La Navidad es una de las tradiciones que forman parte de la vida de muchos millones de personas, y a su vez es, sin duda, una época de celebraciones que despierta todo tipo de pasiones. Hay personas enamoradas de estas fechas, que las viven con ilusión, con espíritu religioso, o simplemente porque para ellos simbolizan alegría, ya que se suelen reservar momentos para juntarnos con nuestros familiares, amigos y personas allegadas. Sin embargo para muchos otros, son fechas que se desean que pasen rápido en el calendario, días en los que se siente que, casi obligatoriamente, uno ha de estar de buen humor, incluso ilusionado por tener que mantener la tradición de juntarse a la mesa con la familia y escuchar al “cuñado” de turno con el que no se mantiene relación el resto del año. Ya te guste o no la Navidad, seguro que esta última situación te quiere sonar… así que hoy, en este post navideño, hablaremos de ellos: de los “cuñados”, y de cómo evitar no convertirte en un “cuñado” que haga de la cena una indigestión al resto de los comensales.

Lo primero es lo primero: aclarar que cuando decimos “ser un cuñado”, no nos estamos refiriendo a la acepción clásica de ser el hermano del cónyuge de una persona, sino a ese espécimen que (sin tener que ser de la familia) aparenta saber de todo, habla sin saber pero imponiendo su opinión, y se esfuerza por mostrar a los demás lo bien que hace las cosas. Seguro que conoces a alguien así, porque, aunque antes no se le llamaba así, el cuñadismo lleva mucho tiempo de moda.

Anatomía de un cuñado

Lo más fácil es identificarlos, pero no por su aspecto, sino por su forma de comportarse. Ser un cuñado es seguir un modelo de comportamiento rancio, retrógrado y anticuado a ojos de los demás. Tienden a ser conservadores ante lo cambiante, es decir que “lo de antes” (a lo que quizás estaba acostumbrado/a) siempre es mucho mejor que lo novedoso; y cuando se trata de hablar de problemas ajenos, sacan a relucir soluciones simples pese a que estemos hablando de resolver un cubo de Rubik de 6×6. Su filosofía podría estar perfectamente sacada de conversaciones de barra de bar, de esas en las que arreglamos el mundo con cuatro “verdades” universales, opinando a base de clichés intolerantes y cargada de frases hechas de las que pretenden sentar cátedra.

Una particularidad de los cuñados es que suelen ser personas que están convencidas de sus ideas y, por ende, llevan la razón. Si se encuentra con otras personas que piensan diferente, aunque hablando con ellas sea evidente que sus escasos argumentos y generalizaciones hacen aguas, ya se las apañan para dar otra vuelta de tuerca a su discurso (o más bien al de la persona con la que disiente) para tener la certeza de que van a salir airosos. Y para conseguir llevarse este gato al agua, desarrollan la siguiente peculiaridad.

Ten por seguro que él o ella saben de lo que hablan… porque destila un estilo de comunicación en el que no sugerirá sino que impondrá; así que, con la mayor soltura que hayan desarrollado hasta el momento, intentan demostrar la seguridad de que controlan de todo en todos los temas. Nadie será más astuto ni habrá acumulado tanta experiencia en la vida como un cuñado; así que no tendrás ni idea de casi nada a su lado, es más, si te descuidas, ellos sabrán más de ti que tú.

Pero durante las conversaciones, un cuñado no solamente ofrece su opinión (única válida y necesaria), sino que, ante las diferencias creerá que les están retando, y tenlo claro, se enfadarán y defenderán como un pez globo se hincha ante la percepción de amenaza. Invalidará logros sacando “peros”, tratará a su “rival” de forma condescendiente y desilusionada con posibles “yo ya estoy de vuelta de todo” o “cuando tú quieras ir yo he ido y he vuelto”, y descalificará al otro mientras que presume de su sapiencia infinita. Esto último, es una estrategia que se denomina argumento ad hominem: un tipo de falacia informal que consiste en dar por sentada la falsedad de una afirmación tomando como argumento quién es el emisor de esta, es decir, se trata de criticar y desacreditar a la persona que está ofreciendo un argumento, para que los demás no lo tengan en consideración y así no tener que rebatir el argumento en sí.

¿Ya has localizado a tu cuñado?

Pero no sólo nos vamos a dedicar a hacer un traje a los cuñados, para entender y aceptar que están ahí, es necesario que acerquemos posturas: ¿qué es lo que hace que una persona se escore hacia esa tendencia? ¿Por qué piensa que tiene razón?

En el fondo, el fuego a discreción que suponen las opiniones de un cuñado, no responden a otro fin que no sea el de protegerse y procurar mantener su propio orden en el mundo. Cada vez que interacciona con otras personas, la variedad de opiniones le pone delante una realidad llena de matices en la que no existen certezas, así que desarrolla un objetivo de fondo (del cual en ocasiones no es muy consciente): sus incansables esfuerzos para que los demás piensen como él o ella quiere, persigue que las cosas se mantengan en un orden predecible y así sentir que mantiene el control dentro de un mundo muy complejo. Una estrategia que simplemente pretende reforzar su sensación interna de control, protegiendo su ego al ensalzarlo por encima de los de las personas que le rodean.

