Atravesamos unos días en los que la confusión puede acompañarnos casi en cualquier momento. Días en los que, un hecho como el coronavirus, nos está cambiando nuestra forma de vivir, intentando adaptarnos casi a cada momento a lo que mandan las circunstancias. Un evento que nadie hace un año podía haber imaginado que sucediese, y que nos sumerge de lleno en una sensación de extrañeza, incluso puede que de incontrolabilidad. Un acontecimiento que supone un “cisne negro” en nuestra historia de vida… Y hoy os contamos qué significa esto.

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Algo que no imaginábamos vivir

Me gustaría que te recordaras cuando tenías 15 años… que intentes visualizar una escena en la que estuvieses viviendo esos años adolescentes… ¿Cómo eras?, ¿qué hacías?, ¿qué pensabas en ese momento?… ¿Y del futuro?, tu futuro… ¿Cómo pensabas que iba a ser?

¿Te imaginabas viviendo en la casa que vives ahora? o ¿predijiste con exactitud en qué puesto acabarías profesionalmente?, ¿sabías quién iba a ser tu pareja? o ¿qué acontecimientos vivirías más adelante?

Si realmente te has puesto en la piel de ese chico o de esa chica de 15 años, habrás comprobado que, seguramente, no tenías ni idea de todo lo que te quedaba por vivir hasta la fecha. Y es que a las personas no nos es fácil hacer con claridad previsiones de futuro y, lo más importante, acertar. De esto nos habla la metáfora de El cisne negro, recogida en el libro de título homónimo de Nassim Nicholas Taleb.

El coronavirus es un cisne negro

El ascenso de Hitler al poder, los atentados del 11 de septiembre o la crisis del 2008 son cisnes negros, hechos históricos que resultaron fortuitos. El coronavirus también lo es.

¿Por qué esta metáfora del cisne negro? Hubo un momento en que en Europa se creía que los únicos cisnes que habitaban en la faz de la tierra eran blancos, así lo constataban los registros históricos. Cuando se hablaba de un cisne negro en el Londres del S. XVI era para destacar un hecho como inexistente, una metáfora de lo imposible. Estos animales no existían porque nunca se había visto uno, hasta que en 1967 un explorador holandés llamado Willem de Vlamingh en una expedición por Australia Occidental descubrió la existencia de cisnes negros.

Fue a partir de esta constatación cuando el término de cisne negro se transformó para demostrar que una imposibilidad percibida a priori podría ser refutada más tarde. Con esta anécdota queda ilustrado que el conocimiento y la capacidad inductiva del ser humano suele ser más limitada de lo que muchas veces estamos dispuestos a reconocer.

De tal manera que hechos históricos como los que hemos planteado, son cisnes negros por tres particularidades según recoge Nassim Taleb: son totalmente inesperados, impredecibles; producen consecuencias importantes a gran escala, de tal manera que sentimos que la vida ya no será la misma; y por último, suelen ser estudiados por analistas que nos aseguran que podíamos haber previsto y evitado, recopilando explicaciones lógicas y coherentes que mostraban esas “pistas” que en su día no vimos. Siempre a posteriori, por cierto.

Sensación de falta de control

Es la metáfora del cisne negro la que nos habla de éste fenómeno, de la ilusión de control que desarrollamos las personas, creyendo que si estudiamos lo que ya conocemos, vamos a poder explicar y anticiparnos a lo que aún desconocemos.

La Segunda Guerra Mundial o el coronavirus por el que estamos atravesando, son acontecimientos sorpresivos cuyas probabilidades fueron imposibles de calcular antes de que sucediesen, así que para paliar esta falta de control, los seres humanos los necesitamos analizar y racionalizar desde un punto de vista retrospectivo.

Lo que sucede es que, la realidad es tan compleja y abarca tantísimos factores que, nuestras predicciones acerca de lo que va a suceder y lo que termina ocurriendo en realidad no suele coincidir. Y aun así, las personas nos esforzamos y perseveramos en intentar averiguar lo que sucederá porque nos hace creer en una ilusión de control.

Nuestro cerebro necesita sobreestimar una sensación de control, como un falso argumento para la supervivencia, y así nos lo hace creer cuando nos enfrentamos a eventos sorpresivos. Tengamos en cuenta que, generalmente nuestra respuesta automática va a ser la de buscar datos y más datos, cargarnos de información, comparándolo con lo que recordamos observado y vivido hasta la fecha. Pero lo observado en un pasado conlleva trampas, porque es un recuerdo que interpretamos de una información a su vez ya interpretada en su momento. Y con estos datos podemos cometer errores porque nos manejamos siempre desde nuestra subjetividad.

Además, ésta forma de responder nos dejará cada vez más y más adheridos a lo que deseamos encontrar. Intentando cerrar interrogantes casi obsesivamente, sin hallar ni una certeza absoluta, pasaremos nuestro tiempo dando vueltas sobre lo mismo una y otra vez como un satélite a su planeta. Ésta será la consecuencia, simplemente porque en realidad vivimos en un mundo mucho más incierto y caótico de lo que estamos dispuestos a admitir.

Entonces ¿cómo enfrentarnos a lo inesperado?

Basamos toda nuestra felicidad y sensación de éxito en nuestra capacidad para poder sentirnos seguros por poder predecir las cosas. Pero, como veíamos antes, es una estrategia que tarde o temprano va a fracasar, porque no vamos a poder predecir la mayoría de las cosas que nos suceden en la vida; y mucho menos desde la certeza.

¿Y si en lugar de ello, orientamos toda nuestra atención a poder entender y a aceptar que, efectivamente, vivimos en un entorno impredecible pero no por ello significa que todo sea un desastre? Esto significa entender que vivimos donde vivimos, querer comprender las características del Mundo en el que vivimos. Un Mundo en el que la justicia no existe nada más que dentro del entorno humano. Porque cuando hablamos de justicia hablamos de algo que nos hemos inventado nosotros para poder convivir en la mayor armonía posible (y sino que se lo digan a las cebras de la sabana cuando el grupo de leonas intenta darles caza). En la naturaleza la certeza, la justicia… son una falacia.

Vivimos en un entorno impredecible en el que intentar adelantarnos no nos suele servir, así que quizás el foco está precisamente en poder darnos permiso a vivir lo impredecible. En pensar en cómo nos comportamos con lo que no sabemos, que, en realidad, es una fuente de información más importante que lo que ya creemos saber. Observar nuestra capacidad de aprendizaje, de adaptación, y confiar en que siempre intentaremos desenvolvernos lo mejor posible en esa situación incierta. Eso sí… a cada momento presente.

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