En numerosas ocasiones, nos preguntamos cuánto puede parecerse una crisis de ansiedad a un episodio traumático. Empezaba Bessel van der Kolk su libro “El cuerpo lleva la cuenta” con las siguientes palabras: “No es necesario ser soldado de guerra, ni visitar un campo de refugiados en Siria o en el Congo para encontrar el trauma. Los traumas nos suceden a nosotros, a nuestros amigos, a nuestros familiares y a nuestros vecinos. Hace falta muchísima energía para seguir funcionando llevando sobre las espaldas el recuerdo del terror y la culpabilidad por la debilidad y la vulnerabilidad más absolutas.” Y así este autor comienza a hablar del estrés postraumático.

Bessel define el trauma como la experiencia que sobrepasa los mecanismos de supervivencia de la persona, así como sus facultades para reaccionar ante lo que le sucede. “Para esa persona la vida nunca será la misma después de esa experiencia, es un proceso complejo en el cual el cerebro se da cuenta de que el mundo que conocía, ha cambiado.

Así es la vida para muchas personas después de su primera crisis de ansiedad, el mundo que conocían ha cambiado y su percepción de ellos mismos probablemente, también lo hará para siempre. La percepción más absoluta de vulnerabilidad ha llegado para quedarse y lidiar con ello, supone, cuanto menos, un gran estrés.

La primera crisis de ansiedad

Estaba yendo a trabajar, como todos los días hacía, recorriendo las largas calles de Barcelona. Hacía más calor de lo normal, una de estas olas de calor del verano que incitan a autosecuestrarse en casa bajo el aire acondicionado. Entonces aparecieron diferentes preguntas en mi mente ¿Y si me da un golpe de calor? ¿Y si me desmayo? ¿Y si no consigo seguir andando? Todas ellas aparecían a una velocidad de vértigo por mi mente, sin que ni siquiera pudiera plantearme que me estaba llevando a preguntarme de una manera tan alarmista todas esas preguntas. Entonces apareció una brusca sensación de muerte inminente, de parálisis y de ganas de salir corriendo a la vez. Y no se me ocurren más palabras para describir aquello que sentí y que días más tarde pude etiquetar como crisis de ansiedad. Sentí perder todo aquello que me sostenía, mi seguridad, mi cuerpo, mi templanza, mi conocimiento, mi capacidad resolutiva, todo murió por unos minutos, para quedarme yo, más desnuda que nunca, bajo el miedo más intenso que había sentido jamás. Tanto miedo fue, que ni siquiera supe llamarlo miedo y que pude identificarlo más con la palabra muerte“.

Ciertamente, no para todo el mundo la experiencia del pánico significa lo mismo. Hay quien vive una crisis y se queda ahí, como un episodio desagradable, mientras para otros es una experiencia que marcará su vida para siempre, provocando inevitablemente un replanteamiento de sí mismos y de su manera de concebir el mundo. Así como pasa con otras experiencias traumáticas: violencia, robos, agresiones… El hecho traumático no marcará de un modo concreto el futuro de la persona, sino que intervendrán diversos factores (personalidad, capacidad de afrontamiento, recursos, apoyo social…) que marcarán el impacto de la vivencia en la persona.

Dentro de las numerosas cosas que mis pacientes me han enseñado, una de ellas es lo sencillo que resulta infravalorar una crisis de ansiedad. Intuyo que una gran mayoría de ellos, se sentirían más seguros, si pudiesen contar que no viajan en autobús ( por ejemplo) porque un día sufrieron un accidente en él y creyeron morir. De hecho, no es la primera vez que me cuentan como uno llega inventarse historias para justificar miedos que sino parecen carecer de sentido. En la primera crisis de ansiedad, casi nadie cree estar teniendo mucho miedo, la mayoría creen estar muriendo, o sufriendo un episodio que etiquetan cómo locura. Tal vez, sería interesante plantearnos, que estamos tratando con experiencias verdaderamente duras e intensas, que nos acercan, aunque sea de un modo subjetivo, a la muerte y al peligro de un modo directo. Desde esta perspectiva la culpabilidad y los sentimientos que surgen asociados a los trastornos de ansiedad (debilidad, fracaso, cobardía…) podrían ser mejor abordados. ¿Será acaso injusto desprestigiarnos por vivir con miedo después de una experiencia tan desgarradora?

Estrés postraumático y crisis de ansiedad

En el blog de hoy utilizaremos diferentes fragmentos del libro “El cuerpo lleva la cuenta” de Bessel van der Kolk, en los que se analiza al trauma en profundidad, con el propósito de comparar la experiencia del primer ataque pánico con el hecho traumático, concluyendo tal vez, que existen crisis de ansiedad, que no dejan de ser episodios traumáticos para muchas personas.

