Vamos a explicar como se relacionan los ahogos y ansiedad.

Muchas personas con ansiedad refieren ahogos y dificultades con la respiracion. En este artículo te mostramos la relación existente entre la sensación de ahogo y ansiedad.

Las personas respiramos como vivimos. Nuestros pensamientos y cómo nos estemos planteando las cosas que nos suceden, generan en nosotros determinadas emociones que modificarán nuestro organismo y viceversa. Pensamientos, emociones, conductas y organismo están íntimamente relacionados. La respiración es una de las funciones del cuerpo que, pese a realizarse de forma automática gracias a nuestro sistema nervioso autónomo, tiene mayor incidencia en nuestro bienestar físico y mental. Como un espejo, refleja nuestros estados internos: cuando estamos haciendo una tarea que requieren pulso y/o concentración dejamos de respirar por unos instantes, si estamos enamorados suspiramos con frecuencia, cuando estamos cansados, tenemos hambre o nos aburrimos bostezamos…

La respiración cambia en función de la emoción y necesidad que estemos experimentando, y aunque opere independientemente de la voluntad podemos prestarle atención para reconocer mejor el estado en el que nos encontramos en ese momento y operar sobre ella, retomando un control parcial, más consciente, que nos ayude a modificarla en nuestro beneficio.

Las dos pautas respiratorias asociadas a distintos estados

  • En momentos de calma y sosiego solemos respirar utilizando toda nuestra capacidad, llevando el aire hasta la zona baja de los pulmones y haciendo trabajar al diafragma. Esta es la llamada respiración abdominal, el ritmo es lento, y las inspiraciones y espiraciones son más profundas; visualmente podemos percibir que el abdomen se hincha y deshincha como si de un globo se tratase. Entre los muchos efectos que provoca en nuestro organismo encontramos verdaderos beneficios: ayuda a mejorar la circulación, mejora el nivel de oxígeno en los órganos vitales, elimina tensión muscular, a nivel emocional favorece la relajación, la concentración, combate la fatiga y el estrés o estados más intensos como la ansiedad.
  • La otra pauta es la respiración torácica o energética, que de forma adaptativa desarrollamos cuando necesitamos un aporte extra de energía para actividades que requieren más movimiento del habitual, es la que precisamos y llevamos a cabo por ejemplo cuando hacemos ejercicio. El ritmo respiratorio se acelera, inhalamos mayor volumen de aire del que expulsamos, y sólo utilizamos la parte superior de los pulmones. Es una pauta que pretende ser útil, y de hecho lo es, para ponernos en marcha y activar nuestro organismo, pero en ocasiones nos puede parecer más perjudicial que otra cosa.

¿Qué sucede cuando las emociones y el cuerpo van de la mano pero nuestra mente decide tomar otro camino?

Emociones como la ira o el miedo suelen presentar reacciones parecidas entre sí en nuestro organismo: si por ejemplo sentimos que alguien nos ataca (ya sea a través de la palabra en una discusión con un amigo o una persona que pretende robarnos de forma violenta) nuestro cuerpo automáticamente se pondrá en marcha, necesitará cargarse de energía para hacer frente a la situación o huir de ella lo más eficazmente posible; de tal forma que priorizará el sistema respiratorio y el cardiovascular por encima de otros sistemas. Esto sucede porque para aumentar esa energía necesita elevar el aporte de oxígeno y bombearlo ágilmente para distribuirlo por todo nuestro organismo, ya que entiende que los músculos necesitarán estar bien oxigenados para enfrentar o huir de aquello que sentimos como una amenaza.

Cuando el miedo es una de las emociones más presentes en nuestro día a día, ya se desarrolle en situaciones concretas como puede ser en los ataques de pánico o sea una sensación difusa que experimentamos casi a lo largo del día, nuestra respiración se torna rápida y superficial, energética. En estos casos el cuerpo está reaccionando óptimamente a lo que la emoción le está solicitando, y aunque normalmente no nos percatamos de ello porque seguimos respirando, viviendo, es importante conocer que esta pauta provocada por la emoción nos puede estar generando determinados síntomas como la conocida hiperventilación o la sensación de falta de aire, presión en el pecho, adormecimiento de manos y/o sensaciones de mareo.

