Atravesar una experiencia de ansiedad es normalmente catalogada y vivida como una serie de sensaciones horribles que deseamos quitarnos de encima (como si nos hubiesen llovido del cielo) instantáneamente y, a ser posible, que no se repitan nunca. Sin embargo, si dejamos de lado nuestra parte más crítica y racional, y empezamos a contactar con nuestro lado más pasional y primitivo, podemos llegar a entenderla en vez de rechazarla; nos aportará un poco más de luz y comprensión, incluso puede que deje de ser el enemigo número uno para empezar a valorar a qué nos puede ayudar. Existen razones biológicas para las que la ansiedad es nuestra aliada y tiene sentido que se desarrolle, hoy hablamos de tres de ellas.
1. Sin ella no hay supervivencia
La primera razón biológica para tener ansiedad es una característica de muchos seres vivos, entre ellos nosotros, que por fuerza ha ido evolucionando con el paso de los siglos, es la capacidad de anticipar eventos que pueden llegar a suceder: frente a la inminencia de terremotos, inundaciones, incendios o tormentas son muchos los animales que parecen mostrarse alarmados y realizan movimientos migratorios antes de que suceda la incidencia medioambiental. El problema es que los seres humanos, a medida que hemos ido ganando en comodidad, también hemos ido ganando en adormilar nuestros instintos.
Nosotros también tenemos de forma natural la capacidad de anticipar, como cuando somos capaces de colocar las manos para coger una pelota que nos lancen, adelantándonos a la parábola que va a realizar, o cuando sentimos en nuestras articulaciones que el tiempo va a cambiar. Este mecanismo nos es treméndamente útil cuando nos vemos inmersos en situaciones que son potencialmente amenazantes para nuestra supervivencia. Y aquí es cuando entra en escena la ansiedad: como un sistema de alerta que activa nuestro organismo para hacer frente a estos contextos considerados amenazantes, como puede ser un incendio, un atropello inminente o un intento de robo.
Aumentamos nuestra sensibilidad perceptiva para hacer un análisis mucho más rápido y certero de lo que nos rodea, a la vez que se acelera el ritmo interno de nuestro organismo para hacer frente a lo que venga: aumento de la respiración y bombeo sanguíneo para tener más capacidad de oxigenación; mayor tensión muscular para protegernos, correr y desarrollar ciertos movimientos que sin esa resistencia no sería posible; nuestro sistema intestinal colabora en la evacuación de desechos y a ser más ligeros; sudamos para refrigerarnos y equilibrar la temperatura corporal, ya que el aumento de actividad produce calor… Todas las partes que configuran nuestro sistema se articulan para formar un todo que nos proteja, como si se tratase de varios jugadores que se unen en equipo para ganar un partido.
Así que la ansiedad tiene la importante función de movilizarnos frente a circunstancias amenazantes, de forma que hagamos lo necesario para evitar el riesgo, neutralizarlo, asumirlo o afrontarlo adecuadamente.
2. Aumenta nuestra eficacia
No sólo sentimos ansiedad ante situaciones peligrosas como desastres naturales o una agresión, también nos ayuda a estar en alerta en la realización de un examen, una entrevista de trabajo o una cita, por ejemplo, otra razón biológica para tener ansiedad. La ansiedad es un fenómeno que se da en todas las personas y que, bajo condiciones normales, mejora el rendimiento y la adaptación al medio social, laboral, o académico.
De hecho, resultados de diversas investigaciones de autores como Spence, Spielberger y Smith, Gartner-Harnach, Schell, o Mussen y Rosenzweig entre otros, han coincidido: si la tarea a aprender es simple y no exige una mayor elaboración intelectual, la ansiedad tiende a favorecer el rendimiento. Hay algunas tareas escolares que los niños ansiosos –pero no en exceso– realmente ejecutan mejor que sus compañeros no ansiosos de igual inteligencia.
El elevado nivel de alerta que han desarrollado las personas con tendencia a experimentar ansiedad más habitualmente se especifica en una capacidad de sintetización de la información disponible extraordinaria, así como un deseo de mantener un nivel de control importante frente a lo que tienen entre manos. Así que cuando se trata de tareas que requieren un abordaje más rígido, cauteloso, diligente y una gran cantidad de verificación y reverificación, estas personas son mucho más brillantes que otros.
Sin embargo, y por esto mismo, frente a tareas que requieren creatividad, flexibilidad, originalidad y espontaneidad, la necesidad de síntesis y control pueden ser un inconveniente, resultándoles más costoso que a otras personas el hecho de dejar volar su imaginación hacia lo constructivo.
