En muchas ocasiones me encuentro delante de personas que conocen lo que es convivir con la ansiedad de forma recurrente, y las escucho asustadas preguntándome “¿Pero esto tú crees que se cura?” “¿Esta ansiedad será así para siempre?” Y es que convivir ataques de pánico de forma recurrente se experimenta como una tortura que a veces no parece tener fin. Hoy abordamos una de las creencias que más miedo da, y desde ya os adelantamos: la ansiedad no es crónica.

Ansiedad: una respuesta

Cuando se vive ansiedad a diario, es cierto que podemos llegar a creer que estamos y estaremos atrapados por esta. Pero no nos cansaremos de repetir que la ansiedad en sí misma es un problema psicológico que pertenece a la categoría de los trastornos del ánimo, por lo que, para empezar, no tiene la misma naturaleza, desarrollo y evolución que la que pueden tener los trastornos mentales graves.

Un ataque de ansiedad se caracteriza por una serie de síntomas físicos y pensamientos asociados que nos sumergen en una emoción de tremendo miedo, con los que reaccionamos como podemos, siempre con la intención de salvarnos de una experiencia que, en sí misma, es tremendamente desagradable. Resulta tan aterrador que muchas personas piensan que se están muriendo, se están volviendo locas o se van a desmayar.

Pero lo que realmente significa un ataque de ansiedad es ser una alarma que nuestro sistema decide activar, independientemente de nuestra voluntad; una respuesta que genera nuestro dueto mente-cuerpo para hacer frente a la acumulación de presión a la que le sometemos. Así que es un tipo de respuesta al estrés intenso, una respuesta primitiva que no entiende de tipos de amenazas, y que se activará de igual manera al ver un coche que se dirige hacia nosotros a toda velocidad al cruzar la calle como a tener que exponer resultados al equipo de compañeros del trabajo.

¿Mi vida con ansiedad o que la ansiedad sea mi vida?

Un ataque de ansiedad puede ser puntual en el tiempo y acotado a una situación o problemática concreta para la persona, pero también puede que se repita cada vez que nos enfrentamos a esa dichosa situación. ¿De qué depende? De las estrategias que llevemos a cabo para enfrentarnos sucesivamente a ella. Cuando vivimos esa experiencia tan aterradora (y si encima nos es desconocida), casi siempre el primer instinto que nos sale es salir corriendo, huir, o quedarnos paralizados; es posteriormente a esos momentos, ya cuando la razón parece volver a su sitio hegemónico, que solemos asociar ese estado físico y mental a un contexto o acción determinados. Y desde lo racional nos prometemos que no nos volverá a pasar, si hace falta no volveremos a ese sitio o no volveremos a hacer tal cosa que nos dio a conocer el terror en estado puro.

El problema de estas estrategias de evitación que de primeras parecen que nos salvan, a la larga se convierten en experiencias censuradas, que poco a poco pueden afectar nuestro ritmo de vida diario hasta hipotecarnos. Teniendo que modificar hábitos, hasta sentir que nuestra vida es más limitada de lo que estamos dispuestos a aceptar. Es en estos momentos cuando una serie de ataques de ansiedad han pasado a convertirse en un trastorno de ansiedad. En donde en los casos más limitantes, el día a día se torna una lucha por encontrar actividades o entornos que nos proporcionen sensaciones de seguridad y tranquilidad, procurando buscar la certeza de experimentar sosiego para contrarrestar la incertidumbre.

Con esta estrategia para enfrentarnos a los acontecimientos de nuestra vida, lo que hacemos es acostumbrarnos al sufrimiento: al sufrimiento de pensar que no seremos capaces, que no estamos hechos para esto o aquello, que debemos prescindir de hacer ciertas cosas para no pasarlo mal… “esto no puedo hacerlo, me da ansiedad”, “no soy normal como las demás personas”, “soy ansioso por naturaleza”, podemos llegar a decirnos. De tal manera que la ansiedad, que pudo empezar como algo puntual, ha pasado a ser una experiencia repetida en el tiempo, y ya encima nos define y definirá por el resto de nuestra vida.

¿Qué es lo que puede convertirse en crónico?

Esta creencia que podemos haber ido consolidando con el tiempo y las estrategias de gestión que desarrollamos para intentar sobrellevarla, es lo que nos atrapa en algo que parece ser crónico. Así que lo que se va cronificando, si no ponemos un poco de atención, son los hábitos y las ideas, las maneras en las que nos tratamos, y en la que nos percibimos a nosotros/as mismos/as.

A veces todas nuestras energías se gastan en parecer competentes y que encajamos en un perfil idealizado de “normalidad”, en que no se note que “soy raro o frágil”, en intentar negar el mensaje que nos está aportando esta respuesta de nuestro organismo, esforzándonos por aparentar que todo nos va estupendamente, que podemos con todo; mientras que en nuestro fuero interno se sobredimensionan las dificultades a las que nos enfrentamos en nuestra cotidianeidad y nos sentimos indefensos. Agotador. Y además, paradójicamente, es una postura y maneras de obrar frente a lo que nos está sucediendo que, lejos de funcionar, aumentan más nuestros niveles internos de ansiedad.

Lo crónico no es la ansiedad, que no deja de ser una experiencia que empieza, está con nosotros un tiempo y siempre termina remitiendo, gracias a la tendencia homeostática de nuestro organismo; sino que lo crónico puede llegar a ser la manera en que la entendemos, nos relacionamos con ella (o cómo la incluimos en nuestra vida) y nos entendemos a nosotros mismos.

La plasticidad neuronal del ser humano, o el mecanismo que nos permite aprender y adaptarnos a los cambios de nuestro entorno, es algo que no dejamos de tener a lo largo de nuestra vida. Por lo que las personas no tenemos la capacidad de desaprender, pero sí podremos reaprender (gracias a nuestra plasticidad) hábitos que nos sean más beneficiosos a la larga, que jueguen a nuestro favor y no en nuestra contra. Huye de hábitos rígidos e inamovibles, valoraciones absolutas y etiquetas genéricas; y apostemos por hábitos que nos ayuden a sobrellevar las dificultades que a veces la vida nos pone por delante, y perspectivas más flexibles, procurando así no hacérnoslo más difícil de lo que ya es para cualquiera.

Si de verdad sientes angustia por encontrarte en una situación en la que te sientes limitado/a y no lo deseas, habla más alto que tus miedos y ponte en manos de un profesional de la salud mental para poder identificar qué creencias has ido desarrollando que, lejos de ser verdades absolutas, son simplemente aprendizajes involuntarios cuyas raíces han ido creciendo y que ahora mismo te están poniendo la zancadilla.

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