Tener una autoestima no integrada generalmente se caracteriza por dos tipos de sentimientos: los de culpa y los de inferioridad. Vivir íntimamente esto nos suele provocar a las personas un bloqueo tal que no nos permite pensar constructivamente y casi siempre provoca que nos comportemos visceralmente, llevando a cabo en muchas ocasiones actitudes autodestructivas.

Aunque no siempre se es consciente de este tipo de sentimientos, sus consecuencias pueden provocar que el dolor se convierta en enfado, el cual generalmente expresamos contra nosotros mismos mediante reacciones exageradas, culpas, repentinos cambios de humor, hipersensibilidad, o ataques de ansiedad entre otros.

Solemos en estos casos encontrar el lado negativo en la mayoría de las situaciones vividas, provocándonos el sentir impotentes, ansiosos e inseguros, por lo que al final tenemos en cuenta el miedo a desarrollarnos en nuestra vida más que a los deseos que nos motivan a hacerlo. Creamos una serie de insatisfacciones y desvalorizaciones de nosotros mismos al compararnos con los que nos rodean, dudamos de nosotros mismos y solemos tener la sensación de no encajar en la realidad.

No nos permitimos comprender que todos somos diferentes, únicos e irrepetibles y que cada cual tiene la capacidad de buscar y desarrollar su felicidad por derecho propio.

Además esta forma de enfrentarnos a nosotros mismos hace que creamos que los demás nos valoran de igual manera, cegándonos ante la posibilidad de que se puede ser aceptado por los demás y sin embargo no estar haciendo lo mismo con la propia persona; nos resignamos ante determinadas características nuestras que, en principio nos parecen limitantes, como si ya no pudiésemos conseguir ningún propósito gracias a ellas, valorándonos casi en nuestra totalidad a través de su reflejo.

 

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