Dudar está bien. Nos permite preguntarnos, nos hace reflexionar sobre nuestras experiencias, nos ayuda a tomar decisiones, a sopesar aquello que queremos o aquello que hemos hecho. Nuestras dudas hablan de nuestra prudencia y a veces también de nuestra humildad al no dar nada por sentado. El máximo de algunas personas, es no dudar nunca, envidian a quien dan todo por sentado y los califican como personas tremendamente seguras. Dudar es sano, aunque nos llevemos mal con ello y nos encante zambullirnos entre certezas. ¿Qué diferencia hay entre las dudas normales y las dudas obsesivas?

¿Son siempre las dudas “sanas”?

Pues parece ser que no. Y así lo corroboran algunos de los trastornos que acusan los pacientes con problemas de ansiedad, donde las dudas se han convertido en el núcleo de su vida, y lejos de ayudarles a resolver sus posibles incógnitas les sumergen en bucles obsesivos de los que creen no poder salir.

¿Qué hace a las dudas obsesivas diferentes de las dudas cotidianas que todos tenemos de vez en cuando?

Diferencias entre dudas normales y dudas obsesiva

  • Las dudas normales se dan con evidencia directa de los cinco sentidos y en un contexto apropiado.
  • Las dudas normales se resuelven rápidamente una vez se obtiene la información necesaria para ello.
  • Las dudas normales desaparecen una vez la persona cree haber hecho lo necesario desde un punto de vista lógico, usando el sentido común.
  • Las dudas obsesivas excluyen la evidencia desde el momento en el que van más allá de los sentidos.
  • Las dudas obsesivas aumentan conforme se piensa más en ellas.
  • En las dudas obsesivas, la persona nunca sabe exactamente lo que busca. Siempre es un “quizás” general.

Pongamos algunos ejemplos sobre dudas normales: “¿Qué comeré mañana?” Esta duda normal se da con evidencia/información específica y tienen lugar en un contexto apropiado. En el ejemplo, quizás la persona duda sobre lo que comerá mañana porque quiere dejar sus alimentos preparados o ya cocinados esta noche. O tal vez mañana no tenga tiempo de improvisación y saber de antemano que menú preparase, le ahorrará tiempo al día siguiente.

Estas dudas también se resuelven fácilmente una vez se consigue la información apropiada para ello. En el ejemplo mencionado, esto ocurría cuando la persona planea mentalmente el menú que comerá mañana. Haciendo esto, desde un punto de vista lógico, la persona se da cuenta de que todo lo que podía hacer para resolver la duda está hecho. Duda, elabora mentalmente el menú y la duda finaliza.

¿Y qué hay de las dudas obsesivas? Por ejemplo: “¿Tendré un cáncer terminal?” (En un cuadro hipocondríaco). Esta duda ocurre sin evidencia directa y en un contexto inapropiado. La persona acudirá, por ejemplo, al médico de manera repetitiva sin tener pruebas de que tiene alguna enfermedad y volverá revisar su organismo continuamente sin tener información que lo justifique. Incluso si la lógica y el sentido común le dicen que no tiene evidencias de tener una enfermedad grave, la urgencia de comprobarlo será más fuerte y entonces la duda aumentará con el número de comprobaciones o revisiones.

A través de estos ejemplos, podemos descubrir cuando la duda es normal o cuando la duda es patológica. Cuando las personas se sumergen, como mencionábamos anteriormente en dudas obsesivas que no se adecuen o justifiquen por el contexto que se vive, la intervención psicológica es necesaria. El objetivo es enseñar a las personas a diferenciar entre sus dudas normales u obsesivas, a que puedan aprender a tolerar la incertidumbre a la que todos nos exponemos irremediablemente y a poder entender qué partes de su personalidad provocan que la persona se enganche a una duda obsesiva de diversa temática.

¿Es posible eliminar las obsesiones? Es posible. Pero no es tarea sencilla, requiere un trabajo duro por parte de la persona afectada y una involucración lo suficientemente potente para poder aprender a lidiar con una voz interior, que sabemos, resuena muy alto.

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