Horrible e insoportable

La esencia del trauma es que es abrumador, increíble e insoportable. Cada paciente nos pide que dejemos de pensar en términos de lo que consideramos normal y aceptemos que estamos tratando con una realidad dual: la realidad de un presente relativamente seguro y previsible que vive al lado de un pasado ruinoso que se hace continuamente presente.

Cuando una persona sufre su primera crisis, se produce una incapacidad para poder describir con palabras la experiencia sentida. En palabras del Doctor Antoni Bulbena, uno de los problemas de la ansiedad es la dificultad para poder ponerle palabras, por lo que los pacientes acaban recurriendo a diversos adjetivos para poder describir la experiencia: insoportable u horrible entre otros. La mayoría de los padecedores reciben frases continuas de su alrededor del tipo: “estate tranquilo, no está pasando nada” “no sé a qué tienes miedo si todo está bien”. Pero la experiencia vivida ha supuesto una incapacidad para poder percibir el mundo como era antes, un mundo seguro y un organismo del que poderse fiar. Una sola experiencia ha bastado para sentir el mundo como un lugar peligroso, para vivir con el miedo a que la experiencia vuelva a repetirse. Y el mundo de la persona se hipoteca con la intención de no volver a revivir un pasado, que resultó insoportable ( al menos así fue percibido).

Historias “sin sentido”

Las huellas de las experiencias traumáticas no se organizan como narrativas lógicas coherentes, sino como huellas sensoriales y emocionales fragmentadas: imágenes, sonidos y sensaciones físicas.”

Nadie recuerda que hizo el 10 de septiembre del 2001, sin embargo, todos o casi todos, sabemos dónde estábamos el 11 de septiembre cuando aquel avión colisionó en directo con una de las torres gemelas. No recordamos que hicimos después, ni probablemente que hicimos antes de que el suceso se produjese, pero tenemos esa imagen grabada en nuestra memoria, nosotros observando la tele y viendo la catástrofe. Así nos pasa cuando algo nos impacta y nos deja noqueados. Retenemos imágenes, sensaciones físicas, pero perdemos la capacidad de realizar una narrativa coherente de lo que pasó. Cuando nuestros pacientes acuden a consulta por primera vez, vienen muchas veces muertos de miedo, relatando su primera crisis de ansiedad a través de sus sensaciones físicas y su recuerdo de unos pensamientos que les dejaron totalmente atormentados. Nosotros, les ayudamos a construir una narrativa coherente de aquello que sucedió, porque entonces, cuando somos capaces de entender que pasó, la experiencia, el pánico en éste caso, puede ser digerido y vivido desde otro punto de vista.

Realidad o imaginación

Para saber quiénes somos (para tener una identidad) debemos saber (o al menos sentir que sabemos) qué es y qué era real. Debemos observar lo que vemos a nuestro alrededor y etiquetarlo correctamente; también debemos poder confiar en nuestros recuerdos y poder distinguirlos de nuestra imaginación. Perder la capacidad de realizar estas distinciones es una señal de lo que el psicoanalista William Niederland ha llamado el asesinato del alma. Borrar la conciencia y cultivar la negación suele ser esencial para la supervivencia, pero el precio es que pierdes la pista de quien eres, de lo que estás sintiendo, y de en qué y en quién puedes confiar.

Uno de los problemas que se dan después de los sucesos traumáticos es la dificultad para etiquetar, qué de todo aquello que pasa por nuestra mente es real o imaginario, que conclusiones son certeras y cuáles son aquellas que carecen de evidencia. El mundo real y el imaginario se funden para provocar en la persona una dificultad para poder discernir correctamente. Poniendo de ejemplo la crisis de ansiedad, entendemos que la emoción que la precede es un intenso miedo, que como consecuencia genera numerosos pensamientos catastrofistas que la persona acaba creyendo a pies juntillas: “he perdido el control”, “he estado a punto de volverme loca”, “he estado a punto de ahogarme”, etc. Se produce comúnmente la distorsión cognitiva llamada razonamiento emocional, la persona cree que sus emociones reflejan como son las cosas, es decir, lo que se siente emocionalmente es cierto: si siento que me estoy volviendo loca, es porque me estoy volviendo a loca.

¿Quién soy?

Nos dicen en consulta, como si su identidad se hubiese disipado y ya no pudiesen saber quiénes son. Cuándo todo lo que pasa por nuestra mente, acaba pudiendo ser verdad, fijar una identidad es complejo, y sin saber quiénes somos o como decía Bessel al menos lo creamos saber, difícilmente podremos afrontar el futuro incierto al que todos nos enfrentamos.

La vida de algunas personas parece fluir como una narración; la mía ha tenido varias paradas y arranques. Esto es lo que hace el trauma. Interrumpe la trama… Simplemente sucede y la vida sigue. Nadie te prepara para ello.

Jessica Stern, Denial: A Memoir of Terror.

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