La Rae define la felicidad como el estado de grata satisfacción espiritual y física.  En este artículo debatiremos esta pregunta que tanto nos hacemos: ¿Por qué quiero ser feliz y no puedo?

Para comenzar partimos de la base de que el término felicidad es un término absolutamente universalizado y que está en boca de todos. Un término que suscita atención en los seres humanos y que ha provocado una extensa literatura denominada literatura de autoayuda, dirigida a conseguir que los lectores, puedan, supuestamente, conseguir la felicidad plena, es decir, indicar cuál es el camino correcto de la felicidad.

Uno de los problemas de este tipo de literatura radica en la idea subjetiva de la felicidad. Cada uno tiene su propia idea montada en su cabeza. Quizá para ti ser feliz sea conseguir formar una familia idílica o puede que sea alcanzar un éxito profesional. ¿Dónde está la felicidad? ¿Existe realmente una fórmula mágica para empezar a ser felices? ¿Consiste en ser siempre muy optimistas? ¿Tal vez en no experimentar tristeza, ansiedad, miedos…? Creemos que no.

La idea extendida de promover en las personas la necesidad de alcanzar sentimientos de felicidad y satisfacción continuos provoca paradójicamente tristeza y frustración en los seres humanos.

La experiencia que todos compartimos, de un modo u otro, y en mayor o menor grado es la búsqueda del placer, el bienestar, y el alejamiento del dolor y del malestar… El problema surge cuando se promocionan culturalmente máximas o reglas para vivir que chocan con las características del ser humano.

El cerebro humano sano experimenta todo tipo de emociones

Comúnmente se tiene la idea equivocada de que sentir determinadas emociones nos impide ser felices. Sentir miedo, ira o tristeza parece ser incompatible con la felicidad. En realidad, estas ideas no son ciertas, esas emociones nos ayudan también en la búsqueda de la felicidad.
Sentir emociones dolorosas es una buena señal. El problema de hoy en día es que la gente considera que ser feliz, es estar feliz todo el tiempo, que si sientes ansiedad, tristeza envidia o miedo significa que te pasa algo malo y lo malo serían que no te pasaran. Cuando rechazamos estas emociones, y aquí está la paradoja, nos produce un inmenso malestar el tenerlas, además de que éstas se fortalecen y se intensifican. Por el contrario, si dejamos que fluyan y lloramos, tememos y nos enfadamos con permisividad será más probable que fluyan y que no vengan acompañadas de una percepción de fracaso, malestar e infelicidad.

La presión que ejerce el hecho de pensar que uno tiene que estar siempre de buen humor provoca mucha infelicidad en las personas.

Las emociones dolorosas, son algo esencial de la vida de todos, también de las vidas felices.

El cerebro humano no está hecho para ser feliz

Nuestro cerebro está diseñado para garantizar nuestra supervivencia, no para que seamos felices (y mucho menos de forma permanente). Cerebro y felicidad no van siempre de la mano.

Los principios de búsqueda de placer y evitación del dolor son universales, sí, pero si entendemos la felicidad únicamente como satisfacción de deseos o placer, nos quedaríamos estancados e incluso quizá ni siquiera hubiésemos sobrevivido como especie (si nuestros antepasados sólo se hubiesen dedicado a cubrir sus necesidades, sin importarles nada más allá, los depredadores lo hubiesen tenido mucho más fácil).

La idea de contar con un cerebro que no viene programado para la búsqueda de la felicidad nos invita a reflexionar sobre la importancia de que cada uno encontremos nuestras propias recetas y eliminar la idea de felicidad como concepto claro al que podemos aspirar a través del deseo.
La felicidad es una conquista, no es algo que nos viene dado.

¿Se puede aprender a ser feliz?

Pues depende de cómo entandamos este término, si lo confundimos con estar siempre alegres, risueños y no experimentar nunca emociones que nos resultan no gratas, ser feliz dejaría de estar a nuestro alcance.
Si entendemos la felicidad como un ejercicio de aceptación y superación de nuestros propios esquemas mentales
, la felicidad estará más al alcance de nuestra mano.

Casi nadie entiende como alcanzar la felicidad. Suele estar traducida como el cumplimiento de objetivos y la obtención de éxito, y aunque no pretendo decir, que esto no sea un aliciente para el bienestar personal, no creemos que sea suficiente. ¿Cuántos personajes exitosos, repletos de dinero, fama y seguidores han hablado abiertamente de su infelicidad? Vemos gente con grandes trabajos, grandes objetivos cumplidos y no son felices, se sienten perdidos, desilusionados… Estaban felices con la ilusión de ser felices al alcanzar el proyecto pero cuando lo alcanzan, al desvanecerse esa ilusión, muchas veces, termina con ello la felicidad. Y probablemente esto nos muestre algo muy significativo, la felicidad no es una meta, es un camino.

A veces esperamos la felicidad como una aparición divina en nuestras vidas, como algo que puede llegar para instalarse definitivamente y facilitarnos la existencia. El concepto de felicidad es mucho más complejo que un mero deseo. Requiere una implicación directa de nuestra propia persona, con la vida, y con nosotros mismos.

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