Para entender qué son las sabias de impulsión deberiamos definir las fobias de impulsión como el miedo a perder el control, a volverse loco/a y a hacerse daño a uno mismo o a los demás. Si bien es cierto que son más frecuentes de lo que podríamos pensar, aún existe cierto tabú al respecto. Reconocer que existen y aceptar estos pensamientos incómodos es el primer paso para poder solucionar el problema.

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¿Qué son las fobias de impulsión?

Las fobias de impulsión hacen referencia al miedo intenso a una serie de pensamientos obsesivos, muy negativos e intrusivos que aparecen automáticamente y sin quererlo en nuestra mente, así como el miedo excesivo a pensar siquiera en poder llevarlos a cabo y cometer un acto violento grave e irreversible de forma impulsiva (sin pensar).

La temática habitual de estos pensamientos suele estar relacionada con la posibilidad de perder el control, volverse loco/a y, consecuentemente, llevar a cabo acciones en contra de nuestra voluntad, haciéndose daño a uno mismo o a terceros (peor aún si es a seres queridos cercanos e indefensos). Tirarse o empujar a alguien a las vías del tren, subirse a un piso alto, asomarse por la ventana y lanzarse al vacío, dar un “volantazo” inesperado con el coche y provocar un accidente o hacer daño a tu propio hijo recién nacido son buenos ejemplos de ello. La paradoja es tal que la persona es capaz de reconocer que este pensamiento es irracional, que son ideas “locas” y saber claramente que no quiere ni desea hacerlo por nada del mundo, pero no puede evitar en algunos casos incluso “verse” a sí misma haciéndolo, creérselo y, por tanto, angustiarse y aterrorizarse por si ocurriese en la realidad. Porque seamos sinceros, esa idea, de por sí, da mucho miedo. Como bien comenta Luis en el capítulo 8 de nuestro podcast de “La teoría de la Mente” que puedes oir aquí.

“Es un miedo a no tenerlo todo controlado, a no poder controlar algo de ti. Es difícil de asumir porque al principio no lo entiendes y piensas que estás mal de la cabeza. Es algo como muy irreal, lo estás viviendo tú pero te resulta tan extraño que es difícil de asimilar” (Luis, paciente con fobias de impulsión)

Consecuentemente, la persona que presenta fobias de impulsión desarrolla un patrón de evitación de este tipo de situaciones (por ejemplo, tirar todos los objetos punzantes para no tener a mano cuchillos, tijeras u otros objetos que puedan herir a alguien o incluso llegar a aislarse de las personas, por miedo a hacerles daño realmente), para prevenir que realmente ocurran, quedando su vida muy limitada.

Se estima que las fobias de impulsión afectan en total al 2,3% de la población. Por tanto, son más frecuentes de lo que pudiéramos creer, puesto que suelen mantenerse en secreto por el miedo a ser juzgados negativamente (al fin y al cabo, son conductas consideradas como indeseables socialmente).

¿Por qué surgen (y se mantienen) las fobias de impulsión?

Hace ya algún tiempo, durante una clase de la universidad, un profesor nos comentó que todas las personas, en algún momento puntual de nuestra vida, hemos podido pensar en algún momento qué pasaría si de repente empujásemos a alguien a las vías del metro, por ejemplo (¿te ha pasado a ti?). Es algo normal. Aunque nunca lo comentaremos en público, por miedo a que los demás piensen que estamos locos o somos psicópatas, es una idea que puede pasar por nuestra mente, como cualquier otra. Todos tenemos pensamientos absurdos, inmorales, inadecuados. Simplemente, nos comentaba aquel profesor, no les damos importancia. No les prestamos excesiva atención. Y los desechamos. Y seguimos a lo nuestro.

La diferencia radica entonces no en el contenido o el tema del pensamiento obsesivo en sí, sino en la importancia que le doy (o no). Y aquí entran en juego las fobias de impulsión. El mero hecho de pensar en ello ya supone ansiedad para las personas que lo sufren. Le dan importancia. Porque generalmente tienen forma de acciones reprobables, de dudosa moralidad, que no encajan con ellos mismos y con sus valores (ellos no se consideran malas personas, y no entienden por qué piensan eso; es algo difícil de asumir o entender).

