a que en nuestra familia son especialmente sensibles y se le da mucha importancia a las enfermedades y al autochequeo de síntomas, monopolizando la mayoría de los temas de conversación, y viviéndose las experiencias de estar enfermo/a como negativas y catastróficas, aunque no siempre ocurre así.

Sea como fuere, el hecho ineludible es que se asocia cualquier síntoma físico o sensación corporal a una situación potencialmente peligrosa o amenazante, el padecimiento de una enfermedad grave –ya que ello podría implicar incluso la muerte-, por lo que la persona comienza a experimentar elevada ansiedad sobre todo cuando se detecta un cambio o la aparición de una sensación corporal y cuando lo interpreta catastróficamente (como un síntoma inequívoco de enfermedad grave), poniéndose automáticamente en lo peor.

El problema se mantiene porque la persona tiende a evitar o escapar de todas aquellas situaciones relacionadas directa o indirectamente con la enfermedad, tales como estar cerca de personas enfermas o evitar los temas de conversación asociados a enfermedades, por ejemplo. La hipervigilancia a síntomas o sensaciones corporales es una característica esencial en este tipo de casos, así como la búsqueda constante en Internet de los síntomas de enfermedades –y, ¡sorpresa! Siempre acabamos dándonos cuenta de que tenemos todos esos síntomas descritos, ¿verdad?- y el llamado “peregrinaje” médico, esto es, acudir de forma frecuente a diferentes médicos para tener una segunda (y tercera, y cuarta) opinión y valoración de sus síntomas. ¿Por qué? Por un lado, cada médico descarta la existencia de un problema físico, lo cual alivia momentáneamente su ansiedad a corto plazo, pero a medio y a largo plazo refuerza sus dudas (“Si no tengo nada, ¿por qué tengo estos síntomas? Mis síntomas son reales. Algo tengo que tener, esto no puede ser ansiedad… voy a pedir una segunda opinión”), retroalimentándose el proceso. No obstante, otros pacientes con hipocondría pueden también evitar sistemáticamente acudir al médico, por miedo a una confirmación de sus temores.

Por tanto, la hipervigilancia a sensaciones corporales o síntomas, la interpretación catastrófica de los mismos y las conductas de búsqueda constante de información sobre enfermedades –en internet o a través del peregrinaje médico- son las que mantienen el problema a día de hoy.

¿Cómo puedo evitar caer en la hipocondría?

En primer lugar, se debe descartar un problema físico u orgánico. El tratamiento psicológico recomendado es la terapia cognitivo-conductual, el cual incluye en un primer momento la prohibición expresa del peregrinaje médico y de buscar información en Internet o hablar constantemente sobre enfermedades, para después comenzar a entrenar estrategias de afrontamiento adaptativo a la ansiedad: entrenamiento en técnicas de relajación, técnicas cognitivas como la reestructuración cognitiva (cuestionar la interpretación catastrófica y fatalista de los síntomas corporales y reinterpretarlos de forma racional –en realidad son cambios puramente homeostáticos o adaptativos del cuerpo o bien síntomas de ansiedad-) y técnicas conductuales como la exposición interoceptiva a los propios síntomas corporales, provocándolos uno/a mismo/a de forma gradual y controlada, para habituarse a ellos y eliminar, por tanto, la ansiedad asociada a los mismos, así como la exposición gradual en imaginación a situaciones temidas de enfermedad y/o muerte (para reajustar el miedo dentro de unos límites razonables).

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