El estrés laboral siempre ha estado presente en el trabajo, sin embargo está incrementando su intensidad e incidencia debido a las nuevas formas de organización del trabajo y de relaciones sociolaborales. Según datos de Eurostat, el estrés es el segundo problema de salud más frecuente entre los trabajadores tras los trastornos musculoesqueléticos. ¿Cuales son los verdaderos problemas del estrés laboral?
El estudio Gallup
Fue entre 2011 y 2012 cuando la empresa de encuestas Gallup dirigió el estudio más exhaustivo hasta la fecha sobre la relación que mantienen individuos de todo el mundo con sus puestos de trabajo. Analizaron a millones de trabajadores de 142 países y descubrieron que el 13% de nosotros afirmamos estar implicados en nuestro trabajo, lo que significa sentirnos entusiasmados y comprometidos con el trabajo, contribuyendo de forma significativa a la organización.
Por el contrario, un 63% afirma estar no implicado, lo que significa arrastre durante la jornada laboral, dedicándole tiempo al trabajo, pero nada de energía ni pasión.
Otro 23% se declara activamente desinteresado. Gallup define a este grupo como no solo infeliz en el trabajo, sino que da muestras constantes de su infelicidad. Se dedican a diario a socavar los logros de sus compañeros implicados… Los trabajadores activamente desinteresados procuran dañar a la empresa en diferentes grados.
Esto se traduce, en que, según el estudio de Gallup, un 87% de las personas no se encuentran bien respecto a su puesto de trabajo. El número de individuos que odian su trabajo casi duplica a los que lo aman. Y esto significa que aquello que a la mayoría de nosotros no nos gusta hacer, con las consecuencias que esto supone, ocupa ahora la mayor parte del tiempo que pasamos despiertos.
¿Cómo se siente la gente ante esta situación? ¿Qué relación puede tener esto con la salud mental de las personas?
Estamos acostumbrados a pensar que cuando alguien padece ansiedad o depresión, su cerebro ha fallado, pero es interesante empezar a analizar si tan solo se tratan de respuestas sanas a contextos complejos.
Me acuerdo cuando M. llegó a mi consulta hace un par de años. Había sido víctima durante años de violencia de género, las historias que narraba encogían el estómago hasta al más acostumbrado a lidiar con este tipo de narrativas. Después de conseguir salir sin ayuda pero con muchas trabas de aquella relación, quiso formarse para poder tener un puesto de trabajo que en sus palabras, la proporcionara paz. M. no podía concentrarse. El silencio la conectaba irremediablemente con sus recuerdos más dolorosos y cuando pasaba horas delante del folio la acababa doliendo mucho el estómago. Dolencias que médicamente nunca pudieron explicarla. M. se incorporó al mundo laboral, considerando tal vez que era la mejor opción para el momento que estaba viviendo. Trabajaba en una tienda de ropa muchas horas y por un sueldo incentuoso. Lo primero que me contó es que había pasado unos minutos con el médico, manifestando desilusión por la vida y una clara falta de esperanza, así como una dificultad de concentración en casi todas las áreas de su vida, acompañado de una potente sensación de angustia que la levantaba fuertes dolores de cabeza y de estómago. A veces quiero desaparecer confesó.
A veces, cuando las personas alcanzan un punto “tan bajo” como el de M., se les considera víctimas de un problema médico, recentando indiscriminadamente medicamentos fuertes para intentar solucionar un problema, que aparentemente se etiqueta como orgánico. Sin embargo, pensándolo más de un minuto parece de una obviedad aplastante que los síntomas de ésta mujer, así como de muchas y muchos están íntimamente ligadas a sus condiciones de vida y no a ningún fallo de su organismo.
Ausencia de control
Una experiencia similar tuvo Michael Marmot en la década del 1960. Michael es hoy en día uno de los científicos punteros en el ámbito de la salud pública a nivel mundial. Michael estaba de estudiante en prácticas en el área de psiquiatría de un hospital de los suburbios de Sídney. Algunas de sus experiencias y desacuerdos con sus colegas de profesión le impulsaron a mudarse a Londres e intentar responder a una cuestión que le despertaba una enorme curiosidad: ¿Cómo afecta el trabajo a la salud mental?
Una vez instalado en la capital británica llevó a cabo un estudio con dieciocho mil individuos, todos trabajadores del British Civil Service. En la investigación, a los administradores públicos británicos se los dividía en categorías estrictas que determinaban su salario y el grado de responsabilidad que asumían. El deseo de Michael era estudiar si tales diferencias afectaban al grado de salud mental. Intuía que podía revelarnos algo acerca de que hubiera tantas personas con ansiedad y depresión en nuestra sociedad, una incógnita que le perseguía desde Sídney.