Y, por tanto, se niegan o se prohíben volver a pensarlo, rechazándolos constantemente y reprobándose a sí mismos por haberlo pensado (¡¿Cómo soy capaz de pensar siquiera semejante aberración?! Madre mía, ¡soy horrible! No debería hacerlo. Pero, ¿por qué lo pienso entonces? Y si lo he pensado, ¿eso significa que lo quiero hacer, o que puedo hacerlo de verdad? Y si pierdo el control, ¿sería capaz de hacerlo?”) y ¡premio! Esta es la “chispa” que enciende la ansiedad. El hecho de querer eliminar un pensamiento hace que, paradójicamente, aparezca con mayor frecuencia, más a menudo y con mayor intensidad (Y si no lo crees, prueba unos instantes a pensar en cualquier cosa, cualquiera, menos en un elefante rosa. Está TERMINANTEMENTE PROHIBIDO pensar en un elefante rosa, NO PUEDES imaginártelo siquiera… Y bien, ¿apareció?).

En definitiva, el problema es precisamente intentar controlar el pensamiento, luchando con todas nuestras fuerzas por que no aparezca. Error. No podemos hacer que nuestra mente deje de pensar. Esto sólo ocasionará que aparezca más y más aún el pensamiento y, por tanto, como comentábamos antes del pequeño ejercicio del elefante rosa, al volver a aparecer esto generará más ansiedad (aún si cabe), generándose un círculo vicioso que se retroalimenta a sí mismo y del que es muy difícil salir.

Y entonces.. ¿se puede hacer algo realmente para tratar las fobias de impulsión?

Es posible que, llegado a este punto, te sientas algo desesperanzado/a y te preguntes: entonces, ¿qué? ¿No se puede hacer nada? Todo lo contrario.

En primer lugar, resulta esencial conocer a qué nos enfrentamos y romper todo el tabú que existe en torno a ello. Este hecho fue uno de los más importantes para Diana, una paciente que, al igual que Luis, experimentaba fobias de impulsión:

“En mi caso tenía una ignorancia extrema de qué era lo que me pasaba. El hecho de saber que esto tiene un nombre, que le pasa a más gente, te va ayudando a calmarte y a afrontar” (Diana, paciente con fobias de impulsión)

Igual de importante es saber que no podemos controlar directamente nuestro pensamiento, pero sí podemos cambiar qué hacer con esos pensamientos. La clave está en la exposición y aceptación del pensamiento, sin hacer nada por intentar controlarlo o eliminarlo. Darle la justa importancia, entendiendo que un pensamiento sólo es eso, un pensamiento, sin más. Ni más, ni menos. Es algo que pasa por nuestra mente, como cuando pensamos en qué ropa nos pondremos al día siguiente para ir a trabajar o estudiar, por ejemplo. Y, sobre todo, entender que por mucho que piense una cosa, eso no significa que vaya a hacerlo o que aumente la probabilidad de hacerlo. Son dos cosas muy diferentes.

De esta forma, conseguiremos poco a poco enfrentándonos a ese pensamiento sin evitar las situaciones o acciones que hemos ido dejando de hacer por miedo y comprobar que esos pensamientos no son realmente peligrosos y/o amenazantes.

En resumen, las fobias de impulsión constituyen un problema psicológico dentro del espectro o continuo obsesivo que se caracterizan por el miedo a perder el control y actuar de forma impulsiva haciéndose daño a uno mismo o a terceros. Es un problema muy incapacitante, puesto que la persona cree que el problema está “dentro de sí misma”, pero tiene solución. Es más común y normal de lo que piensas. Así que, si te ves reflejado en ello, no lo dudes, haz como Diana y Luis, consulta a un especialista para poder dejarlo atrás de una vez por todas.

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