Pero… ¿Se pueden controlar los nervios?
A veces nos puede costar ponerle palabras ¿Tenemos ansiedad? ¿Estrés? ¿Angustia? Muchas veces no sabemos etiquetar lo que sentimos. El estómago “encogido” “con un nudo“, un corazón que bombea más fuerte de lo normal, sudores, escalofríos, temblor… A través del síntoma encontramos una forma más sencilla de describir lo que nos pasa, al fin y al cabo no deja de ser la manifestación exterior de nuestra vivencia.
Quizá para aprender a controlar los nervios, los primero que deberíamos aprender es a ponerle palabras al estado experimentado y también, por supuesto, aceptar que sentir nerviosismo en determinadas situaciones, será inevitable y también adaptativo. No podemos pretender no sentir nada, ante momentos, por ejemplo, que son importantes o nuevos para nosotros.
¿Miedo? ¿Estrés? ¿Angustia? o ¿Ansiedad?
Miedo
En primer lugar, tenemos al miedo, una emoción primaria, es innata y nos acompaña sin que un aprendizaje previo haya tenido que existir, es decir, “viene de fábrica” y podemos darnos por contentos por contar con esta emoción que tan desagradable nos ha podido resultar en algunas ocasiones, sin el miedo, ni si quiera estaríamos aquí. El miedo ha permitido a los seres humanos contar con una herramienta de alerta ante el peligro. El sistema nervioso simpático se activa y prepara al organismo ante el peligro. Si no contásemos con esto, podríamos quedarnos quietos y contemplativos ante el ataque de un león. El miedo nos protege.
Estrés
En psicología se entiende el estrés como el proceso de activación fisiológica derivado de la valoración de una demanda externa y la percepción de nuestros propios recursos para afrontarla.
Si el resultado de esta valoración es negativo, es decir, si percibimos que la demanda es superior a nuestros recursos para hacerle frente, surge el estrés para tratar de solventar este conflicto.
El estrés es habitual en nuestras vidas, forma parte del proceso de adaptación al cambio en cualquier ser vivo.
En el caso del ser humano hay muchas posibles situaciones generadoras de estrés, ya sean vividas de manera más negativa, como la muerte de un ser querido, un despido laboral, una enfermedad o una ruptura amorosa; o de forma positiva, como el matrimonio, la convivencia en pareja o un ascenso laboral.
Podemos hablar de dos tipos de estrés:
Eustrés: es el llamado estrés “positivo”, ya que contribuye a dar la mejor respuesta ante una situación determinada. Por ello tiene una función clave para la supervivencia, ya que permite una rápida reacción a los problemas y peligros que deben afrontarse en la adaptación al cambio, que en este caso suele ser percibido como un reto.
Distrés: se trata del estado de tensión, dificultad, fatiga o desgaste; consecuencia de un funcionamiento exagerado y continuo del mecanismo natural de protección y supervivencia ante estímulos externos adversos y generalmente prolongados. Cuando aparece el distrés la persona tiene sensación de pérdida de control, y si esto se mantiene en el tiempo favorece la aparición de las llamadas enfermedades de adaptación o psicosomáticas, además de precipitar la aparición de otras.
Angustia
Por otro lado la angustia hace referencia a la emoción experimentada de forma universal y exclusiva por el ser humano, difusa y desagradable, que hace referencia por un lado a un estado de conciencia y por otro a determinadas sensaciones corporales.
La filosofía, como se apuntó anteriormente, hizo un gran aporte teórico en lo referente a la conceptualización de la angustia como estado independiente de la ansiedad. Desde este ámbito se entiende que nuestra existencia supone una permanente actitud de las personas a proyectar y verse obligadas a… en cierto modo las personas no dejamos de crear y de encontrarnos ante el peligro de no conseguirlo; y en la base de todo ello se encuentra la angustia, que es lo que nos mueve, y sin la cual no cabría existencia auténtica. Desde el momento del nacimiento y con la obligada y necesaria separación del vínculo materno, el ser humano cae en un estado de absoluta independencia que no reconoce, llevándole a ser consciente de la limitación de su existencia. La reflexión filosófica sobre la angustia emprendida en 1884 por Kierkegaard nos deja entender la naturaleza de la emoción sin que por ello tenga que ser patológica. Este autor nos dice que el origen de la angustia se relaciona con la libertad y por ende con la posibilidad, ya que lo que es posible es aquello que sólo es descubierto por medio de la libertad; tenemos posibilidades porque somos libres y no tenemos una biografía escrita de antemano. El problema es que en el uso de la libertad, que podría caracterizarse por un horizonte infinito, el ser humano tiende a decantarse por lo finito, estrechándolo, encontrándose de frente con la posibilidad de la ocurrencia de fallo, es decir, de no acertar, no tomar la decisión correcta, o no alcanzar la meta perseguida, de forma que cuando esto sucede la persona se hunde en la nada; entendiendo la nada como la posibilidad de no acertar en el uso de la libertad individual. Kierkegaard sostendrá que la angustia siempre estaría referida al futuro, en cuanto a lo posible; el pasado sólo producirá angustia por la incertidumbre de poder errar en un momento futuro. Así aparecería la angustia, como si de una especie de vértigo a la libertad se tratase, vértigo e incertidumbre que precede a cualquier resolución y realidad existencial.
