Hoy mostramos todo nuestro agradecimiento a María, una de nuestras pacientes que, con honestidad y tesón, ha logrado aprender a manejarse con un trastorno obsesivo compulsivo y hoy nos ofrece un testimonio sobre cómo vivir con TOC.

El TOC es un trastorno que puede causar mucho sufrimiento a quienes lo padecen: miedos invasivos que pueden conducirnos hasta el agotamiento mental, que pueden llegar a condicionar el ritmo del día a día a base de conductas de evitación o repetitivas con la intención infructuosa de “mantener a raya” esas emociones de angustia y temor que se experimentan intensamente.

Y así, generosamente, desea compartir con todos nosotros cómo la María de hace unos años vivía y experimentaba el trastorno, hablándose (y hablándonos) ahora desde una nueva mirada, la que se ha permitido y ha aprendido a construir, la que le está ayudando a avanzar. Enhorabuena.

Desde nuestro presente, saludo con admiración a la María que fui.

A la María que fui

Saludo al cuerpo que al empezar a descubrir en la adolescencia decidí cuidar, a la mente que anhelaba cultivar, a las ilusiones a las que me afanaba en construir un cielo… pero también al cuerpo que según empezó a pasar el tiempo duramente castigué, a la mente que se convirtió en la culpable de todo, a las ilusiones que deliberadamente, aunque sin ser realmente consciente, boicoteé. Y lo realmente peligroso de todo es que fue tremendamente fácil, casi intuitivo, como seguir un amable camino de baldosas amarillas.

En mi caso, la obsesión, la comprobación y los rituales se fueron apoderando poco a poco de mi tiempo y mis energías. Pasaron de proporcionarme una efímera sensación de seguridad a convertirse en una insoportable condena. Una droga, mi particular y atípica droga, que cuanto más consumía más necesitaba. Y entonces un día, a punto de cumplir 37 años, todo estalló… ya no había dosis suficiente para calmarme. Y entonces, todo se fue “a negro”. Y entonces, mis pies ya no podían caminar, y entonces, mis manos ya no podían crear. Familia, amigos, trabajo, pareja… ya nada importaba. La obsesión había ganado y yo creía ser la culpable de todo. Porque da igual el traje que se ponga la obsesión, en mi caso es el de hacer daño a los demás; y que, si la obsesión gana, el resultado es siempre el mismo: paralizarnos.

Y allí estaba ella (estábamos nosotras), la María que fui, derrotada y completamente aterrada. Habiendo aprendido hasta entonces que la única manera de salir a la superficie era abrazándose a una piedra, pero sintiendo que era incapaz de seguir viviendo si esas eran las reglas de juego.

Es de justicia reconocer que la María que fui, aunque así se sintiera, nunca estuvo sola. De justicia y completamente crucial porque estaba rodeada de brazos que, aunque no lograban sostenerla, sí fueron capaces de empujarla lo suficiente como para que pidiera ayuda profesional.

No pretendo venderle a nadie que haya sido un camino fácil, ni exento de recaídas, ni siquiera que el camino haya terminado. He estado medicada, y llevo años en terapia, pero ahora puedo y quiero gritar que con el TOC se vive sin que el TOC tenga que vivir por nosotros. Ya no soy la María a la que escribo, pero sí soy resultado de ella.

Con toda la humildad del mundo, quiero con estas líneas animar a aquellas personas, que se sientan como yo lo he hecho, a darse una segunda oportunidad. Y así poder descubrir lo que se esconde al otro lado del miedo.

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