El miedo y la ansiedad son estados inherentes a la manera en la que afrontamos la vida y lo que nos acontece. Sentir ansiedad en un momento puntual es natural y humano. Sin embargo, vivir una experiencia de ansiedad puede darnos tantísimo miedo que, aunque ya haya finalizado, algunas personas se quedan “enganchadas” a ella, angustiadas, deseando que no vuelva a suceder, condicionando su toma de decisiones y forma de actuar con la intención de huir de esa experiencia tan desagradable en el futuro. Es en este tipo de situaciones cuando la ansiedad poco a poco se vuelve un trastorno de ansiedad, un verdadero problema al que se enfrentan muchos, en donde el sentido de su vida termina protagonizándolo el lograr esquivar la sensación de miedo y los síntomas que de él se desprenden. Pero ¿cómo podemos lograr que nuestra existencia no se vea supeditada al miedo?, ¿existen otras maneras de darle sentido a nuestro día a día? De esto nos viene a hablar la terapia existencial, y hoy la compartimos con vosotros/as.

Tercera fuerza de la psicología

Situémonos en la época de los años 60 del siglo pasado, tiempos de revolución de pensamiento social: en Europa surge la Primavera de Praga y el movimiento estudiantil de mayo del 68, mientras que en Estados unidos comienza los movimientos antibelicistas y protestas contra la Guerra de Vietnam, Martin Luther King soñaba en voz bien alta por los derechos civiles y surge el movimiento de la contracultura hippie con el que se reinterpretaban los valores tradicionales. En este contexto cambiante es en el que surge esta nueva fuerza en psicología.

Se reclamaba una nueva visión que no solamente tuviese en cuenta la importancia de la mente y el cuerpo para una terapia, una en la que se incluyese el papel que cumple el espíritu humano en la experiencia vital de las personas; porque no solamente poseemos intelecto y unas creencias derivadas del aprendizaje temprano, sino que también disponemos de una amplia variedad de instintos y sentimientos irracionales. Esa nueva fórmula vino de la mano de antecedentes como:

  • Las filosofías del romanticismo, en las que el principio del bienestar se definía como la capacidad de vivir y sentir honestamente según la propia naturaleza de cada uno.
  • El existencialismo, que enfatizaba la importancia de encontrar el significado de la vida y la capacidad de elegir libremente. Estos pensadores investigaron el significado de la existencia humana y trataron de recuperar la importancia de los sentimientos humanos, el libre albedrío y la capacidad de elección, así como la individualidad y la responsabilidad personal.
  • Y el método fenomenológico, que afirmaba que la naturaleza debía ser explicada, pero la vida humana más bien tendría que ser comprendida; incluyendo los conceptos de intencionalidad personal y la importancia de encontrar el sentido subjetivo de su experiencia para llevar a cabo esa tarea de comprensión.

Bajo la idea de que la verdadera fuente de información válida es la propia naturaleza humana, los fundadores de este nuevo modelo, denominado psicología humanista, en lugar de atribuir las causas de la conducta a los estímulos, a la genética o a las experiencias tempranas (como otros movimientos que surgieron antes en psicología), consideraron que la causa más importante de nuestras conductas es la realidad subjetiva. Desde ese punto de partida y asumiendo que cada persona es libre para elegir su propia clase de existencia, se cuestionaban ¿cómo logramos alcanzar nuestro máximo potencial? ¿Qué clase de papel juegan los atributos humanos en nuestra salud?

La esencia humana

Para comprendernos y poder tratar con nuestra compleja naturaleza, hemos de tener en cuenta las características y aspectos fundamentales del ser humano, que según las bases humanistas son:

• El ser humano es superior a la suma de sus partes y debe ser concebido globalmente.

Somos únicos. Tanto entre sí como respecto a otros ani­males, por lo que lo aprendido a partir de otras especies es irrelevante para com­prender al ser humano.

• Nuestra naturaleza se caracteriza por poseer autonomía personal, es decir, la persona es considerada en sí misma como un sujeto independiente y pensante, plenamente responsable de sus actos y capaz de planear, elegir y tomar decisiones respecto a su conducta.

• Además, al ser humano le caracteriza una responsabilidad social, ya que nuestra conducta se realiza en un contexto interpersonal.

El comportamiento de una persona está determinado principalmente por la percepción que tiene de sí misma y del mundo. Las personas crean la realidad a partir de sus percepciones idiosincrásicas. Así que solo se puede comprender a una persona si se es capaz de percibir las cosas como ella las percibe o nos podemos situar en su lugar.

• Nos orientamos hacia metas buscando la autorrealización, por tanto, la conducta humana es intencional. La búsqueda de sentido y las moti­vaciones como la libertad o la dignidad, (y no sólo las materiales), son aspectos fundamentales del ser humano.

Cada persona posee de forma innata un potencial de crecimiento o una tendencia a desarrollarse y convertirse en un individuo maduro. Este supuesto lleva a definir a la persona como un organismo básicamente bueno y orientado hacia metas positivas.

Terapia existencial y Viktor Frankl

La psicología humanista terminó estableciéndose y siendo aceptada en los años 70, pero inicialmente se levantó gracias a la confluencia de muchas posiciones teóricas y técnicas particulares, entre los que destacamos hoy la terapia existencial.

