Continuamos nuestro periplo por las emociones, hoy viajaremos a una emoción que quizás es más conocida por todos vosotros ya que la solemos nombrar más a menudo: el miedo. Existe una cita que dice “Todo lo que siempre has querido está al otro lado del miedo”, pero ¿hasta qué punto esto es cierto? Intentemos adentrarnos en esta emoción para comprender por qué algo que se siente tan desagradable, es tremendamente necesario para todas las personas.

Cuarta parada: el miedo

De nuevo, y como sucede con el resto de las emociones que hemos visto hasta ahora, hemos de recalcar que esta emoción es experimentada por todos los mortales. No se puede transitar por la vida en ausencia de miedo, de hecho, es la emoción que se activa frente a situaciones complicadas en las que nuestra supervivencia y nuestra integridad se ven amenazadas.

Gracias a la evolución de nuestra especie, hemos pasado de tener que salir a cazar para no morir de hambre a dirigirnos a ciertos lugares para encontrarnos alimentos ya preparados y cortados en bandejas; ya no tememos a las inclemencias del tiempo porque no vivimos en cuevas, sino en casas con ventanas y calefacción que nos aíslan de pasar frio; hemos realizado todo tipo de avances científicos, médicos y tecnológicos que prolongan nuestra esperanza de vida y aumentan su calidad… Y aún así, por mucho que nos esforcemos en vivir más cómodos, seguimos sintiendo miedo.

Esto se nos puede asemejar a la historia de Aquiles, aquel que, en la mitología griega, fue un héroe de la guerra de Troya y uno de los más grandes guerreros de la Ilíada de Homero. Se le consideraba como el más veloz de los hombres, de hecho se le llamaba “el de los pies ligeros”. La leyenda nos cuenta que, cuando Aquiles nació, su madre, Tetis, diosa del mar, intentó hacerlo inmortal sumergiéndole en la laguna Estigia. Pero olvidó mojar el talón por el que lo sujetaba, dejando vulnerable ese punto. Aún protegido por una “armadura” divina, Aquiles terminaría encontrando su muerte a manos de Paris, quien, ayudado por Apolo, le alcanzó con una flecha en el talón, su único punto vulnerable. Y es que, por mucho que las personas deseemos evitar vivir ciertas situaciones con miedo y nos esforcemos por protegernos con “armaduras”, como parte de la experiencia de vivir en ocasiones nos sentiremos vulnerables, temerosos, incluso indefensos.

¿Cuáles son sus parajes más emblemáticos?

Si nos observamos agitados, respirando más velozmente, con las pulsaciones en aumento, sudando y quizás temblando, si percibimos que nos sofocamos a la vez que nos pueden entrar escalofríos, nuestro cuerpo nos está queriendo transmitir que está aumentando su nivel de activación y energía; además, si esto viene acompañado de pensamientos de desconfianza, creyendo que nos va a suceder algo fatal que pueda poner nuestra integridad en peligro… En ese preciso momento nuestro organismo mente-cuerpo nos está mandando un claro mensaje: tenemos miedo.

La parte de nuestro cerebro que se encarga de razonar, el área prefrontal, se retira amablemente para dejar que sea el sistema más primitivo de nuestro cerebro el que maneje los mandos de la nave temporalmente. Esto quiere decir que, estando zambullidos en plena emoción del miedo, como sucedía con el enfado, se nos dificulta mucho ejecutar eficazmente procesos cognitivos como razonar, argumentar, cuestionar o abstraernos de lo que está sucediendo. Mayormente estaremos dirigidos por nuestros músculos en tensión y el sistema perceptivo del que dependeremos para captar estímulos peligrosos del exterior. Estos fenómenos característicos que experimentamos de la mano del miedo surgen así gracias a nuestro sistema nervioso autónomo, que como su nombre indica, es totalmente independiente de nuestro raciocinio, ajeno a nuestra voluntad. Porque instintivamente, y por lo general, cuando sentimos miedo necesitaremos nuestra energía corporal más que la mental.

Para nombrar este estado emocional transitorio las personas utilizamos palabras como temor, horror, pánico, terror, pavor, desasosiego, susto, ansiedad, fobia, angustia, desesperación, inquietud, inseguridad, estrés, preocupación, anhelo, desazón, confusión, agobio, consternación o nerviosismo.

• Nos habla de incertidumbre

Los seres humanos sentimos miedo cuando nos enfrentamos a lo desconocido, cuando vamos a atravesar una vivencia incierta de la cual no tenemos guía ni indicaciones que nos aseguren el éxito, no conocemos el camino a recorrer, no sabemos qué nos vamos a encontrar ni qué recursos vamos a tener que necesitar. Todos y todas nos hemos enfrentado en un pasado a situaciones que nos eran inciertas o novedosas y hemos conocido el miedo, es más, quizá lo estés sintiendo ahora, y posiblemente en el futuro lo sentiremos en más de una ocasión.