Para la resolución de problemas y tareas, la ansiedad será saludable si nos sirve para afrontar o cesar el intento sin culpa o remordimiento. Sin embargo, si nos bloquea y lo valoramos como un error del que debemos arrepentirnos, sin posibilidad de mejora, la ansiedad puede ser perjudicial para nosotros, haciendo mella en el concepto que tengamos de nuestras capacidades. Será patológica si nos afecta de manera desmedida en su intensidad o en otras áreas de nuestra vida, porque la lucha contra ella se convertirá en el centro y motor de nuestra vida, dejando de lado otras actividades que son más importantes para nosotros.
3. Nos habla de nosotros
Pero también podemos experimentarla en otro tipo de circunstancias que para nosotros no tenga lógica y, desde nuestro lado más racional, no seamos capaces de explicarnos porqué nos sucede. A veces sentir ansiedad en nuestro puesto de trabajo o en una comida familiar, nos desorienta y desmonta el esquema que podamos tener sobre cuándo es pertinente sentir ansiedad.
La experiencia de la ansiedad es universal y trasciende épocas y culturas. Filósofos y pensadores han escrito sobre la importancia capital de la ansiedad para la vida y la experiencia humanas. Muchos autores la han descrito como una manifestación de la primacía del cuerpo; como una experiencia que ha de concebirse en un sentido corporal, representado como un exceso de sensación.
En 1778, Vere concebía el nerviosismo (en la actualidad lo que se consideraría ansiedad) como “el resultado de una batalla o conflicto interno entre “el orden inferior de los instintos” y “los instintos morales””.
Desarrollando esta concepción, la ansiedad, más allá de lo meramente físico y primitivo, supone estar más sensibilizados con la lucha existente entre nuestras pasiones y el sistema moral que nos rige. ¿Qué queremos decir con pasiones? Hablamos de la protección y continuación de la existencia de uno mismo, en base a nuestras emociones más genuinas, a lo que nos motiva o desagrada; lo que para cada uno siente que es realmente importante y con lo que nos podemos vivir como individuos libres. ¿Qué queremos decir con sistema moral? Lo que creemos que va a ser mejor para seguir ligados a los otros; el establecimiento de reglas implícitas y continuidad de roles que consideramos originarios y que creemos que perpetúan el orden conocido.
Cabe preguntarse si la ansiedad es una somatización compleja que representaría el conflicto interno que vive una persona por ser fiel a sí mismo y a sus necesidades, frente a un sistema moral que aprende de su contexto y establece como rutinario y necesario para la vida compartida con otros. Si se desencadena cuando sentimos que tenemos mucho que perder, sobre todo emocionalmente. ¿Y si, por ejemplo, la ansiedad que siento en mi trabajo tiene que ver con el conflicto que me supone solicitar a mi jefe mejores condiciones, frente al miedo a que me echen por hacerlo y lo que significaría un despido para mí?, ¿y si la comida familiar simboliza un no poder retirarme cuando desee o hablar de lo que desee, en definitiva ser yo mismo, por temor a ser censurado o, peor aún, por un miedo primitivo a ser desterrado del cariño de los míos?
Lo curioso de experimentar ansiedad cuando no percibimos situación de verdadero peligro o en la que necesitemos estar alerta para solucionar o evitar eficazmente un problema, es que suele ser un proceso reafirmado desde el aprendizaje pero que desprende un significado más simbólico de lo que podemos identificar a priori.
Siendo herederos de la sociedad que nos trajo aquí y quizás perpetuando la tendencia globalizadora, cada vez entrenamos menos el descubrir quiénes somos (con lo que nos gusta y con lo que no). Quizás vivimos deseando no distinguirnos demasiado unos de otros, el no despuntar o alejarnos de “lo normal”, para sentir que formamos parte del grupo. El problema que nos trae esto es que no solemos re-conocernos: desdeñamos valorar las pequeñas diferencias como algo que nos caracterizan (que me hacen ser yo frente a los demás), codiciando en su lugar aspectos ajenos que sentimos que no nos acompañan, pero que creemos que son deseables.
Más cercano a su etimología de lo que creemos, la ansiedad puede significar un choque entre un sentimiento de opresión y el ansia de libertad. Puede representar una señal de autoconservación de nuestro propio ser, una llamada de atención que se materializa a través de nuestra biología; y que nos insta a aprender a mantener nuestra fidelidad para con nosotros mismos en compañía de otros.
Atrevámonos a escucharla, atrevámonos a escucharnos.
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