Cuando pensáis en algo que requiere fuerza de voluntad, ¿qué es lo primero que se os viene a la cabeza? La mayoría de nosotros ponemos a prueba nuestra fuerza de voluntad intentando resistirnos a una tentación, ya sea un dónut, un cigarrillo, unas rebajas o bien cuando dejamos tareas apartadas para otro día (ese día nunca llega), nos apuntamos al gimnasio y nunca vamos, comenzamos una tarea que no acabamos, empezamos un hobbie que nos dura 3 días… Creemos que cuando no podemos hacer algo es por falta de voluntad y que, si no la tenemos, no podemos obtenerla. Esto es un gran error. Sí podemos desarrollar y fortalecer nuestra fuerza de voluntad, pero primero tenemos que entender su significado. Hoy trazamos el camino de la fuerza de voluntad al hábito.

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¿Qué es la fuerza de voluntad?

La voluntad es la capacidad del ser humano de autodeterminación, consiste, ante todo, en un acto intencional, de inclinarse o dirigirse hacia algo, y en él interviene un factor importante: la decisión. La voluntad, como resolución, significa saber lo que uno quiere o hacia dónde va; y en ella hay tres ingredientes asociados que la configuran en un todo:

  1. Tendencia. Anhelo, aspiración, preferencia por algo. Una persona con voluntad alcanza lo que se ha propuesto si es constante. Esto significa tenacidad, insistencia, perseverar, no darse por vencido cuando las cosas empiezan a costar, empeño, tesón férreo.
  2. Determinación. Aquí hay ya distinción, análisis, evaluación de la meta pretendida, aclaración y esclarecimiento de lo que uno quiere.
  3. Acción. Es la más definitiva y comporta una puesta en marcha de uno mismo en busca de aquello que se quiere.

Maticemos la diferencia entre deseo y querer

Desear es pretender algo de forma pasajera, momentánea, esporádica, sin continuidad, es algo que asoma en el escenario de los intereses y luego se difumina. Por el contrario, querer es determinación, propósito firme, decisión sólida, es haber tomado la resolución de conseguir algo y entregarse a esa tarea. El inmaduro va detrás de los deseos según van apareciendo y luego los va desechando. El que tiene madurez quiere algo con fundamento y precisión, lo califica, lo precisa, delimita su campo y se lanza con todas sus fuerzas en esa dirección evitando la dispersión, poniendo a la voluntad por delante, para que tire en ese sentido. El deseo es más emocional, el querer pertenece al patrimonio de la voluntad. Dicho de forma más rotunda: voluntad es determinación.

Fases de la voluntad

  • Saber el objetivo que pretendemos.

Cuando queremos algo, hay que ser capaz de perfilar muy bien aquello a lo que aspiramos. Tener muy claro que queremos conseguir, cual es nuestra meta, nuestro objetivo. Es fundamental tener objetivos claros, precisos, bien delimitados, medibles y además estables. Cuando esto es así y se pone el esfuerzo por ir hacia delante, los resultados positivos estarán a la vuelta de la esquina. La cabeza no tolera la dispersión de aquello que pretendemos conseguir. Ni tampoco querer abarcar más de lo que uno realmente puede. Aprender a renunciar es sabiduría y paz interior.

  • La motivación.

Constituye el gran dilema de la voluntad. La voluntad mejor dispuesta es la más motivada, la que se ve empujada hacia algo atractivo, sugerente, que incita a luchar por perseguir esa meta lejana, pero alcanzable.

  • La deliberación.

Es el análisis minucioso de los medios y los fines. ¿Compensa hacer esto?, ¿vale la pena desgastarse para conseguir esa empresa, ese proyecto, esa mejora en la personalidad, y en el plano de los estudios o a nivel profesional? En este punto analizamos las ventajas y los inconvenientes, si nos conviene o no, es entonces cuando realmente descubrimos si ese objetivo es algo bueno para nosotros.

  • Por último, está la decisión, la acción, la puesta en marcha hacia la consecución de nuestro objetivo.

Decidirse es querer. Si este es verdaderamente bueno, me mejorará como persona. A través de las acciones el hombre se va haciendo, según dirija su voluntad.

El papel de la motivación

La motivación es un estado interno que activa, dirige y mantiene la conducta de la persona hacia metas o fines determinados; es el impulso que nos mueve a realizar determinadas acciones y persistir en ellas para su culminación. La motivación es lo que nos da la energía y dirección a nuestra conducta. La motivación es un estado emocional que se activa cuando tenemos una buena razón para actuar, para movernos. Un estímulo que puede ser externo o interno; y que nos sirve como recompensa (o como castigo). Cuando tenemos un motivo lo suficientemente fuerte, este hará que actuemos casi sin pensarlo; impulsando nuestra voluntad hacia la acción. Es una especie de impulso que nos lleva a hacer algunas cosas sin que nos requiera demasiado esfuerzo; y que nos ayudará a conseguir un objetivo, una recompensa.