La terapia existencial plantea que, condiciones que tienen que ver con la ansiedad, la tristeza, la soledad, la desesperación, la libertad, la alienación y, en definitiva, con el sentido de la vida, son preocupaciones básicas de nuestra existencia, y que se deben comprender con la persona que está interesada en comenzar un proceso terapéutico.

Así, la práctica en terapia existencial no consistirá en cambiar la realidad externa, física o social de la persona, sino que, a través de la relación que se establezca entre ella y el profesional, puedan juntos analizar su proyecto vital o sentido de existencia. La finalidad es descubrir la percepción característica que tiene sobre las cosas para promover el conocimiento de sí mismo/a, y que de esa manera pueda recuperar su autonomía, autoposesión y autodeterminación, y logre desarrollar libremente su propia existencia.

Un enfoque que surgió como parte importante de la terapia existencial fue la logoterapia, cuyo creador fue Viktor Frankl (1905-1997). Desde adolescente Viktor Frankl empezó a interesarse por las ciencias naturales y las concepciones filosóficas que para él definían el modo de entender y afrontar la vida. Persistiendo en esa intención, llegó a ser Catedrático de Psiquiatría y Neurología en la Universidad de Viena y director de la Policlínica Neurológica Vienesa durante 25 años. Hablamos de una persona a la que en su teoría y práctica profesional influyó enormemente el haber sido prisionero en cuatro campos de concentración nazis durante la II Guerra Mundial. El sobrevivir a esta experiencia, a la que se suma el asesinato de sus padres, de su hermano y de su mujer, le condujo a sistematizar sus reflexiones acerca del sentido de la vida y, creó su propio enfoque al que llamó logoterapia (que viene de la palabra griega logos, que equivale a “sentido”, “significado” o “propósito”).

De acuerdo con la logoterapia, el interés principal del hombre no es encontrar el placer o evitar el dolor, sino que la primera fuerza motivante del hombre es la lucha por encontrarle un sentido a su propia vida; razón por la cual el hombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de que ese sufrimiento tenga un sentido. Él mismo, en su libro “El hombre en busca del sentido” en donde comparte su experiencia en los campos de concentración, nos habla de esta idea: en un contexto en el que al ser humano se le priva de todo tipo de enseres, libertad y motivación por despertar al día siguiente, Viktor logra encontrar su propio sentido y libertad.

Para Frankl no deberíamos buscar un sentido abstracto a la vida, pues cada uno tiene en ella su propia misión que cumplir; cada uno debe llevar a cabo un cometido concreto que ha de buscar íntimamente consigo mismo/a. Y nos dice que encontraremos nuestro sentido y nos viviremos en él, cuando tomemos decisiones responsables, decisiones que sean congruentes con el cometido que cada uno/a identifica que desea realizar en su vida.

El trastorno de ansiedad y el vacío de sentido

La terapia existencial y la logoterapia en particular, plantea que el ser humano tiene la capacidad de autodistanciarse y autotrascender, a la par que rechaza el concepto de enfermedad mental y las etiquetas diagnósticas. Asume que todo comportamiento humano es normal si se mira desde el punto de vista de la perso­na afectada, es decir, asume que los trastornos y la psicopatología son formas inauténticas de existencia, son estancamientos o vacíos existenciales, defensas o negaciones, renuncias o pérdidas de libertad…

Podemos elegir la naturaleza de nuestra propia existencia, y es esta capacidad de elección o libre albedrío la que nos responsabiliza de nuestra propia vida, y nos acerca a vivir todo tipo de emociones incluidas la ansiedad, pero siendo conscientes de que vivimos una vida auténtica, elegida, libre… mientras que si no ejercitamos esta capacidad de elección, nos sentiremos culpables por no hacerlo y malograremos nuestra voluntad de sentido, la ansiedad se tornará en angustia y producirá conflictos morales, espirituales o existenciales.

Esto último es lo que sucede en numerosas ocasiones cuando el miedo condiciona muchas de las decisiones que tomamos, cuando deseamos hacer cosas pero sin sentir ansiedad y nos hacemos la promesa íntima de que no las haremos mientras no nos veamos tranquilos. Por no sentir ciertas emociones a corto plazo, estamos rechazando vivir experiencias que generarán ese tipo de conflictos y un vacío existencial.

Es en estos momentos cuando tenemos que ser conscientes de nuestra propia responsabilidad: si no te sientes libre para hacer lo que deseas llevar a cabo, es porque estás enfocado/a en disfrutar y no sufrir con aquello que realizas, y no en ¿qué sentido le quieres dar a tu vida a través de tus actos? Procura hacer esta elección consciente y pregúntate si estás dispuesto/a a ser consecuente con lo que supone a largo plazo el evitar el posible dolor, o si prefieres fijarte otras metas, porque, quizás, ese cambio de esencia y el lanzarte a experimentar, de un sentido más concreto a la propia existencia.

«Vivir, en último análisis,
no significa otra cosa que tener la
responsabilidad de responder exactamente
a los problemas vitales, de cumplir las
tareas que la vida propone a cada uno de
nosotros, ante la exigencia del momento
».

Viktor Frankl

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