Si una mujer acaba en un manicomio hablando con un muñeco de trapo después de cometer un asesinato a sangre fría ¿está loca? Esta es la historia de Aurora Rodríguez y su hija Hildegart y cómo a través de ellas podemos cuestionarnos qué es la locura; cómo hemos acabado psicologizando la ética y lo moral; y cómo, aunque parezca obvio, podemos descubrir que detrás de esas personas que vemos hablando solas por las calles quizá no había fallos cerebrales sino historias sin escuchar.

Aurora nació en Ferrol en el 1870, en el contexto machista en el que se desenvolvió acabó admirando a su padre y rechazando profundamente a su hermana y a su madre, a las que veía seres humanos débiles. Aurora crece y quiere conseguir que las mujeres puedan dominar el mundo, considera que no lo hacen por cuestiones genéticas y falta de educación. Decide crear un proyecto de mujer a la que educar para ser faro para el resto de mujeres, básicamente tiene una hija y la adoctrina. Consigue que con solo 17 años hable 7 idiomas y tenga 3 carreras universitarias. Finalmente, su hija Hildegart encuentra su sitio en el PSOE prerrepublicano aportando ideas muy revolucionarias sobre el feminismo.

A partir de ese momento no se sabe bien qué ocurrió, pero se especula que la hija se enamoró y se quiso emancipar de su madre y ésta no soportó la idea. Fue a la habitación de su hija y la pegó 3 tiros, acabando así con su vida.

Aurora es detenida y ella reivindica la autoría del crimen, manifestando estar en sus plenas capacidades y haberlo hecho con total conocimiento.

Noticia de la muerte de Hildegart en el Heraldo de Madrid

Finalmente fue trasladada a un manicomio, donde inicialmente se relaciona y lucha incluso porque se produzcan reformas psiquiátricas, hasta que se da cuenta que solo es escuchada como una enferma interesante. Ésto lleva a Aurora a un silencio institucional, es decir, decide dejar de relacionarse y de hablar y crea un proyecto mágico: un muñeco de tela a tamaño natural con el que pasa las horas hablando. Se cree que murió 20 años después en el manicomio de Ciempozuelos.

¿Que indicios había para decir que Aurora estaba “mal de la cabeza”? ¿no podía ser simplemente una asesina?

Supongo que la escena final, verla hablando con un muñeco de tela, hubiera reafirmado a muchos la idea de que no estaba bien de la cabeza pero quizá, Aurora encontró en ese muñeco la única salida a una realidad que la resultó insoportable: la habían anulado. Quizá, cada vez que hoy en día hablamos de personas que han perdido la razón, queremos decir que simplemente no entendemos lo que hacen porque jamás conocimos sus historias.

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