Lo que define a la ansiedad generalizada es la preocupación, la preocupación excesiva. Todo el mundo se preocupa por razones muy parecidas: la salud de los seres queridos, el trabajo, el dinero, la propia salud o la relación con los demás. En la ansiedad generalizada estas preocupaciones cotidianas se desorbitan, se vuelven incontrolables.

Los pensamientos en personas con ansiedad generalizada

Las personas con ansiedad generalizada describen su problema como “no puedo dejar de preocuparme“, no pueden parar sus pensamientos sobre que las cosas puedan ir mal. Preocupaciones sobre la salud de sus hijos (¿Y si mi hijo tuviera meningitis?), sobre su seguridad (¿Y si el autobús tiene un accidente?), sobre la seguridad de otras personas a las que quieren (me da miedo que mi mujer tenga un accidente de tráfico), sobre el trabajo (¿Y si me quedo sin clientes?), sobre su propia salud (¿Y si tuviera una enfermedad grave?), o sobre cualquier otro tema que pueda resultar perturbador.

Cada vez que aparece una preocupación, la persona busca mentalmente una solución. Pero la solución a su vez provoca una nueva preocupación que se intenta neutralizar con otra solución. Pero la solución a su vez, provoca otra nueva preocupación que se intenta neutralizar con otra solución. Y así se entra en un proceso rumiativo que parece no tener fin.

Por ejemplo, Marina cuando sale a esquiar por la montaña no puede evitar pensar ¨”¿Y si tengo un accidente y me quedo aquí incomunicada? “, a lo que se enfrenta razonando de la siguiente forma “no, es muy poco probable“. Pero inmediatamente aparece en su mente una nueva preocupación “¿Pero y si realmente lo tuviera?“. Lo que de nuevo intenta contrarrestar usando el sentido común “si tuviera un accidente no tendría por qué ser grave ni pasarme nada“. Y así podría iniciarse un proceso aparentemente sinfín en el que se concatenan preocupaciones involuntarias sobre desenlaces negativos y pensamientos voluntarios que tratan de bloquearlos: “¿Y si me desmayo? Me llevarían al hospital y me ayudarían…pero ¿y si se quedan sin cobertura? Podrían ir andando en búsqueda de alguien… Pero ¿Y si no me encuentran?“.

También pueden aparecer otro tipo de pensamientos: preocupaciones sobre las preocupaciones. En cada caso es distinto, pero después de un tiempo sintiendo estas preocupaciones constantemente, la persona puede llegar a preocuparse por su preocupación. Cree que todo este proceso no es normal, que quizá esté enfermo o sufra algún trastorno muy grave y que quizá acabe padeciendo un colapso nervioso, volviéndose loco o que como consecuencia cómo resultado de sentir ansiedad tanto tiempo, acabará dañándolo físicamente (error). A partir de ese momento, la autofocalización se centra en la propia preocupación, y en cuanto se detecta se intenta evitar a toda costavaya ya estoy nervioso otra vez, me resulta imposible desconectar ¿cómo me quito esto de encima?“.

Por otra parte, también es frecuente tener otro tipo de pensamientos sobre las preocupaciones. Creencias acerca de qué preocuparse, en realidad, es bueno. Sería algo así como creer que la preocupación es un modo de afrontamiento de posibles problemas y tener ya preparado un plan para abordarlos. Esta manera de conceptualizar la preocupación, se aprende durante la infancia y es muy probable que la la influencia de los padres sea determinante en su adquisición.

El flujo de preocupaciones, aunque tiende a ser constante, fluctúa en intensidad. Hay épocas mejores que otras, y sin duda alguna, está modulada por variables como el estado de ánimo, el estrés y cualquier elemento que tenga protagonismo en el estilo de vida.

La reacción física en la ansiedad generalizada

La ansiedad, entendida en este punto como reacción fisiológica suele ser moderada pero continua. Muchas personas que padecen ansiedad generalizada se quejan con expresiones como “no se relajarme, nunca estoy tranquilo o no puedo desconectar“. Las alteraciones del sueño son muy comunes. Meterse en la cama y tardar mucho en dormirse o tener un sueño ligero, poco reparador y con muchos despertares a lo largo de la noche. El dolor de cabeza y de espalda como resultado de la tensión muscular sostenida también es una sensación habitual. También notar molestias en el aparato digestivo como boca seca, digestiones pesadas, gases, estreñimiento o diarrea. Por otra parte, en momentos puntuales la ansiedad puede subir más y volverse más intensa manifestando: taquicardias, mareos, sensación de opresión en el pecho, piernas débiles… Una vez más, en un formato u otro, la vieja y eficaz respuesta de la ansiedad hace muy bien su trabajo, mantenernos a raya ante supuestos peligros.

