Me decía hace unos meses un conocido mío, que sabía que tenía un problema psicológico que resolver, pero que, sin embargo, no creía en que ningún psicólogo pudiera ayudarle en absoluto. Él ya se conocía, sabía perfectamente lo que le ocurría, no creía que nadie pudiera ayudarle.

Después de esa charla, me quedé pensando en que quizá no era tan inusual esto que esta persona me estaba comentando, y que detrás de los numerosos motivos por los que mucha gente que sufre no pide ayuda psicológica, se esconde, en muchas ocasiones, la idea errónea de que cuando uno sabe mucho de sí mismo, nadie va a venir a ¨iluminarles¨. Y en esto último, no les falta razón.

Tal vez, incluso nosotros, los que nos dedicamos a hacer terapia, seamos algo responsables de esa idea que muchos han configurado sobre nuestro oficio: ser gurús que descubren quien son los demás, casi poseyendo ese don de descifrar y descubrir quien es realmente la persona que se nos pone enfrente. La idea de que uno es poco menos que un mesías que hace la luz a los que se encuentran perdidos en su camino puede ser atrayente, supongo.

La realidad no es esta. Cuando Pedro cree que su madre sabe mucho más de él que cualquier psicólogo sabrá jamás, posiblemente no se equivoque, el problema es que su madre no conoce las leyes del aprendizaje. Tampoco tiene por qué conocer que mecanismos se encuentran detrás de las conductas problema de su hijo, y si, es ahí donde entramos nosotros.

No somos más listos, ni tenemos -ni mucho menos- que conocer más al paciente que toda la gente que lleva años en sus vidas. Los psicólogos, nos encontramos todos los días a personas que son mucho más inteligentes que nosotros, que han llegado a tener mucho más éxito que nosotros -cuestionando siempre que es esto de tener éxito-, que tienen mejores habilidades que nosotros en decenas de cosas y un infinito etcétera.

Si podemos ayudar a la gente no es porque seamos más listos ni porque vayamos a descubrir ocultos secretos en las personas que tengamos delante, simplemente, tenemos herramientas que ellos, en ese momento, no tienen – matizando que tenemos herramientas para intervenir sobre el otro, no que tengamos herramientas para no tener problemas psicológicos-. Tendemos a pensar que quienes nos ayudan a solucionar problemas que nos resultan difíciles son más listos que nosotros, y esto no es necesariamente cierto. En primer lugar, porque la inteligencia es contextual – puedes ser muy listo para unas cosas, pero no para otras-.

Luego hay otro tema, y es pensar que los problemas psicológicos ocurren porque hay fallos en el razonamiento. Esto justifica que mucha gente no acuda a terapia porque son perfectamente capaces de razonar el problema que les atañe. Creen, en consecuencia, que ya sabiendo por qué se encuentran mal, solo tendrán que seguir dándole vueltas y autoconvencerse para que todo se acabe arreglando – no tiene por qué pasar-.

Los problemas psicológicos rara vez se solucionan únicamente dando vueltas sobre ellos, dándose todo tipo de argumentos y mirándolos desde todos los ángulos posibles (este es un error frecuente en el que también caemos los profesionales haciendo terapia). Hay cosas que hacer, no solo que reflexionar, y a veces, por muy claro que tengamos que es lo que ocurre, que es lo que tendría que cambiar, no sabemos cómo, no sabemos ni por donde empezar, todos hemos estado ahí.

Ahí sí, ahí es donde entramos nosotros, no como gurús, ni como grandes iluminadores de seres adormecidos- esto es profundamente clasista y elitista-, sino como profesionales con conocimientos específicos y habilidades técnicas que hacen que podamos contribuir a la mejora o solución de un tipo de problemas. Nada más – y nada menos-.

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