Notar cómo late y se acelera nuestro corazón es uno de los síntomas de la ansiedad que más nos pueden asustar. Así que esta vez recogemos experiencias de personas voluntarias, pacientes que generosamente comparten sus testimonios con nosotros/as: de cómo viven su temor a tener un episodio de ansiedad, principalmente por lo que sienten en su corazón cuando les late muy deprisa.

Cuando llega la noche y el corazón late muy deprisa…

Fijaos: nos levantamos e iniciamos el ritmo del día, la actividad, el trabajo o los estudios… y al caer la noche, deseamos llegar a casa para ritualizar la cena, el aseo y la desactivación hacia el descanso, ¿te suena? Pues esta franja del día, en la que descendemos nuestra actividad, no resulta tan grata a todas las personas; de hecho, acostarnos para iniciar el sueño puede ser un escenario poco deseable cuando tenemos miedo a sentir nuestro corazón. Convivir con el silencio (y nuestros pensamientos) sin actividad que realizar, es uno de los momentos más difíciles para la mayoría de las personas a las que hemos preguntado. Pero ¿por qué nos sucede esto?

Ya sea a la hora de dormir como en situaciones difíciles por las que tememos pasar, nuestro sistema de alarma se activa y con él nuestro sistema cardíaco y respiratorio. El problema no es que nuestro cuerpo se active frente una alarma que más o menos consciente le mande nuestro cerebro, porque esa es la respuesta más adaptativa que nuestro organismo puede dar frente a lo que termina codificándose como “un peligro”. El problema es que, aunque nuestro corazón está más que preparado para acelerarse hasta determinados niveles, lo identificamos “como uno de los mayores alarmantes” o como que “el corazón va por libre” como nos decían dos de nuestras participantes. “Notas los latidos del corazón desde los oídos hasta las corvas. Es como si se te fuese a salir del pecho” afirmaba Rocío al preguntarle cómo experimenta esta sensación física tan característica.

Esta experiencia de sentir “que el corazón va a parte, va acelerado y va a estallar” como nos compartía Montse, hace que deseemos modificar su funcionamiento a nuestra voluntad; pero el resultado más habitual es el que nos decía ella misma: “siento que yo no soy capaz de controlar su ritmo y hacerlo frenar”. Y es que no solemos tener en cuenta que el corazón, al igual que el tracto digestivo o las glándulas sudoríparas, es un órgano que en esos momentos depende de nuestro sistema nervioso autónomo; un sistema que regula el aumento o disminución de actividad de nuestros órganos según las necesidades más primitivas que requieran esos momentos, necesidades que son ajenas e independientes de nuestros deseos racionales.

La cuestión es que, en lo que duran esos ratos que nos parecen interminables (deseando controlarlo y posteriormente comprobando que es un método que falla), mientras, va aumentando nuestra alarma instintiva de peligro y la aceleración interna, como nos explicaba Mireia: “normalmente empiezo teniendo una sensación molesta que me recorre el cuerpo, pero cuando empiezo a notar el corazón es como un pistoletazo de salida que me avisa de que mi ansiedad sube”. Y así, como el pez que se muerde la cola, nos vemos zambullidas en un círculo vicioso del cual no sabemos salir.

Los pensamientos catastróficos

Si sumamos que muchas veces este síntoma se acompaña de dificultad para respirar, como lo haríamos cuando estamos en reposo, terminamos interpretando de todo: “crees que es porque el corazón de ocupa todo el pecho”, “que va a estallar…”. Y ya con esto, tenemos el cóctel perfecto para imaginar mucho más allá: “he imaginado un montón de cosas en los diferentes episodios. Desde que me iba a dar un ataque al corazón, que me iba a desmayar…” o como coincidía Montse “que va a ir a más sin que yo pueda hacer nada y me va a dar un infarto y me voy a morir”.