Ansiedad
Ansiedad hace referencia a un estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo. Es una emoción complicada y displacentera que se manifiesta mediante una tensión emocional que se combina con manifestaciones físicas. Se trata de un mecanismo evolucionado de adaptación cuyo objetivo primario es potenciar la supervivencia del individuo que la experimenta: hace millares de años, cuando el hombre debía lidiar con un ambiente más complicado que el actual en nuestra sociedad, debiendo enfrentarse precariamente a los cambios de clima y a fieros animales para poder alimentarse, surge la ansiedad como una reacción de alerta ante un peligro objetivo y real. El problema reside en que ese mecanismo no ha evolucionado como lo ha hecho nuestro entorno; lo que nos ayudaba a huir de las fauces de un león, ahora, en esta era científica y tecnológica en la que nos encontramos, surge a raíz de estímulos difusos, de peligros que no atañendo a nuestra supervivencia los consideramos como tal, haciendo que nuestro organismo reaccione de igual manera aunque la gravedad el estímulo haya pasado a ser subjetivo.
Ahora que ya sabemos diferenciarlas ¿Cómo puedo controlar los nervios?
Todas estas emociones tienen algo común, y por eso frecuentemente las confundimos. Se nos ponen en el cuerpo, nos sentimos más acelerados, nerviosos… Y esto, puede resultarnos muy desagradable. Debemos aprender a diferenciar cuando se trata de un “estado nervioso” adaptativo o por el contrario empieza a ser desadaptativo o disfuncional.
Consideramos que la respuesta nerviosa desadaptativa se caracteriza por aparecer de manera persistente y sin que existe una amenaza o demanda objetiva. Provocando malestar, preocupación y disminución de la calidad de vida la persona.
Cuando la ansiedad es excesiva constituye un trastorno, cuando el miedo es excesivo se denomina fobia.
Algunas técnicas para controlar los nervios
Aprende a relajarte
Ten en cuenta que los síntomas como taquicardias, sensación de ahogo, mareos, temblor o sudoración, entre otros, son reacciones corporales comunes y normales que activa tu cuerpo al interpretar tu mente que estás en peligro o que necesitas más activación pata hacer frente a una demanda. Tu cuerpo funciona así, adaptativamente, para preservarte.
Céntrate en el aquí y ahora, procura observar tu organismo sin interpretaciones, sin inferir qué puede llegar a significar, porque, como te decimos, son reacciones naturales de tu organismo.
Céntrate en tu respiración simplemente observándola, en el estado de los músculos, y en las sensaciones que te reporta exhalar y soltar la tensión. Existen varias formas de ejercitar la respiración abdominal que, con una práctica continuada, nos ayudarán a corregir el patrón que mantenemos de respiración agitada y rápida a una manera más sosegada y profunda.
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Acepta tus nervios
Para la mayoría, tratar los nervios es como enfrentarse a un enemigo que hay que derrotar; nos resistimos a sentirlos y para ello muchas veces llevamos a cabo gestos o comportamientos que, creemos, acabarán con ella. Pero hemos de saber que cuanto más nos esforcemos por suprimir determinados pensamientos, emociones o síntomas, paradójicamente, más presentes se harán y durante más tiempo.
No te empeñes en que los nervios se vayan, en vez de eso reconoce y acéptalos. Aceptar plenamente algo supone vivir con ello, sin querer cambiarlo, sin hacer nada para modificarlo. Supone conocerlo y abrirse a experimentarlo sin restricciones.
Para ello nos ayudará tener presente que el estado de ansiedad es temporal: igual que empieza, terminará pasándose.
Aquí y ahora
A menudo solemos adelantarnos imaginando cómo se van a dar los acontecimientos de una escena temida futura en el tiempo. Recreamos situaciones en las que nos irán mal las cosas, catastrofizamos, convirtiendo una situación que nos preocupa en un escenario del peor caso posible, imaginándonos indefensos ante ello y casi siempre con un final fatal similar. Procura descubrirte a ti mismo/a teniendo estos pensamientos y cambiarlos por algunos más objetivos.
Cuídate
Si tus incómodos nervios son fruto de un exceso de trabajo o de responsabilidades, date el permiso de parar. Haz ejercicio, dedícate tiempo a ti. A veces nuestro cuerpo nos manda señales de que necesitamos un stop. Y, por supuesto, si después de lo has aprendido crees que tus miedos o ansiedad son exagerados y desadaptativos, y pueden tratarse de un trastorno, pide ayuda a profesionales de la salud mental.
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