Un hecho innegable que ha trascendido en la historia de la humanidad ha sido el del desarrollo tecnológico y comunicacional experimentado a lo largo de estas tres últimas décadas. Los que tenemos conocimiento de ello, hemos pasado de recibir cartas y llamadas en nuestros domicilios, a poder localizar y ser localizados por otras personas de entornos muy diferentes en cualquier lugar y momento del día. Gracias a Internet y los diferentes tipos de redes sociales, podemos asomarnos a contenidos que comparten nuestros familiares, amigos y desconocidos, al instante, sin esperas. Sí, el mundo se encuentra interconectado y eso indudablemente es un beneficio común. Pero cuando decimos esto estamos hablando de un complejo cambio social, político, educativo, económico, cultural e ideológico que, a pesar de sus bondades, paradójicamente en el ámbito psicológico hace que muchas personas se sientan desconectados en un mundo conectado. Hoy nos asomamos al aislamiento social en plena era digital.

Uso y abuso

Algo revolucionario que vino para quedarse, que es un avance que nos proporciona grandes facilidades, a la par también está trayéndonos consigo grandes retos que manejar en materia de cambio.

Sólo para que nos hagamos una ligera idea de hasta dónde se extiende la presencia e influencia de la era digital vamos brevemente a daros algunos de los datos extraídos del informe Estudio Digital 2023 desarrollado por la agencia creativa We Are Social en colaboración con Meltwater:

Estos datos se traducen en que millones de personas dedicamos diariamente varias horas de nuestro tiempo a las redes sociales, convirtiéndose en hábitos cotidianos que, si no ponemos atención por llevar a cabo de forma racional y responsable, pueden terminar derivando en un consumo atroz de información (cuya producción y caudal están supeditadas a lo monetario), en donde el significante suele resultar más atractivo que el significado, y que crea una necesidad imperiosa de continuar conectado a la realidad, o más bien a una parte de la realidad del siglo XXI -la digital-.

Es algo atractivo

Quizás lo primero que hacemos por las mañanas al levantarnos es revisar si nos ha escrito alguien al Whatsapp, si tenemos nuevos correos electrónicos o notificaciones que nos puedan interesar en otro tipo de redes sociales como Instagram. Y es que estar interconectados y acceder a cualquier contenido al momento, gracias a las nuevas tecnologías, resulta tremendamente atractivo.

El mundo digital se nos presenta como un medio para la creatividad, salida para la comunicación y plataforma para la información. Estar conectado parece sinónimo de bienestar. De hecho, si queremos acceder a determinados servicios y beneficios, tenemos la necesidad de tener un ordenador en nuestro hogar o un teléfono inteligente lo suficientemente actualizados como para formar parte del grupo de los beneficiados (algo que, recordemos, los que no poseían durante el confinamiento de la covid-19 acusaron muy mucho sus efectos). Y es que, llegados a este punto en la práctica, podría considerarse que las redes sociales han surgido como una forma poderosa de relacionarnos más allá de nosotros mismos.

Vivir más interconectados que nunca no sólo resulta atractivo por la influencia del imaginario colectivo y su utilidad, sino que también nuestro cerebro reacciona por sí sólo al uso de las redes sociales. Al recibir notificaciones, “me gusta”, o que el número de visitas a nuestros contenidos aumente, hace que en la compleja red de nuestro cerebro se produzca una activación del sistema dopaminérgico, o sistema de recompensas, que media en nuestra sensaciones de placer y satisfacción gracias a la segregación de dopamina; es decir, que el reconocimiento social que se mueve por las redes (en ocasiones tremendamente efímero), es como el chocolate, hace que nos sintamos premiados, y esto a su vez provoca que se refuerce nuestra búsqueda de “más dosis” de premios, aumentando nuestro consumo de redes. Es por esto que de un tiempo a esta parte se habla del favorecimiento de conductas adictivas si se hace un uso poco responsable de las mismas.

La cara B de la comunicación digital

Pese a que una gran mayoría de nosotros pensemos que eso de hacer un uso poco responsable de lo digital o que ser adictos a las redes sociales es cosa de otros, ¿quién no ha aceptado alguna vez las condiciones y permisos del uso de nuestros datos por parte de las plataformas web sin haberlas leído?, ¿somos siempre cuidadosos al nivel de exposición pública al que sometemos nuestra vida (o la de nuestros amigos, familiares o hijos menores) cuando colgamos contenidos personales en las redes?

Ser conscientes del uso que hacemos de estas herramientas de comunicación puede ofrecernos posibilidades que en el mundo físico no siempre están presentes, y sin embargo, muchas veces estamos poco informados de los riesgos que implica no hacer un uso seguro y responsable de las redes sociales, algo que, sin saberlo, nos esta poniendo en situaciones de riesgo. Porque lo cierto es que no todo resulta atractivo a la hora de vivir en la era digital.