La reacción estratégica

Cuando alguien tiene como su peor enemigo su propia mente que no para de bombardearle con pensamientos catastróficos sobre posibles desgracias, ha de buscar soluciones, cuantas más mejor. La más habitual y que define el trastorno de ansiedad generalizada es el pensamiento neutralizador. Cada vez que aparece un pensamiento de preocupación, la persona lo bloquea con un pensamiento en formato de solución. Pongamos algunos ejemplos:

  • Este mes no podré pagar la hipoteca—Pues pediré un préstamo rápido
  • ¿Y si le ofrecen droga a mi hijo? —No pasa nada, seguro que la rechazaría
  • Hacienda me pillará esta factura—Es defendible en concepto de dietas
  • ¿Y si el médico me encuentra algo? —Para nada, seguro que estoy sano.
  • ¿Le habrá molestado lo que le dije? —No lo creo, parece que sonreí
  • Tanta ansiedad acabará fastidiándome el corazón – El cardiólogo dice que estoy sano
  • Al final me volveré loco—Si tuviera que volverme loco ya lo habría hecho

Esta constante lucha mental provoca que la ansiedad ascienda y descienda. Los pensamientos catastróficos la elevan y los neutralizadores la reducen. Pero este alivio ni es completo ni es duradero. Porque al instante la solución genera otro problema. Este proceso tan genuino de la ansiedad generalizada es la razón por lo que algunos estudios la han definido como un proceso descontrolado de solución de problemas. La persona estaría constantemente anticipando problemas sin desearlo, y a su vez, los atajaría voluntariamente, intentando resolverlos a la búsqueda de la solución definitiva que nunca llegaría.

Otro elemento protagonista de la ansiedad generalizada es la distracción. Muchas de las secuencias anteriores se cortan cuando la persona consigue distraerse, bien voluntariamente, o bien porque sucede algo que capta su atención. Algunas personas también han desarrollado otras habilidades más sofisticadas, en ocasiones enseñadas por algún experto como: juegos mentales, yoga o técnicas de meditación. El objetivo de todo este repertorio de maniobras es el mismo: cortar con los pensamientos perturbadores y la ansiedad que estos producen. El resultado también: una eficacia moderada y corta.

Como en todos los trastornos de ansiedad, otros comportamientos voluntarios que el sujeto con ansiedad generalizada realiza son las maniobras de evitación: acompañar al hijo al autobús, ir al médico varias veces, evitar ir a la montaña…

Por último, sufriendo de ansiedad generalizada, la persona se ve obligada a realizar otros comportamientos, siempre voluntarios, con el fin de asegurarse que todo va bien. Unos padres excesivamente preocupados por la seguridad de su hijo podrían regalarle un móvil prematuramente e instruirle en usarlo para tener más sensación de seguridad. Una persona con miedo a quedarse en números rojos, podría pasarse horas comprobando el estado de sus cuentas y haciendo operaciones matemáticas. Quien se preocupa también por poder caer enfermo podría pasar horas mirando páginas de internet o comprobando la intensidad de sus síntomas.

Los peores momentos

Aunque la preocupación siempre parece estar ahí, el grado de consciencia parece variar según momentos. Por supuesto, en ocasiones desaparece totalmente, sobre todo cuando la atención de la persona está centrada en algo que le atrae poderosamente. Muchas veces es como si hubiera una consciencia doble. Por una parte, intenta centrarse en lo que está haciendo, en las actividades que implica la vida cotidiana, `pero por otra parte no puede evitar que los pensamientos de preocupación estén ahí como en un segundo plano. Algunas personas los describen, como que los perciben en un volumen más bajo, perturban menos, pero no desaparecen del todo. Y luego están los peores momentos, cuando las preocupaciones dominan totalmente la atención y se notan en su máxima intensidad. Este estado, el más doloroso, se ve provocado por situaciones específicas.

Por ejemplo, Luisa de 42 años, se preocupa mucho porque le pase algo a su marido. Le da miedo tanto que tenga problemas de salud, como que cifra un accidente. Pepe, su marido es un hombre de 45 años con buena salud y que por su trabajo viaja casi semanalmente. Las preocupaciones de Luisa arrecian cuando Pepe está de viaje. Se lo imagina conduciendo y que sufre un accidente. Cuanto más lejos es el viaje más sufre y evita ver los informativos de la radio y de la televisión donde se hable de víctimas de carretera. Realiza de manera sistemática toda una serie de conductas ritualisticas: antes de salir le pide que tenga mucho cuidado, que si tiene sueño se pare a descansar y que le llame cada vez que se pare a echar gasolina y por supuesto cuando llegue al destino. Los miedos sobre su salud empeoran si Pepe se queja de algo y en los últimos tiempos son más severos porque su marido ha engordado unos kilos. Luisa relaciona el sobrepeso con un ataque cardiaco. Verlo comer es un suplicio y no puede evitar darle consejos sobre qué y cuándo comer.

Dos estrategias de tratamiento

-En primer lugar, siempre será indispensable aportar una explicación detallada en términos psicológicos de que es la ansiedad generalizada y como se mantiene, así como una educación científica y realista sobre la respuesta de la ansiedad.

-En segundo lugar, hablaremos de la terapia cognitiva, que, aunque pueda sorprender inicialmente no siempre será empleada en casos de ansiedad generalizada. ¿Por qué?

Si la persona, como parte de sus estrategias de manejo de pensamientos, utiliza habitualmente la racionalización anteriormente mencionada y la búsqueda mental de soluciones, entonces no deberíamos de usar terapia cognitiva, ya que se estarían tratando de conductas de seguridad que, con el tiempo, en vez de ayudar a la persona se pueden convertir en parte del problema. Así pues, cuando esto suceda será contraproducente entrenar en técnicas verbales de discusión cognitiva.

Por el contrario, si en el repertorio de conductas de seguridad que la persona usa para manejar sus pensamientos de preocupación, no apareciera la racionalización, entonces sí parece oportuno una fase de entrenamiento en terapia cognitiva, entendiéndola como un punto intermedio hacia la exposición.

-Por último, aparecería el plato fuerte, la EPR, es decir, exposición con prevención de respuesta. Esta técnica es el centro del tratamiento de la ansiedad generalizada, exponiendo directamente a la persona a sus preocupaciones sin que esta pueda ejecutar conductas de seguridad.

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