Es curioso cómo cuando un niño se da un golpe, activamos una serie de comportamientos automáticos: le consolamos, le damos un abrazo, le decimos que se levante, que no se preocupe, le explicamos que en realidad no ha pasado nada, acariciamos o besamos la zona golpeada y hasta le cantamos una canción para animarle. Estas acciones son, a menudo, nuestra primera línea de respuesta contra el dolor. No deja de sorprenderme que tengamos automatizados estos comportamientos, ya que el dolor parece algo físico que requeriría un remedio más tangible, como administrar alguna sustancia desinfectante, cicatrizante o analgésica. Sin embargo, nuestro comportamiento casi intuitivo es a intervenir directamente sobre las conductas (“venga levántate”), los pensamientos (“no tienes nada”) y las emociones (“ven que te doy un abrazo para que se te pase”).

La teoría de la compuerta

Analizando este asunto en mayor profundidad, me doy cuenta de que quizá el dolor no sea algo tan físico como parece. Al menos dejó de considerarse algo así cuando dos científicos, Mezlack y Wall, propusieron en los años 60 su teoría de la puerta de control (Mezlack & Wall, 1965).

Esta teoría propone por primera vez que el dolor físico no es una consecuencia directa del daño en los tejidos orgánicos, ya que existe una “puerta de control” en la médula espinal que influye en la cantidad de dolor que se transmite al cerebro. Además, parece que la apertura y cierre de esta puerta de control no depende sólo de factores físicos (ej. gravedad de la lesión), sino también de factores emocionales (ej. ansiedad, depresión) y cognitivos (ej. atención, actitud, creencias, pensamientos) (Almendro et al., 2011).

Esta teoría cambió el paradigma preexistente sobre el dolor físico, que pasa progresivamente a considerarse una experiencia multifactorial. De hecho, la definición que actualmente ofrece la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor habla del dolor como (Pérez Fuentes, 2020):

• Una experiencia personal, sensorial y emocional desagradable.

• Influida por factores biológicos, psicológicos y sociales.

• Que las personas aprenden a interpretar a través de sus experiencias vitales.

Esta nueva concepción, hace que el dolor parezca algo más difícil de comprender, pero también nos da un buen número de aristas por donde agarrarlo, nuevos flancos por donde atacarlo.

El tratamiento del dolor

Hay distintos tipos de terapia psicológica que han demostrado eficacia para el tratamiento del dolor físico, pero en este artículo voy a referirme a dos. La primera es la Terapia Cognitivo Conductual (TCC), que es la referencia clásica en el tratamiento del dolor físico. La segunda es el mindfulness, un abordaje más moderno que lleva ya varios años mostrando una buena eficacia. Estos dos tipos de intervención han demostrado eficacia en el tratamiento de dolores crónicos severos como dolor lumbar, migraña, fibromialgia, cáncer, artritis reumatoide, esclerosis múltiple, etc.

La pregunta es ¿cómo lo hacen? Pues parece que incidiendo sobre todos esos aspectos que moderan la sensación de dolor y que son distintos de la lesión orgánica. A mí me gusta verlo como las “capas” adicionales que ponemos sobre el dolor.

Imagina que sufres un dolor lumbar crónico y, además de la molestia física:

Te niegas a aceptar que eso te pueda pasar a ti.

Te repites a ti mismo todo el tiempo lo injusto que es sufrir ese dolor.

Anticipas constantemente que el dolor se agravará y te invalidará cada día más.

Te sientes triste, deprimido, ansioso, enfadado, impotente, culpable.

Reduces tu actividad al mínimo para evitar cualquier molestia.

Dejas de hacer planes y actividades que te proporcionaban felicidad.

• Empiezas a dormir mal fruto de la preocupación.

Todas estas capas adicionales abren la “puerta del dolor” y hacen que lo experimentemos de manera más intensa y más aversiva.

La TCC y el mindfulness ayudan a remover estas capas adicionales para que el dolor se reduzca lo máximo posible. La TCC nos enseña a reinterpretar las sensaciones de manera menos catastrófica, a controlar la atención que dedicamos a estas sensaciones y a adoptar conductas funcionales que reducen la intensidad percibida del dolor. El mindfulness nos enseña a aceptar las sensaciones sin tratar de reprimirlas y a mostrar una mayor autocompasión por nosotros mismos. Ambas terapias nos ayudan a gestionar el torrente de emociones que incrementan la intensidad del dolor.

Por tanto, en aquellos casos en los que se ha tratado la lesión orgánica desde el punto de vista médico, si aún persisten pensamientos, emociones y conductas que “duelen”, la terapia psicológica puede ayudarnos a manejar el dolor.

Referencias

Almendro Marín, M. T., Clariana Martín, S. M., Hernández Cofiño, S., Rodríguez Campos, C., Camarero Miguel, B., & Del Río Martín, T. (2011). Programa de atención psicológica
al dolor crónico: El reto de un afrontamiento activo. Revista de la Asociación Española
de Neuropsiquiatría, 31(2), 213-227. https://dx.doi.org/10.4321/ S021157352011000200003

Clasificación Internacional de Enfermedades, undécima revisión (CIE-11), Organización
Mundial de la Salud (OMS) 2019/2021, https://icd.who.int/browse11/lm/es#/
http://id.who.int/icd/entity/158

Melzack, R., & Wall, P. D. (1965). Pain Mechanisms: A New Theory: A gate control system
modulates sensory input from the skin before it evokes pain perception and
response. Science, 150(3699), 971-979. https://doi.org/10.1126/science.150.3699.971

Pérez Fuentes, J. (2020). Versión actualizada de la definición de dolor de la IASP: un paso
adelante o un paso atrás. Revista de la Sociedad Española del Dolor, 27(4), 232-233.
https://dx.doi.org/10.20986/resed.2020.3839/2020

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