Pese a que se nos haga difícil de transitar, tengamos en cuenta que el miedo es una emoción necesaria y muy valiosa para ser capaz de reaccionar frente a lo que puede llegar a amenazar nuestra integridad. Es la emoción que surge enarbolando la ley de la supervivencia. Por ejemplo, si estamos cruzando una calle y viene un coche a toda velocidad, antes de que nos pueda arrollar, nuestro cuerpo se cargará súbitamente de energía para apartarse; o si una persona nos amenaza y pretende robarnos, nuestro cuerpo automáticamente temblará, se pondrá en tensión y agitará para intentar manejarse con el atacante. Sin no conectásemos con nuestro miedo en situaciones como estas, no habría reacción alguna por nuestra parte y, en el mejor de los casos, saldríamos perjudicados, en el peor, probablemente nos hubiésemos extinguido como especie.

Aunque no todos los miedos se desencadenan por peligros físicos, de hecho, a medida que crece la filosofía del estado del bienestar, nos encontramos con que llevamos tiempo sintiendo miedos generados a través de lo aprendido social y culturalmente. Miedo a ser rechazados, a no ser queridos, a ser excluidos, a no ser valorados, a hacer el ridículo, a la pérdida (de un trabajo, una relación, una oportunidad…), a sentir vergüenza, a que nos encontremos con prohibiciones o límites… Miedos que, aunque no conllevan un peligro inminente para nuestra supervivencia vital, sí cumplen su papel frente a la supervivencia psicológica de cada uno de nosotros.

Dicho esto, será necesario familiarizarnos con que el miedo puede provocar en nosotros tres tipos diferentes de reacción: huida o defensa (si dejamos que la carga energética se libere) o parálisis (si involuntariamente tendemos a bloquear la carga energética). Evitar lo que nos es peligroso, contraatacar o quedarnos inmóviles con la innata intención de camuflarnos y no ser vistos, son conductas que surgen de manera natural y en muchas ocasiones espontáneamente, dado que, recordemos, la razón está dando paso a otro tipo de procesos. Por tanto, intentemos no juzgar nuestras reacciones de un momento de miedo concreto, porque lo que está claro es que hicimos lo que nuestro organismo ha aprendido que eso es lo que mejor puede hacer para sobrevivir ante lo incierto.

• El terreno anexo: la ansiedad

Pese a que anteriormente hemos señalado la palabra ansiedad y fobia como formas que tenemos comúnmente las personas de designar la emoción de miedo, no son exactamente lo mismo, aunque se parezcan.

Hablamos de que estamos sintiendo miedo cuando la situación o estímulo amenazante es algo que nos hace temer por nuestra integridad física, por nuestra continuidad en la vida. Dicho esto, cuando sentimos miedo hay una percepción o interpretación de daño o peligro para nuestro bienestar físico o psicológico, y nuestra respuesta para hacerle frente suele presentarse ajustada a la problemática a abordar, es decir, en el momento en que necesitamos esa reacción. Así que suele aparecer ante un peligro real, presente e inminente.

Sin embargo, hablamos de estar experimentando ansiedad cuando tenemos la sensación de que “algo malo va a sucedernos”; ya no es que sintamos miedo, es que nos apropiamos de él y nos lo quedamos dentro. Esto se da cuando nos apoyamos en nuestras expectativas, dando por hecho que son certeras, y anticipamos efectos negativos antes de que se produzcan. Así que, a pesar de que se trata de situaciones o estímulos con la misma carga de incertidumbre que en el caso del miedo, siempre se tratará de algo futuro y generalmente poco concreto. Sentimos ansiedad porque, aunque no hay problemática a abordar en un presente, a través de nuestra imaginación ya la estamos “materializando”.

Las expectativas de un posible peligro nos conducen, muchas veces obsesivamente, a buscar certezas. Normalmente las personas queremos saber antes de tiempo si lo que nos imaginamos es una buena predicción y nos fijaremos en la información que en ese momento consideremos que nos va a aclarar la duda. El problema es que, para empezar, nos guste o no las personas no somos muy buenas prediciendo el futuro, y para proseguir, a veces la ansiedad aparece de forma tan anticipada que no contamos con datos objetivos suficientes como para aclarar si nuestras expectativas son más realistas que fantasiosas.

Esta búsqueda insaciable de querer averiguar con seguridad y certeza si ese “algo malo” nos sucederá o no, alimenta nuestra sensación de falta de guía y se termina configurando como una forma de funcionar frente a lo que acontecerá en un futuro; algo que, ya de por sí, para toda persona es desconocido. Así que la ansiedad suele diferenciarse del miedo en que éste es un estado emocional muy acotado al estímulo temido, mientras que la primera tiene una mayor carga de sufrimiento en el tiempo, porque solemos quedarnos bloqueados, atrapados en desear cerciorarnos al 100% de que no vamos a atravesar por dificultades inciertas a las que creemos que no podremos hacer frente. Un proceso que puede llegar a condicionar la vida de la persona que la experimenta y ser tremendamente incapacitante.

