Aceptar la incertidumbre. Gran frase. Y qué difícil nos resulta. Cada vez más estudios científicos ponen de manifiesto que en los últimos años la intolerancia o la baja tolerancia a la incertidumbre van en continuo aumento. Es más, me atrevería a decir que es uno de los principales retos a los que se enfrenta nuestra generación. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar la incertidumbre? ¿Qué puedo hacer para conseguirlo?

¿Por qué nos cuesta tanto aceptar la incertidumbre?

Aceptar o tolerar la incertidumbre es complicado. Bastante. Las dudas y el no saber nos asusta, y mucho (es más, algunos de nosotros preferiríamos incluso saber algo, por muy negativo que fuese, a no saber). Si pensamos un momento en que no sabemos absolutamente nada de lo que nos deparará el futuro, es muy probable que nos pongamos nerviosos al anticipar alguna consecuencia negativa o catastrófica que pudiera pasar. Pero tranquilo/a, nos pasa a todos.

Parece que en situaciones de incertidumbre, el ser humano siempre se imagina o se pone en lo peor, ya que de esta forma nuestro cerebro se protege, anticipa o se prepara ante posibles amenazas o peligros y, por ende, puede enfrentarse a ellos más rápidamente y garantizar nuestra supervivencia.

Pero, independientemente de si nos ponemos o no en lo peor, ¿por qué es tan difícil entonces aceptar que hay cosas que no voy a saber o que escapan a mi control, que están por encima de mí? Quizá porque a nuestro cerebro le encanta el control, la certeza y todo lo predecible o lo que sigue ciertas normas o leyes estables (lo previsible), ya que estas condiciones nos permiten sobrevivir, le cuesta especialmente entender que muchas cosas en la vida son impredecibles y, por ende, incontrolables.

En definitiva: el control nos calma, nos da seguridad; la incertidumbre nos genera ansiedad y estrés.

¿Cuál es el problema? Precisamente que cada vez más a menudo nos encontramos con una sociedad más rápidamente cambiante, en continua evolución, por lo que parece que aceptar la incertidumbre cada vez será más necesario para adaptarnos al medio. La paradoja es tal que una de las pocas certezas que tenemos es que la vida actual es una continua exposición al cambio y a lo inesperado.

¿Qué puedo hacer para aprender a tolerar la incertidumbre?

Ésta es la pregunta del millón. Pero tenemos una solución: se puede aprender a tolerar o aceptar la incertidumbre, poco a poco, siguiendo una serie de estrategias:

• Adopta una actitud de curiosidad o reto hacia el futuro (no como una amenaza).

Dejémonos sorprender, veamos qué nos depara la vida. Salgamos de nuestra “zona de confort”, esperemos lo inesperado (sin resignarnos, que es muy diferente). Quizá el resultado sea mejor que el esperado.

• Acepta los pensamientos negativos (y no te dejes llevar por ellos).

Son sólo eso, pensamientos, no hechos o certezas. Por tanto, pueden ser verdad… o no (es más, me atrevería a decir que la gran mayoría de veces la realidad nos desmonta estos pensamientos).

¿Cuántas veces habríamos asegurado casi al 100% que algo ocurriría, y de repente viene la vida y nos sorprende con cosas totalmente inesperadas?

Cualquier pensamiento, preocupación o imagen negativa del futuro es sólo una interpretación catastrófica pero, como hasta el momento no somos adivinos ni somos capaces de leer el futuro, no podemos “engancharnos” a esos pensamientos negativos como si fuesen una verdad absoluta incuestionable. Al contrario, identifícalos y déjalos pasar, “veamos a ver qué pasa” cuando llegue el momento, no antes de tiempo.

• Entiende que ponerse en lo peor no lleva a nada.

Sí, es posible que esta afirmación te haya impactado, ya que existe una creencia muy común y muy extendida que dice algo así como: “Si soy pesimista o me pongo en lo peor, al menos estaré preparado o la caída no será tan dura (y si al final ocurre algo bueno, me alegraré el doble)”. Error.

Imagínate que llevas una semana entera pensando que vas a suspender un examen (y finalmente suspendes): ¿te has sentido algo mejor? Aunque puedas creer que sí, la diferencia es mínima o prácticamente inexistente a si no lo hubieras estado anticipando una semana antes. Es más, incluso la tristeza o decepción puede ser aún mayor porque llevas una semana entera en un bucle negativo. Párate a pensar en ello unos instantes (y donde digo examen, podemos poner infinidad de ejemplos).

• Deja atrás la alta necesidad de control.

Controlarlo todo es una utopía, es imposible. Pero la buena noticia es que no lo necesitamos. Somos seres humanos, imperfectos, y con una capacidad limitada. Pero no pasa nada. Absolutamente nada. Podemos disfrutar y ser igual de felices sin tenerlo todo atado y bien atado.

Es cierto que cierto control nos ayuda, por supuesto, a desenvolvernos en el mundo -tan caótico e impredecible en ocasiones-, pero aceptar que no tenemos el control de todo en la vida nos quitará un importante peso de encima y nos ayudará a vivir más libremente. ¿O acaso lo improvisado no es, en ocasiones, mucho mejor que lo planificado?

• Practica técnicas de relajación o ejercicio físico.

Aparte de reducir enormemente la ansiedad o nerviosismo que nos induce la incertidumbre, también en un segundo plano puede facilitar cierta distracción.

En definitiva, si sientes que tienes que tener el control de todo, es muy probable que la incertidumbre te genere muchísimo estrés o ansiedad. Si aceptamos que el control es imposible, dejamos de ponernos en lo peor o “engancharnos” a los pensamientos anticipatorios catastróficos o negativos del futuro y adoptamos una actitud no de amenaza, sino de reto o curiosidad por lo que vaya a venir, conseguiremos ir aprendiendo poco a poco a tolerar o aceptar la incertidumbre, el pan nuestro de cada día en la sociedad actual. Dejemos que la vida nos sorprenda, ¡a ver qué pasa!

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