Podemos distinguir dos tipos de motivación: la motivación intrínseca es aquella que trae, pone, ejecuta, nos activa cuando lo deseamos, para aquello que nos apetece. Es, por tanto, una motivación que llevamos con nosotros, no depende del exterior y la ponemos en marcha cuando consideramos oportuno. La motivación extrínseca, por su lugar de proveniencia, externo, es aquella provocada desde fuera de nosotros, por otras personas o por el ambiente, es decir, depende del exterior, de que se cumplan una serie de condiciones ambientales o haya alguien dispuesto y capacitado para generar esa motivación. Aunque no lo parezca la motivación intrínseca es mucho más potente que la extrínseca, la externa implica un “deber, una obligación” y en ocasiones no estamos dispuestos a llevar a cabo esa “obligación”.

La constancia hace al hábito

Los hábitos son conductas que después de ser repetidas con frecuencia y constancia se convierten en una rutina. Son acciones que a fuerza de repetirlas se transforman en automáticas y las realizamos sin cuestionárnoslas (ejemplo: cepillarse los dientes 2/3 veces al día); una vez interiorizadas no tenemos que pensar en ellas; lo que nos deja tiempo para realizar otro tipo de tareas que sí que requieren una mayor concentración y atención por nuestra parte. Los hábitos nos hacen la vida más sencilla ayudándonos a ahorrar energía y esfuerzo.

Todo hábito requiere un aprendizaje, sobre todo cuando, de entrada, es costoso y pensamos que se trata de una tarea ardua a primera vista, aquí en donde entra en juego la constancia, que constituye otro de los grandes pilares de la voluntad. Habiendo tomado una determinación concreta, la constancia conduce a no interrumpir nada ni darse por vencido, a pesar de las dificultades que surjan, ya sean internas, externas o por el descenso de la motivación inicial.

¿Cómo potenciar nuestra fuerza de voluntad?

Objetivos claros y realistas.

Hay que saber bien qué se quiere lograr y estar seguro de que no sólo se desea, sino que se quiere, a pesar de las dificultades y el precio que conlleve conseguirlo. Ha de ser un propósito realizable, pues de nada sirve plantearse cosas que están fuera de nuestro alcance o varios objetivos a la vez. Se realista en el sentido de ajustar las expectativas respecto a lo que nos puede costar conseguir nuestra meta, este ajuste nos ayudara a que nuestra frustración no se desencadene con tanta facilidad y poder lidiar mejor con ella.

Dividir los objetivos en sub-objetivos.

Dividir un objetivo difícil en mini objetivos o mini retos más asequibles y planificar las “mini acciones” que permitirán conseguirlos ayuda a focalizar el esfuerzo y la fuerza de voluntad, facilita alcanzar esos logros parciales y estos mejoran la autoestima y proporcionan motivación extra para continuar.

Planifícate.

Fijarse un objetivo es fácil, lo difícil es mantenerlo cada día, de modo que la clave para que nuestra fuerza de voluntad no se debilite innecesariamente es tener un plan que anticipe muchos de los problemas y las tentaciones que nos surgirán y cómo los resolveremos. Es por ello que es altamente recomendable establecer una planificación previa del tiempo que le vamos a dedicar a un objetivo concreto y esforzarse en cumplirlo. De este modo iremos avanzando en nuestro objetivo, y el conocimiento de este hecho reforzará la motivación para seguir adelante.

Automotivación.

Conviene tener claro por qué nos planteamos ese objetivo. La motivación no será la misma si es porque lo consideramos un deber o porque alguien nos insiste en que lo hagamos que si es uno mismo quien lo desea y lo quiere, porque la motivación interna es mucho más potente.

Autocuidado.

Ejercitar la fuerza de voluntad requiere un esfuerzo cerebral intenso, así que si uno está débil, estresado o caótico emocionalmente es más fácil caer en las tentaciones. En cambio, comer bien, dormir, relajarse y regularse emocionalmente contribuye a mejorar la capacidad de autocontrol.

Controlar la frustración.

Los errores forman parte del proceso, que si uno no logra su propósito a la primera lo único que indica es que aún no ha alcanzado la meta, que sigue en camino y debe perseverar más. Lo importante, es aprender de los errores y planificar cómo superar esa situación la próxima vez que se plantee. No hay mejor entrenamiento para el músculo del autocontrol que vencer pequeñas tentaciones y volver a intentar vencerlas cuando se fracasa.

Comparte tu objetivo.

Explicar a otras personas el objetivo que queremos lograr es una forma de comprometerse más con él. En primer lugar, porque nos obliga a verbalizarlo, a escuchar cómo nos comprometemos en ello. Pero también porque cuando se tienen que rendir cuentas a los demás uno suele esforzarse un poco más. Con todo, el utilizar o no a otras personas como estímulo tiene mucho que ver con el grado de automotivación de cada persona.

Tan importante como esforzarse es reconocerse ese esfuerzo.

Observarse a uno mismo y anotar cuántas veces se evita o se vence una tentación o se cae en ella puede ser una forma de valorar la progresión. Y felicitarse por cada mini objetivo logrado –e incluso celebrarlo con algún tipo de recompensa–, ayuda a renovar la motivación y facilita que la fuerza de voluntad no desfallezca.

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