¿Será verdad esto de que cuando nos tocamos la nariz mientras hablamos significa que estamos mintiendo? La realidad es que existe mucho mito en torno a nuestros gestos y las interpretaciones de éstos, pero indudablemente nuestro cuerpo y la manera en la que nos sentimos van unidos. Cuando, por ejemplo, tenemos mucho miedo tendemos a proteger toda la zona del tórax, cerramos los hombros, nos encogemos, pegamos los brazos al cuerpo o bajamos la barbilla. Sin embargo, cuando nos sentimos pletóricos o poderosos nuestra tendencia natural nos lleva a abrir nuestro cuerpo, extendemos los brazos, sacamos más el pecho y elevamos la barbilla. Como dato curioso se ha comprobado que personas ciegas de nacimiento, y que por lo tanto jamás han podido aprender esas posturas por aprendizaje vicario (imitación), tienden al mismo lenguaje corporal según se sientan de una forma u otra. Nuestro cuerpo habla sobre cómo nos sentimos, muchos estudios han confirmado desde hace tiempo la influencia de nuestros pensamientos y sentimientos sobre nuestro lenguaje corporal. Sin embargo, la influencia en dirección opuesta nunca ha quedado tan clara…

¿Puede nuestro cuerpo cambiar nuestro pensamiento?

Nosotros trabajamos todos los días con el miedo, así que estamos acostumbrados a observar las posturas de nuestros pacientes. Hace poco entró en mi consulta por primera vez una persona que sufría ataques de pánico recurrentes. Se sentó en el sillón y no soltó el bolso de su pecho, sus brazos estaban muy pegados a su cuerpo y no apoyó su espalda en ningún momento, la postura era inclinada hacia delante, como preparada para salir corriendo en cualquier momento. Después de unos minutos hablando la propuse que relajara el cuerpo, que intentara apoyar su espalda en el respaldo y separara sus brazos un poco del cuerpo. Antes de irse, me comentó que le había ayudado cambiar de postura y fingir por un momento que estaba cómoda. Ella inspiró este artículo.

Mi paciente había comprobado que cambiar su postura, aunque honestamente no le apeteciera, le había ayudado a relajarse. Hemos hablado mucho de cómo a través de cambiar nuestra manera de pensar podemos ayudar a nuestro cuerpo a relajarse, pero muy poco de lo que ocurre a la inversa y de cómo provocando intencionadamente determinadas posturas podemos ayudar a cambiar lo que sentimos. Así lo demostró Amy Cuddy (psicóloga social) en el experimento que llevó a cabo para estudiar si las posturas/lenguaje corporal puede influir y hasta qué punto en nuestra forma de pensar y de sentir

En su investigación, comprobaron que cuando las personas se ponían en posturas que indicaban control y poder, el cortisol ( hormona de estrés) disminuía de forma significativa y los niveles de  testosterona (hormona relacionada con el poder, control y  dominio) aumentaba significativamente. Lo contrario ocurría cuando las personas adoptaban posturas de vulnerabilidad e inferioridad: el cortisol aumentaba de forma significativa y la testosterona bajaba, también de forma significativa.

También llevaron a cabo un estudio similar en un contexto de entrevista de trabajo y los resultaron apoyaron la hipótesis: nuestro lenguaje corporal puede cambiar nuestra manera de pensar y de sentir ( lo que a su vez repercute en nuestra forma de actuar).

Es mandarle mensajes contradictorios a nuestro cerebro, hay estudios muy interesantes que afirman que comer o beber cuando tenemos ansiedad reduce la interpretación de peligro que está realizando nuestro organismo. Algo así pasa con nuestra postura, es como contarnos “no debe ir tan mal si voy erguido y con la cabeza levantada”. Es fingir, es cierto, es actuar para nosotros mismos, no para nadie más. Hay quien puede que piense que es algo demasiado artificial, una mentira, sin embargo, ya estamos siendo engañados, “seducidos” por una sensación de peligro falso. Es como devolverle la jugada a nuestro propio instinto “yo también voy a engañarte” , voy a fingir porque me estás engañando.

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