Después de años muy intensos de estudio, las gráficas parecían mostrar algo muy claro, a medida que aumentas tus posiciones en la categoría profesional, disminuyen tus probabilidades de caer en una depresión o en un problema ansioso. ¿A qué se debía esto? El estudio siguió su curso y los resultados fueron, por lo menos a mi parecer, tremendamente interesantes: el control era determinante en la calidad laboral y por consiguiente mental. Detente un momento y piensa en tu vida ¿Cuáles han sido muchos de los momentos más complejos de tu existencia? Probablemente te darás cuenta de que fueron aquellos en los que sientes que careces de control. Eso mismo mostraron los estudios, si trabajabas en la administración publica y disfrutabas de un control alto sobre tu trabajo, tus probabilidades de caer en una depresión o en un problema emocional severo se reducían drásticamente respecto a las personas que trabajaban por el mismo sueldo, con el mismo status y en las mismas oficinas, pero con un menor control sobre su trabajo. Michael escribió en su investigación “Muchas personas tienen problemas en el trabajo, pero no solo por los grados de exigencia desorbitados que se les imponen, sino por la privación de cualquier toma de decisiones al respecto“.
Las investigaciones mostraban que cuanto más escalabas en la Administración pública, más amigos y vida social tenías fuera del trabajo. Cuanto más abajo te encontraras, más disminuían estos apartados: la gente con trabajos aburridos y poco cualificados solo deseaba repanchigarse frente al televisor tan pronto llegaban a casa. ¿Por qué ocurría esto? En palabras de Michael: “Cuando el trabajo es enriquecedor, la vida resulta más completa, y esto se transmite en las cosas que haces fuera del trabajo, en cambio, cuando el trabajo es desesperante, uno se siente destrozado al final del día, simplemente destrozado“.
Como resultado de esta investigación y de los senderos científicos que abrió, la noción de lo que constituye estrés laboral ha experimentado una revolución. Soportar una enorme responsabilidad no supone la forma más nociva de estrés para las personas, lo es, tener que soportar trabajo monótono, aburrido, desalentador, con el que se muere un poco cada día porque no los interpela de ninguna manera.
Esfuerzos y recompensas
Hace solo unos años, mucho después de que se condujera esta investigación a la que hago mención, el gobierno británico se encontró con un problema en su oficina fiscal y contactó con Michael para que regresara urgentemente a la Administración Pública con el fin de ayudarles a dar con una solución al problema que se sucedía: existía una ola de suicidios muy significativa entre los empleados encargados de investigar las devoluciones fiscales.
Michael pasó un tiempo en el departamento para averiguar los motivos que podrían estar dándose. El personal le contó que apenas ponían un pie en el trabajo se sentían agredidos por las bandejas de trabajo. Les daba la sensación de que iban a tragárselos. Cuanto más alta la pila, más alta la amenaza de que nunca iban a salir a flote. Trabajaban a destajo durante todo el día y al final de la jornada la pila la bandeja de entrada era más alta que la que habían encontrado al comenzar. Las vacaciones los hacían infelices porque la montaña de papeles alcanzaría una altura que a su regreso los engulliría.
No era solo el flujo ineluctable de trabajo lo que podía con ellos, también la falta de control con independencia de la constancia y el esfuerzo con el que trabajaran, además nadie les agradecía nunca su trabajo.
Durante la investigación Michael sacó a la superficie otro factor que convertía al trabajo en un generador de estrés. Por mucho que estos inspectores fiscales trabajarán con ahínco y dieran lo mejor de sí, nadie reparaba en ello, nadie les agradecía nunca su trabajo. Aprendió que con frecuencia la depresión o la ansiedad ocurren cuando tiene lugar un desequilibrio entre los esfuerzos y las recompensas. Por consiguiente, Michael les explicó a los jefes de la oficina fiscal que una falta de control y de equilibrio entre esfuerzos y recompensas era lo que estaba causando los niveles de presión aguda que podían estar llevando a sus empleados a suicidarse.
Cuando Michael sugirió 40 años atrás a sus colegas de profesión en el hospital de los suburbios de Sídney, que como vivíamos puede llevarnos a la depresión o la ansiedad sus compañeros se mofaron de él. Hoy nadie mínimamente serio cuestiona la base de las pruebas que dejaron constancia de ello, si bien raramente hablamos del asunto. Esto no ha evitado que sigamos incurriendo en los mismos errores que se cometieron ya muchos años atrás.
Muchas personas como M. no tienen un problema en su cerebro, tienen un problema en su vida, pero a veces el sistema lo niega y suministra unas cuantas pastillas para devolvernos a casa pensando, que nuestro organismo está fallando.
Yo tengo un trabajo físicamente agotador y nada valorado e incluso he sufrido acoso laboral por parte de mi encargada lo que me ha llevado a una crisis emocional que me ha mantenido un mes de baja laboral.
Actualmente me he visto obligado a volver a el mismo trabajo por motivos económicos. No sé qué será de mi.
Tengo una mejor oportunidad laboral, más insegura pero más gratificante. Ojalá pueda cambiar de trabajo.