El pensamiento focalizado es una de las capacidades más potentes que caracteriza a las personas con ansiedad, y consiste en poder centrar su atención en algo de manera mantenida en el tiempo y de forma persistente, a pesar de otros estímulos ambientales. Es una capacidad que no todo el mundo goza de “fábrica”, hay personas cuya atención se dispersa con facilidad y esto les acarrea ciertas dificultades, por ejemplo, a la hora del aprendizaje. Lo que sucede es que, esta capacidad de mantener nuestra atención puesta en algo, supone dos caras de una misma moneda: puede tanto jugar a nuestro favor como resultarnos una carga, dependiendo del estímulo, pensamiento o emoción sobre los que esté desarrollándose.

Los corredores de fondo, por ejemplo, buscan ganar distancias y mejorar su resistencia, pero para ello hay una cuestión crucial que les ayuda en sus objetivos: dirigir su mente hacia la concentración. En los entrenamientos tienen que planificar y considerar no sólo sus tiempos y distancias, sino también poner atención a su alimentación y periodos de descanso y recuperación (que son tanto o más importantes que los periodos de actividad); sin embargo, el día que compiten, llega un momento en que los corredores entran en un estado de concentración en el que únicamente se centran en continuar, en seguir dando zancadas y nada más. Esto es así porque si focalizasen su atención en el efecto del cansancio, el desgaste energético que les está conllevando la carrera y probablemente el dolor corporal, no continuarían corriendo.

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El pensamiento focalizado: el papel que juega nuestra atención

La atención es un proceso cognitivo que nos permite filtrar la información que valoramos como relevante y sobre la que basaremos nuestras interpretaciones y lectura que hagamos de la realidad. Su finalidad es la de mantener el estado de alerta necesario en cada momento como para apreciar cambios; ayudándonos a sobrevivir y predisponiéndonos al aprendizaje.

Nuestra mente trata siempre de optimizar el gasto energético, por lo que a la hora de seleccionar información, necesitará escoger entre lo que le es importante y lo que no, identificando y recordando lo relevante, y desechando y olvidando lo irrelevante. ¿Qué es lo relevante y lo irrelevante para nuestro cerebro? Pues dependerá de muchos factores, como lo heredado genéticamente, lo aprendido a través de nuestras experiencias y el sistema de creencias y motivaciones que hayamos establecido.

Atención selectiva de la información: cuando se convierte en una distorsión

Lo curioso de esta capacidad de la mente humana del pensamiento focalizado es que llevamos entrenándola toda la vida sin darnos cuenta. Lo que sucede es que al dirigir nuestra atención y seleccionar cierto tipo de información y desechar el resto casi por sistema y de forma mantenida en el tiempo, hace que caigamos en hábitos y “vicios” atencionales sin ser conscientes y terminamos prestando atención casi siempre a los mismos aspectos que nos rodean.

  • Si una persona considera que la vida ha de ser justa, es probable que pase mucho tiempo posando su atención en los eventos o detalles de su día a día que considere que son injustos (ya que boicotean su creencia), y por supuesto todos los detalles que haya vivido como justos no los tendrá en cuenta; lo que seguramente le provoque enfado todas y cada una de las veces que atienda a este tipo de “información relevante”.
  • A una persona que tiende a ser muy perfeccionista y crítica, seguramente le preocupe mucho no cometer lo que entiende como “errores”, así que en gran medida estará pendiente de buscar y encontrar lo que “sale mal”. Ese listado de críticas que su atención selecciona automáticamente como importante, primará por encima de los éxitos (desechados) y es probable que esto, mantenido en el tiempo, haga que se sienta insegura.
  • Cuando creemos que lo más importante es evitar sentir miedo, vivir tranquilos, focalizamos nuestra atención en aspectos que percibimos como posibles peligros, lo que hará que nuestras intenciones y motivaciones se enfoquen a salvarnos por encima de vivir otro tipo de experiencias más enriquecedoras.

El filtraje o pensamiento focalizado es una distorsión de interpretación, con la que el mundo toma el aspecto de justamente aquello que más tememos. Así que si no hemos aprendido a observar dónde posamos nuestra atención y no la redirigimos si nos parece necesario, o si en vez de centrarnos en lo que nos gusta y deseamos, nos focalizamos en lo que tememos, el resultado de esta capacidad es bien distinto.

Una persona que vaya a un concierto de su grupo favorito y sienta ansiedad ante concentraciones masivas de personas, tenderá a desechar la idea de ir a disfrutarlo para focalizar su atención en imaginar los posibles peligros que pueden suceder, y en observar dónde están las salidas del recinto incluso antes de acomodarse en él. Una persona a la que le horroriza sentir reacciones fisiológicas como el aumento del ritmo cardiaco o la sensación de falta de aire, puede dejar de valorar lo bien que se sentía cuando hacía deporte, para pasar a estar chequeando su cuerpo, temiendo distinguir cambios en él, decenas y decenas de veces al día…

En estos y otros muchos ejemplos en los que la distorsión de pensamiento focalizado está presente, básicamente en los que el miedo es la emoción base en la que se focalizan los pensamientos, la persona invierte una cantidad muy generosa de tiempo y energía en imaginar o interpretar peligros. Es en estos casos cuando dirigimos nuestra mente a concentrarnos en aspectos peligrosos de los que huir, algo que llevado al ritmo del día a día puede llegar a resultar tremendamente agotador y angustiante.

¿En qué nos puede beneficiar el pensamiento focalizado?

Poder focalizar nuestro pensamiento en algo nos permite concentrarnos en ello, proporcionándonos persistencia en aquello en lo que nos centramos, a desarrollar meticulosidad, nos ayuda a aumentar nuestra capacidad de observación y percibir muchos más aspectos que quizás otros pasarían por alto.

Si la empleamos en un objetivo o actividad que nos gusta y nos motiva, por ejemplo, en llevar a cabo una afición que nos gusta, en desarrollarnos laboralmente en un ámbito que nos resulta atractivo, en cumplir nuestros deseos como viajar o en intentar comunicarnos más con las personas que sentimos que nos aportan compañía de calidad, puede sernos tremendamente beneficioso y enriquecedor.

Observar hacia dónde solemos dirigir nuestra atención y pensamientos, y entrenar en focalizarla hacia lo que deseamos, siempre teniendo en cuenta que aparecerán factores no deseables (como el desgaste y el cansancio en el corredor de fondo), ayudará a llevarnos a la acción, persistir en ella, a afinar y perfeccionar nuestro desempeño. Esto nos puede conducir a sentir nuestros objetivos cada vez más cercanos, contribuyendo a aumentar nuestra propia percepción de capacidad y a fortalecer nuestras motivaciones y autoestima.

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