Usa tu sonrisa para cambiar el mundo y no dejes que el mundo cambie tu sonrisa”.

Con una sonrisa todo es más fácil”.

Sonríe a la vida y la vida te devolverá la sonrisa”.

¿Usas estas frases alguna vez con los demás o contigo mismo/a? Si tu respuesta es afirmativa sigue leyendo, porque, como muchas personas, quizás hayas caído en la trampa de la felicidad.

La trampa de la felicidad

En un contexto social en el que desde hace décadas ya se apostaba por la efectividad de los mensajes positivistas si eran repetidos en voz alta escuchando una cinta de cassette, pasando por conocidas marcas de merchandising con mensajes “motivadores” ensalzando el optimismo como moneda de felicidad y éxito, hasta algunas charlas TED que pretenden darnos la fórmula de la felicidad en unos pocos minutos… todos llevamos un tiempo largo siendo bombardeados a diario de la importancia de ser optimistas y sonreír, constantemente, sin importar a quién le pese ese día hacerlo, sin importar las dificultades por las que puntualmente podamos estar atravesando; y es que ha echado raíces en la conciencia colectiva este concepto de la felicidad como deber.

De esto nos habla de una manera un tanto irónica Barbara Ehrenreich en su libro “Sonríe o muere”, publicado originalmente en 2009 y editado en Español en 2011. “Sonríe o muere” es un ensayo que trata de acercarnos a cómo el pensamiento positivo, que en sus orígenes fue un movimiento filosófico-religioso, ha ido extendiéndose a todos los ámbitos que nos rodean: el de la salud, el mundo empresarial y finanzas, y como no, el de la psicología, dando lugar a la conocida psicología positiva.

Optimismo y culpabilidad

Quizás te preguntes qué quiere decir que la felicidad ha llegado a la salud. Pues un ejemplo claro nos lo ilustra la propia autora del libro cuando entre sus líneas comparte su propia experiencia al atravesar un cáncer de mama. Tras la biopsia, cirugía, radioterapia y quimioterapia, con unos efectos secundarios a veces difíciles de soportar, Bárbara, como muchas personas en su misma situación, busca en sus redes de apoyo un espacio donde poder compartir su experiencia, su malestar y su incertidumbre. Pero pronto se encuentra con la imposibilidad de poner en común los sentimientos que experimenta acerca del proceso, porque se da cuenta que en las personas a las que recurre prevalece un discurso de forzado optimismo basado en la convicción de que sólo una actitud positiva permitirá enfrentar y superar la enfermedad, mientras que los sentimientos asociados a la tristeza o la ira son considerados obstáculos, incluso posibles favorecedores de un curso negativo para la recuperación. Y hablamos de convicciones porque, a día de hoy, diversos estudios científicos discrepan en resultados, siendo imposible avalar que un estado de ánimo positivo fortalezca nuestro sistema inmunológico.

He aquí el discurso de la felicidad por obligación: sólo si eres positiva te convertirás en una “superviviente”. Y no pensemos que agarrarnos a este tipo de creencias es inocuo en el mejor de los casos, porque cuando las cosas van mal o el cáncer se resiste al tratamiento, Ehrenreich ilustra un sentimiento que puede crecer en el interior del paciente: la culpa por no estar siendo lo suficientemente positiva/o. De manera que entre todos se favorece una visión de “culpabilización de la víctima”.

Pero ahí no acaba todo ya que, intentando transformar la vulnerabilidad en fortaleza, hay personas que llegan a considerar un “don” el hecho de padecer un cáncer, una oportunidad de convertirse en una persona mejor, o un regalo de la vida que te permitirá apreciarla y disfrutarla más. Una manera de valorar un proceso así, de tales dimensiones emocionales para la persona que lo padece, que hasta resulta un tanto perverso.

Como perverso resulta que, en época de reestructuraciones, recortes de personal y precariedad laboral en muchos sectores, se transmita a los trabajadores que todo depende de ellos, que son los responsables de su situación y que un despido o un recorte salarial puede ser una gran oportunidad para trabajar más duro y superar la negatividad haciendo nuevos esfuerzos.

Buscando hasta dónde se ha extendido este tipo de pensamiento positivo como solución al sufrimiento, la autora lo encuentra en seminarios de motivación para desempleados, en grupos que siguen el “enfoque positivo de la pérdida de peso”, en páginas web para encontrar pareja, en los cientos de libros de autoayuda que orientan acerca de cómo ganar dinero y tener éxito en la vida, o en la industria del coaching.

¿Ver la botella medio llena o medio vacía?

Si con sólo pensarlo nos encontrásemos más fuertes, sanos, felices, exitosos… sería interesante preguntarse ¿por qué cada año vez se consumen más ansiolíticos y antidepresivos en el Mundo?

Ver la botella medio llena siempre y pensar que al mantenerse ahí nuestra vida podrá ir todavía mucho mejor en un futuro, es una forma de pensar optimista. Pero sabemos que cuando uno es demasiado optimista es fácil que tome peores decisiones, analice la realidad solo desde una única perspectiva, y desarrolle un exceso de confianza que puede tornarse en falsas esperanzas. Ser optimista no garantiza que consigamos las cosas. De hecho, visualizar constantemente conseguir “algo” creyendo que cualquiera puede alcanzarlo con sólo proponérselo, puede sumergirnos en una búsqueda obsesiva, cargada de exigencias, que puede dejarnos más frustrados y culpabilizados que antes.

Está claro que estacionarnos el sufrimiento no es ninguna fuente de virtud, pero no perdamos de vista que el pensamiento positivo, curiosa y paradójicamente, conlleva de fondo una carga importante de ansiedad: la persona se esfuerza enormemente por bloquear lo indeseado, o los pensamientos o emociones “negativas”, mientras se promete a sí misma que siendo optimista desatará una serie de soluciones con las que conseguirá que todo vaya a ir mejor; gracias a eso se puede explicar la famosa frase de que “una crisis es una nueva oportunidad”. De tal forma que la corriente del optimismo, que surgió para plantarle cara a esa filosofía que ensalzaba la abnegación, el trabajo duro y la autoevaluación constante de nuestros actos, se sostiene sobre una terrorífica inseguridad, nos dice en su ensayo Barbara Ehrenreich.

Quizás la historia se resuma en intentar ver la botella como está, a la mitad. Centrarnos en resolver necesidades básicas antes de nada, en saber celebrar los éxitos y en aprender a encajar lo mejor que podamos los fracasos y dificultades. Porque vivir implica luchar duramente contra los obstáculos que a veces nos ponemos nosotros mismos y otras veces nos ha colocado la propia vida, y asumir que no vamos a tener el control en todo, aunque podamos aprender en qué aspectos sí lo tenemos.

Vivir con esperanzas y anhelar mejorar en nuestra vida, también implica poder dar espacio al dolor que en ocasiones se desprende de la experiencia de vivir. No es creer en procesos mágicos que se basan en censurar sistemáticamente pensamientos o emociones, sino intentar aprender la estrategia de incluir todo lo que nos pasa (lo que disfrutamos y con lo que sufrimos); porque también hay días de mierda. Esas son las reglas del juego en el que estamos, un juego que no hemos inventado nosotros, aunque nos pese.

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