Independientemente de las costumbres o religión que sigamos, cuando toca, muchas personas hacemos un balance del año que está acabando y, con la celebración de bienvenida del siguiente, nos hacemos propósitos que nos gustaría cumplir en esa nueva etapa. El día 1 de enero es igual que cualquier otro día, con sus 24 horas, pero en nuestra cultura simboliza la apertura de un nuevo capítulo, una especie de tabula rasa, motivo de reflexión acerca de las nuevas oportunidades que deseamos formularnos a nosotros mismos y aprovechar. ¿Cuáles son los propósitos más comunes de año nuevo?
No somos tan distintos como pensamos ni queremos cosas tan diferentes, la mayoría de nuestras propuestas se tratan de hábitos a cambiar o hábitos saludables a incorporar relacionados con cuatro categorías bastante comunes: salud, mejora personal, dinero y relaciones sentimentales. Así los cinco primeros propósitos que destacan son: dejar de fumar (si es que tienes este hábito), hacer ejercicio para mantenernos en forma, aprender algo nuevo, hacer dieta o comer de manera más saludable y administrar mejor nuestra economía para poder ahorrar.
Un estudio realizado hace unos años por el psicólogo Richard Wiseman aseguraba que solo el 12% de las personas consigue lo que se propone cada vez que el calendario señala el inicio de un nuevo año. Otro estudio menos optimistas, como el de John Norcross de la Universidad de Scranton, concluyó que el 20% de los propósitos pensados se pierden en la primera semana de enero y el 80% restante se desvanecen el resto del año.
Y es que durante el mes de enero, los gimnasios a nivel mundial, registran hasta un 70% más de inscripciones que en el resto del año. Pero, el 60% de estos nuevos usuarios desertan durante el mes de Marzo.
Tengamos en cuenta que tardamos unos 20-30 días de media para que esa nueva actividad que nos hemos prometido cumplir con el nuevo año se convierta en un hábito. Ese primer mes es determinante, porque es cuando nuestra voluntad para continuar con ese propósito se quiebra.
Pero entonces ¿esto depende únicamente de la fuerza de voluntad de cada uno?… No. No todos hemos desarrollado el mismo nivel de fuerza de voluntad, ni nos mueven o interesan los mismos aspectos.
La trampa que esconde esta típica serie de propuestas de año nuevo reside en decidir cegados por el entusiasmo, la esperanza y el ideal. Como si ese día fuese único e idóneo, el momento clave para coger fuerzas, el tren que no podemos dejar pasar; y llenos de bondad hacia nosotros mismos nos planteamos crear hábitos que, quizás en esos precisos momentos, no tengan nada que ver con los que acostumbramos. Funcionando muy bien a modo teórico pero programando muy poco a nivel práctico.
Consideramos las metas que nos proponemos como algo beneficioso pero no necesario, así que ya de base nos posicionamos frente a esos deseos como algo en lo que nos querremos esforzar… pero sin ser algo prioritario. Además, si no empezamos en la fecha que nos propusimos caemos en la trampa de postergar… ¡total tenemos todo un año para empezar!
Si por el contrario hemos puesto en marcha el intentar cumplir con nuestros propósitos, puede que topemos de frente con nuestra escasa paciencia. Nos dará por comparar nuestras expectativas con el ritmo real del proceso, y si observamos que no obtenemos los resultados deseados, la perderemos y desistiremos de proseguir intentándolo.
Para no caer en las mismas trampas una y otra vez, párate antes de proponerte nada y ten en cuenta las siguientes recomendaciones:
1. Escoge pocos propósitos. Sabemos que tienes buena voluntad, pero si te propones un montón de ellos puedes terminar colapsándote de exigencias y, por tanto, de bloqueos.
¿Y si en vez de echarte la bronca por lo que haces y no haces, concentrases tu energía en poner en marcha un par de cosas que te gustaría empezar a hacer? Asumámoslo, en enero no podremos ser personas con hábitos completamente diferentes a los que llevamos ahora, pero sí podremos haber empezado a cambiar alguno.
2. Proponte metas factibles. Propuestas coherentes conmigo y con mis gustos, serán mucho más factibles que una que por muy saludable que resulte me vaya a aburrir. Para ello plantéate de dónde partes, ¿qué estímulos tienes? ¿qué obstáculos encuentras? Y sobre eso, ¿cuál será el plan de acción que crees que más te gustará a ti? Por ejemplo a la hora de proponerse hacer ejercicio, puede que no lo haya practicado desde hace años, por lo que es mejor que comience haciendo sesiones más cortas que meterme para el cuerpo dos horas seguidas el primer día; además puedo preferir salir solo/a a correr o nadar, o si por el contrario me gusta hacer deporte acompañado/a apuntarme a alguna clase en gimnasio, academia, o grupos de personas que se reúnen para hacer una actividad física al aire libre. Lo importante es que encuentres en ello no una obligación innecesaria, sino que actividad que te resulte llamativa, te guste y además te motive a seguir cuidándote.
3. Intenta concretar y ser lo más específico posible. Si la meta es demasiado general nos costará más esfuerzo llevarla a la práctica y será difícil que se cumpla en poco tiempo. Se específico escogiendo la meta: ¿deporte? sí, pero ¿de qué manera, en qué formato, en qué horarios…?. Y aquí es donde enlazamos con el siguiente punto…
4. Tener una meta no es tener un plan: además de saber hacia dónde deseas ir debes de pensar cómo hacerlo en la práctica. Para ello plantéate la serie de objetivos a corto plazo que tendrías que ir conquistando, así cada vez estarás más cerca de ese hábito. Para comer de forma más saludable puedo apostar por la restricción de alimentos o también por introducir nuevos alimentos en mi dieta, pero ¿qué alimentos quiero rebajar, cuáles suprimir?, ¿con cuáles empezar a experimentar? y ¿todos a la vez o puedo ir introduciendo pequeños cambios por semanas?, ¿conozco recetas que me llamen la atención y quiera empezar a practicar con ellas?…
No seas excesivamente ambicioso/a contigo mismo/a y ponte objetivos pequeños al principio, que no te cuesten demasiado esfuerzo introducir en tu rutina y, cuando los tengas por costumbre, ve introduciendo poco a poco otros pasos más complejos.
5. Por último pero no menos importante: no esperes al momento perfecto, porque no existe. Las anteriores recomendaciones se basaban en una buena planificación, en donde podamos ajustarnos más a la realidad que a la fantasía y a los ideales que cada uno tenemos, y este punto trata de llevarlo a la práctica. Hablamos de la decisión de arrancar que tanto solemos postergar con la idea de que “siempre habrá un momento mejor o en el que nos sintamos más preparados”.
La paradoja de todo esto es que uno no se siente preparado para hacer algo que no suele hacer; así que hay que empezar a rodar cómo sea, y tomar como temporales los sentimientos, tanto el aliento o el desaliento que podamos sentir al respecto, las cosas cambian y relativizar nos vendrá mejor que verlo como un propósito crucial de cómo ha de empezar a ser mi vida o yo mismo/a. Expectativas y comparativas… las justas; en cambio nos ayudará fijarnos en los pequeños logros que nos vaya proporcionando la propia práctica. Porque a medida que vayamos ejercitando con nuestro hábito se nos hará más familiar, llevadero, y, quizás sea entonces, cuando lo disfrutemos y deseemos bucear en él.
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