• Intentar dinamitarlo no es la mejor opción

A veces las personas nos llevamos mal con el simple hecho de sentir miedo, y en vez de reconocerlo como parte de nuestro viaje emocional, tendemos a querer esquivarlo o erradicarlo desarrollando estrategias como:

Huir de sentirlo, es decir, intentar evitar circunstancias en las que creamos que lo vamos a experimentar. Esta estrategia puede protegernos, pero también encerrarnos e imposibilitarnos el crecimiento personal. Así que, pregúntate para qué lo harías y elige bien de qué deseas huir.

Negarlo diciéndonos o expresando a los otros que “es una tontería” o que “no pasa nada”. Si hacemos un ejercicio de honestidad con nosotros mismos descubriremos que, en realidad, son formas de enmascarar lo que realmente sentimos, porque el miedo está presente con nosotros en ciertos momentos de forma natural. Por tanto, si negamos sentir miedo y el impacto que éste nos genera, estamos distorsionando nuestra realidad emocional y negando una parte de nosotros mismos.

Reprimirlo, como cuando en nuestra visita por la tristeza hablábamos de presas emocionales, sólo consigue que poco a poco acumulemos presión emocional. A medida que esa presión interna aumente, sólo conseguiremos sentirnos confusos, incapaces de distinguir con qué sentimos miedo y, en consecuencia, tampoco tendremos claro cuáles son los recursos con los que contamos para manejarnos con él. Incluso a veces, cuando el miedo es reprimido constantemente, se nos hace tan desconocido que podemos llegar a confundirlo con otras emociones como el enfado o la tristeza: ¿y si el enfado que sentí cuando mi amiga se molestó porque llegué tarde no tiene que ver con que mi amiga sea poco flexible, sino que es mi miedo a que un día se canse de esperarme?

Aquiles también sentía miedo

A menudo las personas confundimos sentir miedo con ser cobardes y, al revés, sentirse seguro con ser valientes. Pero como venimos diciendo, el miedo es un sentimiento natural y propio de afrontar circunstancias vitales en las que no hay garantías ni seguridades. ¿Entonces son cosas independientes? Pues sí. Veamos por qué:

Ser valiente tiene que ver más con la confianza que depositamos en nosotros mismos, en saber que, a pesar de la tormenta, seguiremos avanzando como buenamente podamos en búsqueda de nuestros objetivos y metas; incluso hablamos de valentía cuando nos alejamos de aquello o aquellos que consideramos que nos son perjudiciales. Valiente es aquel o aquella que considera que el camino no tiene por qué ser fácil, pero que no desistirá en el empeño porque hace lo que cree que es preciso hacer para cuidarse a sí mismo a la larga. Todos tenemos comportamientos valientes en ciertos momentos de nuestra vida, solo que nos impulsamos a base de valentía cuando encontramos algo que nos aporta un sentido personal, es decir, si lo que nos motiva a continuar es algo que de verdad deseamos genuinamente.

Pero no siempre actuamos con esa determinación y confianza, a veces nos sentimos inseguros y sopesamos si nos merece la pena continuar con tantas dudas en el horizonte. Es en estas situaciones en las que decidimos protegernos del miedo y evitar sentir esa inseguridad. Llegados a este punto, es importante entender que el miedo es muy libre y que en cada persona se instala en lugares muy distintos, así que evitar sentir miedo en determinado momento será una decisión que sólo la persona debe tomar.

Protegernos a nosotros/as mismos/as del miedo es algo a lo que todos tenemos derecho a permitirnos en nuestro camino. La cuestión es que seamos conscientes de que muchas veces nos queremos proteger del miedo porque no hemos identificado qué es lo que concretamente guía nuestro afán. Si a lo que aspiramos es a sentirnos seguros constantemente podemos acabar como un pajarito dentro de una jaula: sabiendo que no tendrá depredadores que le traigan dificultades, pero no viendo nada más allá de sus barrotes. Totalmente a salvo, resguardados… y presos en una comodidad rutinaria, sin matices. Será cuando el miedo tomará el control de nuestra vida y (sin ser a veces conscientes de ello) se lo estaremos permitiendo. En estos casos, la pasividad pasará factura. No dejemos en manos del paso del tiempo, o de que los otros cambien o nos digan lo que sería mejor, decisiones que tenemos que tomar por y para nosotros mismos. Es un complejo ejercicio de responsabilización en el que seremos más conscientes y que dará sus frutos.

Por lo que la clave de elegir entre tirar de confianza o de protección en cada momento, tendrá que ver con valorar consecuencias más a largo plazo y elegir activamente una posición que nos resulte atractiva a lo que deseemos para nosotros/as en nuestra vida.

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