La dopamina es un neurotransmisor, un mensajero químico del cerebro, en concreto del sistema nervioso central. Ha sido comúnmente conocida como “hormona del placer”.

Pero la extendida creencia de que la dopamina regula el placer parece desde hace unos años estar pasando a la historia. Los últimos avances científicos sobre la función que cumple este neurotransmisor, demuestran que en realidad la dopamina regula la motivación, provocando que los individuos se pongan en marcha y perseveren para conseguir un objetivo. Investigaciones realizadas en la Universidad Jaume I, confirmaron un cambio de paradigma de importantes aplicaciones en el campo de la salud. Los estudios realizados con roedores demuestran como los niveles de dopamina determinan la motivación de los animales para conseguir su meta.

Existe la creencia popular y también científica, de que la dopamina regula el placer y la recompensa. Que cuando consigues algo que te satisface, como consecuencia liberas dopamina, pero las últimas investigaciones demuestran que este neurotransmisor actúa de forma previa, es decir, es el que nos mueve a actuar, se libera para conseguir algo, ya sea evitar un mal o alcanzar un bien.

La dopamina estimula nuestro instinto de buscar y consumir estímulos nuevos, una forma de impulsarnos a aprender y adaptarnos a los cambios. Sería el sistema opioide el que habla directamente a nuestros centros del placer.

Ambos instintos, el de buscar cosas nuevas y el del placer trabajan de forma conjunta: el primero nos impulsa a buscar, encontrar y aprender y el segundo nos hace sentirnos contentos y satisfechos, y por tanto dejamos de buscar por un rato. Pero el primero es más fuerte, y en ocasiones ignora al segundo, metiéndonos en un bucle compulsivo de necesitar cosas nuevas, nuevos estímulos, sin parar nunca.

Un animal normal trabaja para conseguir el mejor reforzador, pero cuando reducimos los niveles de dopamina en laboratorio, estos animales reorientan su conducta y deciden obtener reforzadores que les cuestan menos, lo contrario ocurrirá en el caso de los “ratones adictos”, por ejemplo. Los animales perseverarían, un animal adicto perseverará aún sin resultados inmediatos para conseguir su droga y toda esta conducta se justifica desde un aumento muy elevado de la dopamina que provoca que el animal busque incesante su recompensa. La dopamina no está regulando lo que el animal siente cuando toma la droga, sino que está consiguiendo que persevere hasta conseguirla.

El móvil, por ejemplo, favorece que esto ocurra porque nos pone la búsqueda más fácil que nunca: haz ‘scroll’ en Twitter y tienes 10 mensajes nuevos que leer, entra en Instagram cada 20 minutos y hay nuevas fotos, manda un mensaje a un amigo y consigue una respuesta inmediata, ¿tienes una duda?, ¡busca la respuesta en Google! Así es fácil entrar en ese bucle compulsivo de búsqueda y encuentro. Y no es solo la inmediatez. Hay dos cosas más que favorecen estos chutes de dopamina: la anticipación (subir una foto a Instagram esperando un aluvión de ‘likes’) y la incertidumbre (no saber si esos ‘likes’ van a llegar). Un cóctel perfecto que nos crean las redes sociales y que nos hacen comprobar una y otra vez qué ha sido de nuestros mensajes o comentarios.

Conocer cuáles son los parámetros neurobiológicos que hacen que las personas se motiven por algo es importante para muchas facetas de la vida, a nivel laboral, educacional o de salud. La relevancia también para el área clínica es alta, porque la anergia, es decir, la falta de energía para realizar una conducta aparece en muchos problemas psicológicos y neurológicos, por ejemplo, en la depresión, en el Parkinson o en el síndrome de fatiga crónica.

En el caso opuesto, en los desajustes al alza, la dopamina podría estar implicada en problemas de conductas adictivas que llevan a una actitud de perseverancia compulsiva.

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