Estos pensamientos nos cargarían de terror a cualquiera, por eso es importante entender que sentir la aceleración de nuestros latidos no es peligroso, sino que lo que más nos asusta es nuestra imaginación, porque no conocemos la verdadera naturaleza de su funcionamiento en esos momentos de pánico. Las personas que han decidido compartir sus vivencias con todos/as nosotros/as, han trabajado en terapia por comprender y asimilar la relación mente-cuerpo que experimentan habitualmente en estas situaciones; esto es lo que nos comentaba Mireia “Suelo experimentarlo cuando “me monto películas”, es decir, cuando tengo que hacer algo y no paro de anticipar situaciones que no son reales. También me pasa cuando voy a hacer algo que hace mucho que no hago y me entra miedo.”; o Rocío que nos explicaba que identifica que se le acelera el corazón por ansiedad no sólo en las situaciones que percibe algo de peligro para ella, sino que “también con el tiempo he llegado a saber que previa a esa situación el cuerpo me va dando avisos como temblores en las manos, tics en la parte inferior del ojo, sequedad de boca… también he podido ver que estos momentos son consecuencia de situaciones anteriores que se alargan en el tiempo como no poder desconectar durante un tiempo prolongado, quedarme “pillada” pensando y dando vueltas a cosas muy intensamente, la anticipación; o también una cosa curiosa es que mi estado físico puede influir como tener el estómago muy lleno o no dormir bien.”

Para observar detalles comunes que caracterizan la experiencia de ansiedad en cada uno de nosotros, a veces es importante observarse “desde fuera” o recurrir a un profesional que nos acompañe en identificar aspectos como los que se ha ido dando cuenta Montse, que nos decía “tengo etapas en los que la ansiedad se focaliza en el corazón y en otras más en nerviosismo, pero sin que tenga taquicardias. Cuando siento ansiedad centrada en el corazón creo que es porque me da miedo morirme de un infarto y por eso somatizo en el corazón.”

Posibles soluciones

Pero, ¿y qué hacen estas personas cuando se sienten el corazón acelerado?, ¿cómo manejan sus pensamientos frente a este síntoma? Una nos comentaba que intenta aguantar a que se le pase con la respiración. Que es una estrategia que, practicada de forma habitual y no sólo en momentos de ansiedad, nos puede ayudar a disminuir la atención focalizada en el corazón, para centrarnos en regular la frecuencia respiratoria. Sin embargo, hay que tener en cuenta lo que nos decía Rocío al respecto: “hay veces que puedo controlarlo con la respiración, pero hay otras veces que no puedo y simplemente intento no engancharme”. Así que para atravesar el síntoma, no sólo nos ayudarán herramientas como ésta, a menudo necesitaremos de un trabajo con nuestra propia manera de enfocar lo que nos está pasando, como lo que comentaba Mireia: “antes me asustaba muchísimo y creía que no tendría fin, que tendría que ir corriendo a un hospital a que me diesen alguna cosa para relajarme; hoy en día intento tener una conversación interna conmigo misma y decirme que es un síntoma a fin de cuentas, que es muy molesto pero que tal y como sube irá bajando. Aunque sea muy complejo, intento restarle importancia, porque cuanta más atención le das peor se pone la cosa. Es un juego con el cerebro de a ver quién puede más”.

Esto de intentar sobrellevar como mejor podamos el sentir nuestro propio corazón, no sólo incluye técnicas de relajación, respiración, redirección de la atención o de debate interno intentando ajustar nuestras interpretaciones lo más posible a lo que nos está pasando; también es una labor en la que tenemos que identificar las emociones que remueve internamente. Porque, como nos decía una de nuestras entrevistadas, convivir con esto a veces es como “vivir angustiado pensando que me va a pasar algo por mi propia culpa de no saber controlarme. Supone estar incómoda en situaciones de trabajo y sociales pensando que los demás me van a juzgar. Miedo por pensar que me voy a morir. Rabia por amargarme la vida creando yo misma esta situación”. “Es una tocada de narices” decía otra, “algo que por más tiempo que lleves no gusta sentir, pero hay que aceptar que a veces estará allí, como un dolor de cabeza, y que no es peligroso. Con el tiempo va remitiendo y llega un día que incluso te extraña que no aparezca, eso es una buena señal”. Porque, lejos de ser sólo un síntoma, también es angustia, evitación, exigencia, culpa, rabia, miedo… Así que aprender a identificar qué te mueve a ti este síntoma más allá de darte cuenta que tu corazón late, ayuda a ser más conscientes de cómo nos tratamos, qué nos motiva o cuáles son nuestras propias intenciones. Escúchale y procura no luchar contra él, porque simplemente late… quizás no siempre a la velocidad que nosotros deseásemos, pero que lata nos quiere decir que seguimos vivos, sintiendo por experimentar, emocionándonos al vivir.

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