Actualmente existe un amplio glosario de términos que hacen referencia a otra forma más de violencia, una que tiene una entidad propia, la violencia digital: ciberacoso, cyberbullying, sextorsión, trolling, flaming, doxing, grooming, happy slapping, sharenting… Vocabulario que informa sobre diferentes tipos de actos violentos que pueden perpetrarse a través del ámbito digital, y que se han ido instaurando entre nosotros a medida de que las posibilidades de uso de las redes ha ido aumentando exponencialmente; mientras que las leyes reguladoras han evolucionado más discretamente, en ocasiones a rebufo, tras identificar las problemáticas a las que nos vamos enfrentando.

Estos tipos de violencia digital, que no será física pero sí emocional, afectan al año a centenares de miles de personas sólo en nuestro país, con posibles consecuencias para la persona (ya sea adulta o menor) como: bajada del rendimiento, dificultades para la inserción o desempeño laboral, empeoramiento de la calidad de vida, establecimiento de percepciones erróneas acerca de las relaciones, problemas a la hora de hacer amistades, desconfianza en los otros, aislamiento social, sentimientos de miedo, soledad, indefensión o impotencia, posible desarrollo de adicciones, ansiedad o depresión, entre otras.

Des-comunicados

Como vemos, a veces estar interconectados y según lo que compartamos entre nosotros, puede conllevar que hagamos una lectura errónea o sesgada de lo que implican las relaciones humanas, la amistad o las relaciones de pareja; algo que en ocasiones termina haciendo sentir desconfianza e incluso hostilidad hacia los demás, sufrimiento, y la decisión de la persona de aislarse socialmente, no sólo en su ámbito digital sino también en su vida no digital.

Pero no sólo es necesario ser víctima de violencia online para sentirnos aislados del resto del mundo. Antes comentábamos la adicción que podemos desarrollar hacia las redes, y hemos nombrado una palabrita: “phubbing”. Que -si no la habéis buscado- resulta de la combinación de phone (teléfono) y snubbing (hacer un desprecio), y nos habla de un fenómeno social sutil pero nocivo que posiblemente hayamos llevado a cabo y experimentado en nuestras propias carnes todos y todas alguna vez: el hecho de ignorar a alguien durante una reunión social por estar prestando atención al teléfono móvil en lugar de hablar con esa persona cara a cara.

Cada vez es más frecuente (y por desgracia aceptado) estar entre amigos y ver cómo en algún momento podemos estar casi hablando solos porque los demás están comunicándose o viendo contenidos de otras personas a distancia, es decir, con las que no están presentes en ese momento. Este tipo de hábito nos distrae, conduciendo nuestra atención del mundo físico al virtual, genera vacíos en las conversaciones, disminuye la fluidez de la comunicación y el vínculo, provoca cierta sensación de insatisfacción en las relaciones con los otros (efectos que se acusan aún más en la de pareja, que es con la que previsiblemente se invierte más tiempo y ocasiones de contacto), así como induce a sensaciones de ostracismo o destierro que, como se ha demostrado, favorece estados de ánimo negativos y un “dolor social” que se va instalando intermitentemente hasta que, en última instancia, puede amenazar las necesidades humanas fundamentales de pertenencia, autoestima, control y existencia significativa.

Nuestro cerebro está constantemente buscando estímulos y novedades, y si consideramos que lo que tenemos delante nos aburre, hoy en día el recurso más rápido y que no requiere a penas esfuerzo es tirar de móvil y revisar el correo o los comentarios recibidos por redes sociales, pero ¿alguna vez te has dado cuenta tarde de que podías haberle cedido tu asiento a una embarazada por estar mirando el móvil?, ¿no te has enterado bien de lo que ha pasado entre los protagonistas de la peli que te has puesto a ver por contestar el mensaje de tu amiga?, ¿sientes que eres incapaz de desconectar del trabajo una vez que estás fuera de él rodeado/a de otras personas?

En búsqueda de la conciliación

El uso indiscriminado del teléfono móvil y las redes sociales puede alimentar un círculo de hábitos nocivos que nos impidan percibir, sentir y relacionarnos más con el mundo físico, el tangible. Por ello, os animamos a buscar la conciliación a través de algunas claves como estas:

  • Cuestionarnos el nivel de consumo que hacemos del mundo virtual versus la dedicación hacia nuestro entorno inmediato
  • Ser críticos con lo que encontramos en las redes sociales, por muy tendencia que sea
  • Optar por calidad en vez de cantidad de los contenidos virtuales
  • Si desconoces el alcance que puede tener la violencia online, y más la dirigida hacia los menores, te recomendamos que te informes. (En las fuentes de este artículo encontrarás un enlace a un informe muy completo realizado por Save The Children por el que puedes empezar)
  • No apoyar con nuestro silencio o indiferencia los actos violentos o delictivos que detectemos por las redes. Comunícaselo a alguien que creas que te puede ayudar (responsables de la plataforma, adultos de confianza, policía…)
  • Hagamos una clara distinción entre los actos que observamos a nuestro alrededor y los que podemos leer en las pantallas bajo el anonimato y la impersonalidad que aportan las redes
  • Elijamos cuidadosamente las notificaciones que verdaderamente necesitan ser contestadas sin descuidar a nuestros seres queridos mientras compartamos nuestro tiempo con ellos
  • Y en todo caso, si no podemos evitar consultar las redes, expliquemos a nuestro interlocutor del porqué de nuestra temporal ausencia mental

Fuentes:

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