Estos síntomas no son dañinos en sí, son los resultados de esa activación corporal. El problema nos sobreviene cuando nuestra mente los malinterpreta como algo peligroso que no debería de estar pasándonos, es decir, juzgamos las situaciones desde la razón y no las valoramos como peligrosas, pero en nuestro terreno emocional la sensación es que hay que salvarse de algo, hay que escapar. Pongamos un ejemplo: es el final de una larga y agitada jornada, me meto en la cama y comienzo a pensar en todas las tareas que me esperan al día siguiente, mañana debería de solucionar esto y lo otro, ir a…, llamar a…, acordarme de…, no sé si me va a dar tiempo a todo, tendría que hacerlo rápido, ¿qué hora es? Venga duérmete ya que mañana será un día duro. Nuestra mente se va acelerando poco a poco sin ser conscientes. Anticipando y mandándonos órdenes en esos momentos el pensamiento está provocando que a nivel emocional nos sintamos saturados, inquietos, agobiados, por lo que la cadena natural prosigue, se envían señales al cuerpo de necesidad de activación para ponernos en marcha, solucionar el problema y así reestablecer la calma; es ahí cuando el organismo se moviliza y comenzamos a experimentar los resultados. En una situación en la que nos disponemos a descansar y de aparente calma, sentimos presión en el pecho y falta el aire, no entendemos porqué, nos asustamos, y el miedo crece por momentos al comprobar que cada vez tenemos mayor necesidad de coger aire sintiendo que no podemos coger el suficiente. Fisiológicamente estamos hiperventilando, mentalmente podemos llegar a creer que nuestro fin se acerca.

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La hiperventilación

En esas situaciones en las que nuestra vivencia emocional y organismo –no así nuestra mente- estiman que hay que energetizar el cuerpo para reaccionar ante lo amenazante, la pauta respiratoria que llevamos es la de tomar grandes bocanas de aire, aumentando los niveles de oxígeno con respecto a los de CO2, que disminuyen. Si esa mayor cantidad de O2 se repartiese por el organismo y con ello echásemos a correr o nos pusiésemos a luchar lo gastaríamos durante el conflicto, pero como normalmente no lo hacemos, no llegamos a darle salida y a consumirlo, se queda como un excedente no necesario. ¿Qué hace el cuerpo con ello?

A nuestro cuerpo le gusta mantener el equilibrio de sus propios procesos. Observemos por ejemplo la importancia de poseer un determinado PH en la piel, si se desequilibra de forma mantenida en el tiempo aparecerán dermatitis u otros problemas cutáneos; de igual manera existe una necesidad de equiparar los niveles de O2 y CO2 cuando éstos están descompensados. Lejos de lo que podamos pensar, en ese protocolo que se activa pretendiendo el equilibrio, el cuerpo no buscará disminuir la cantidad de oxígeno sino la de aumentar la del dióxido de carbono. El organismo “se defenderá” intentando combatir la masiva entrada de oxígeno forzando a nuestro sistema a respirar más lentamente, mensaje que, cuando no conocemos el funcionamiento, recibimos con temor e interpretamos como sensación de ahogo o falta de aliento cogiendo automáticamente aún más aire, entrando así en un círculo vicioso de “hambre de aire” muy diferente de la necesidad real.

Sabiendo esto, pongamos atención a la necesidad de aumentar nuestro CO2. Una herramienta que puede servirnos en esas circunstancias es el uso de una bolsa de papel, colocándonosla sobre nuestra boca y nariz, para respirar en su interior y así minimizar el aire de entrada.

Conociéndonos un poco más aprenderemos estrategias beneficiosas

Si nos encontramos ansiosos y notamos que comenzamos a hiperventilar:

  • No hace falta coger mucho aire, no estamos en movimiento o haciendo un ejercicio físico intenso.
  • Ser conscientes de que existen dos tipos de movimientos respiratorios: inspiración y exhalación. Cogemos mucho aire pero echamos poco. Es importante trabajar con el equilibrio de ambas fases; para ello un ejercicio interesante es que mientras pongamos atención a la respiración intentemos imaginarnos que delante de nosotros tenemos una vela encendida que debemos intentar mover pero no apagar con nuestras exhalaciones.
  • Evitar la respiración superficial, es mejor respirar con el abdomen que dejar el aire limitado a la zona pectoral.
  • Respirar más lentamente, puesto que a mayor lentitud conseguiremos mayor “efecto bolsa de papel”.

Toda gestión emocional empieza por ponerle atención a nuestra respiración, respirar de modo consciente e intervenir sobre el ritmo de la respiración. A través del manejo consciente de la respiración en determinados momentos podremos restar sobrecarga emocional y reestablecer poco a poco la normalidad en el funcionamiento de nuestro organismo.

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