En uno de nuestros rutinarios viajes, hablábamos, para no variar, de la ansiedad. Nosotros trabajamos también en los trenes. Allí vencemos fobias e inevitablemente divagamos a cerca del mundo, sus organismos, cuerdos, locos, y sus problemas.

Miraba mi paciente por la ventana y se preguntaba en voz alta: “Nosotros, los tachados algún día como desquiciados o inestables ¿seremos cuerdos en un mundo de locos? “. Sonreí por inercia y creí firmemente que no estaba tan equivocado en su pregunta.

“Locos vs Cuerdos”

El mundo nos separa irremediablemente: aquellos que padecemos un problema de salud mental versus aquellos que hemos pasado sin demasiadas heridas ante el “ruido” de la vida ( por ahora). Y lejos de ese abrazo humano que intentamos darnos como sociedad, es honesto reconocer que estamos en puntos diferentes, o al menos así lo percibimos.

Como cuando un médico te pregunta en su consulta “¿Tienes alguna enfermedad crónica?” Y entre una mezcla de orgullo y alivio respondes: no. Estás fuera, no perteneces al mundo de los quirófanos, fármacos, pruebas y salas de espera.

Creo que experimentamos una idea similar: nos hemos librado. Y miramos al otro con compasión, con una vocecilla interior que resuena muy bajito (no vaya ser que si lo decimos en alto se haga realidad) “menos mal que a mí no“.

Entonces solemos decirle al otro que es maravillosamente fuerte, que nosotros en su lugar no podríamos (me cuestiono en numerosas ocasiones el dolor que provoca la utilización de ésta frase) y que seguro, seguro, seguro, podrá salir adelante.

Un poquito más lejos. Creo que en ese momento estamos un poquito más lejos del otro, y no hablo (en este caso) de prejuicios, personas frías o prepotentes. Hablo de un sentimiento humano, que los que algún día fuimos padecedores probablemente también experimentamos.

Supongo que por eso a veces no podemos parar de repetirnos ¿Por qué a mí? Y digo yo ¿Por qué no? Supongo que previamente a que naciese ésta pregunta se escondía la afirmación “esto nunca me va a pasar a mi“. Entonces ya habrías conocido a alguien que se había dado de baja en el trabajo por depresión, alguna niña en el cole que vomitaba porque se veía gorda o algún miembro de tu familia que estaba “malito” de los nervios. Pero no, a ti no.

Pues bien, finalmente parece ser que sí. Y tras varias fases de negación, uno puede acabar aceptando que sí, que a él sí. ¡Bendita “locura”! ¿Habrá algo más cuerdo que ser consciente de tu propia vulnerabilidad como ser humano? Una dosis de realidad ingerida y digerida: ¡Nos pasan cosas! Entonces, dentro del todo el costoso proceso que esto supone, resulta que puedes volverte más cuerdo que antes, cuando no tenías un diagnóstico, un psicólogo semanal y un psicofármaco que ingerir todas las mañanas.

Eres consciente, más que nunca, de tu propia vulnerabilidad, de tu propia existencia, de tu muerte, de la banalidad que salpica a muchas de tus relaciones y un largo etcétera. ¡Ojo! Qué esto de golpe, puede ser difícil de tragar y uno puede llegar a atragantarse. Pero ¿quién dice que bien masticado y digerido no sea una muestra de la más pura cordura? ¿No es acaso real que somos tremendamente vulnerables? ¿No es acaso impresionante que estemos vivos y que seamos conscientes de ello? ¿No es acaso, cuanto menos perturbador, conocer que vas a morir y no saber cuándo ni de qué?

¡Yo quiero volver a ser el de antes! Y entonces nosotros, los psicólogos, solemos responderte que el de antes te trajo aquí. Maneras inadecuadas de interpretar, procesos de atribución erróneos, necesidad imperante de control…

Pero supongo que hay algo que también esconde ésta afirmación, y es que tal vez lo que hayas descubierto, lo que te hace neurótico y te hace sentir tan frágil e indefenso no sea del todo mentira, tal vez lo que sea insano es cómo te relacionas con ello. El de antes, no sabía o no pensaba en todas éstas cosas, pero eso no significa que no existieran. Hay quien lo llama el renacer de tu ser o la llamada a tu transformación. Particularmente me cuesta utilizar éstos términos con ligereza, pero no tengo duda de que efectivamente pueda ser una transformación, donde volverte más cuerdo que nunca.

Indudablemente, todos estos procesos están acompañados generalmente de mucho dolor, por lo que no sería justo terminar estas líneas sin hacer referencia a que volverse más cuerdo que nunca, cuesta, cuesta mucho. Ni es un mundo de color de rosa, ni es rosa sin espina. El malestar psicológico duele, por eso mismo, debemos pedir ayuda, ponerle nombre a nuestro dolor y reconocer que ahora estamos en este mundo en el que sí que pasan cosas. Una buena dosis de humildad ¡Bendita locura!

No pretendo, ni mucho menos, que nos sintamos seres afortunados por pertenecer al mundo de la carencia de salud mental, ni que tengamos que agradecer a la vida nuestra vivencia, pero tal vez, si plantearnos hasta qué punto es loco aquello que descubrimos a través de la ansiedad.

Que salgas corriendo de un centro comercial porque tienes miedo, es un problema. Que lo hagas porque has descubierto tu propia vulnerabilidad, tu propia incapacidad para controlar tus emociones o tu profundo miedo a morirte, es una dosis de realidad. Es pureza sin miramientos, pureza que no puedes integrar y que tendrás que aprender (si quieres dejar de salir huyendo) a encajar.

Desde que estuve en el mundo “de los locos”, mi concepto de cordura cambió para siempre. No quiero no enterarme de nada, ni envidio a quien no se replantea sus miedos y charla con ellos de vez en cuando. No quiero sentir que a mí no me van a pasar cosas, porqué desde que acepto que sí, me enfrento a la vida con una actitud más vitalista. Manifiesto que esa “locura” me volvió más cuerda que nunca, aún con el dolor que eso conllevó. Sigo siendo consciente de mi propia vulnerabilidad y me sigue asustando la muerte, pero desde entonces, la vida me sabe más a verdad y simplemente por ello creo que es lo más cercano a la cordura que he estado nunca, con todos los matices “locos” que indudablemente nos acompañarán.

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