Si vamos más allá del objetivo de fondo, y nos paramos a evaluar sus métodos y herramientas para llevar a cabo este objetivo, efectivamente, podríamos identificar que es el clásico perfil de un mal argumentador o de alguien que no sabe debatir. Y seguro que a medida que has ido leyendo este post, se te venía a la mente esa persona que está en tu vida y que abandera la esencia cuñadil, ya sea tu jefe, un amigo o tu tía Encarni; pero, párate a pensar… ¿tú te consideras una persona hábil debatiendo frente a ideas diferentes a las tuyas?

Y es que el cuñadismo está arraigado en lo más profundo de nuestra psique, simplemente por cómo está configurado nuestro cerebro de forma natural y, en consecuencia, por cómo percibimos y procesamos la realidad, y, a su vez, aprendemos a expresar nuestras ideas. Por un lado, a todos nos cuesta conciliar la incertidumbre de un mundo cambiante, y una vez que hemos conformado una perspectiva acerca de algo, no nos vamos a engañar, nos cuesta cambiar de opinión; y por otro, no siempre nos han enseñado a comunicarnos desde el respeto a la diferencia de pareceres. Así que, como le pasa a ese cuñado que tenías en mente, quizás nosotros/as también a veces caigamos en errores de pensamiento o los denominados sesgos cognitivos. Toma nota de los siguientes y afina tu radar:

Sesgo de confirmación: cuando el mundo a nuestro alrededor es complejo, tendemos a seleccionar únicamente aquella información que se adapte y confirme nuestras creencias, de forma que reduzcamos nuestro esfuerzo mental. Así que terminamos filtrando la información que encaja con nuestra forma de pensar y el resto lo obviamos. Este es uno de los sesgos más importantes del cuñadismo, y, si me lo permitís, muy presente en las ideas religiosas o políticas de cada uno.

Sesgo de retrospectiva: Tendemos a reconstruimos el pasado con conocimiento actual para deducir certezas. Por ejemplo, el lunes es muy fácil saber lo que tendría que haber hecho mi equipo para ganar el partido del domingo, o a estas alturas pensar en las medidas que se tenían que haber tomado los primeros meses desde la aparición de la pandemia.

Heurístico de disponibilidad: consiste en tomar decisiones rápidas sin tener todos los datos, simplificando lo máximo posible los pasos que deberíamos tener en cuenta. Y esta estrategia nos conduce a veces irremediablemente a los dos siguientes sesgos.

• Sesgo de proporcionalidad: la falsa idea de que si ha pasado algo gordo o con mucho impacto, es porque algo crucial lo ha provocado.

Sesgo de intencionalidad: si ha sucedido algo ambiguo es porque alguien lo ha planeado para que ocurra así.

Sesgo de autojustificación: evitamos sentir remordimientos por decisiones que más tarde comprobaríamos que no eran muy acertadas; así que caemos en racionalizar y justificar una y otra vez detalles, para evitar reconocer que por esa vez nos equivocamos.

Efecto Barnum: tendemos a tratar las descripciones vagas y generales como si fueran descripciones específicas y detalladas. Se trata de ideas que están fundadas de tal manera que encajan con todo, y sino ¿por qué los horóscopos parecen creíbles para muchas personas?

Existe la tendencia a reconocer el poder de los sesgos cognitivos en los demás, y a su vez creer que a nosotros no nos influyen tanto, es todo un clásico. Pero si practicamos la honestidad con nosotros, y reconocemos que todos estamos en el mismo barco, a través de estos errores podremos detectar nuestras propias maneras de pensar a veces, nuestras pequeñas incursiones al cuñadismo: cuando hacemos generalizaciones, cuando tenemos sensación de exclusividad, de tener en nuestro poder la verdad, cuando no tenemos en cuenta el componente intelectual de las ideas sino el emocional, o al engancharnos a slogans o mensajes generalistas… en el fondo estamos siendo poco flexibles y reduccionistas a la hora de percibir una realidad mucho más compleja de lo que estamos dispuestos a aceptar.

Y frente a esto ayuda el tener presente que puedes cambiar de opinión, practicar la escucha activa, aprender a ser asertivo y el respeto por la diferencia (sin tener que mutilar tu posición o la de la persona con la que intercambias pareceres), practicar la curiosidad más que el juicio hacia lo ajeno, y aceptar que no hay un lado correcto para para valorar las cosas o tomar decisiones… Se nos ocurre que quizá podamos aprovechar las reuniones navideñas para empezar éstas prácticas, y que así las celebraciones sienten un poquito mejor manteniendo a nuestro cuñado interior a raya.

Suerte y amables fiestas a todos/as.

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