La metáfora terapéutica se usa como un recurso dramático que captura la atención y provee un marco alterado a través del cual la persona puede considerar una experiencia nueva. Hoy te traemos la metáfora del tigre hambriento.

Imagina que te despiertas una mañana y te encuentras, justo delante de tu puerta, a
un adorable cachorrillo de tigre juguetón que está maullando. Por supuesto, metes al
zalamero visitante dentro de casa y lo adoptas como mascota. Después de jugar con
él un rato, observas que está maullando sin parar y, entonces, te das cuenta de que
debe de tener hambre. Le das un trocito de filete rojo, ya que te imaginas que eso es
lo que deben de comer los tigres. Haces la misma operación cada día y, día tras día, tu
mascota de tigre crece un poquito más. Al cabo de un par de años, has tenido que
cambiar la dieta de pedacitos de hamburguesa para tu tigre y ahora le estás dando
costillares enteros y mitades de buey. A cambio, él te ruge ferozmente en cuanto
siente que es la hora de comer. Tu astuta linda mascota se ha vuelto una bestia
salvaje incontrolable, dispuesta a destrozarte si no consigue lo que quiere.

¿Qué significa la metáfora del tigre hambriento?

La lucha con tu sufrimiento se puede comparar a esta mascota imaginaria de tigre. Cada vez que le das más poder a tu dolor alimentándolo con la carne roja de la evitación experiencial, ayudas al tigre de tu sufrimiento a crecer un poco más. Darle de comer de esa forma parece lo más prudente. El tigre de tu sufrimiento ruge ferozmente advirtiéndote que tienes que alimentarlo con lo que quiere o, si no, te
devorará a ti. Pero, cada vez que le das de comer, contribuyes a que tu sufrimiento se vuelva más fuerte, más intimidatorio y a que tenga mayor control de tu vida.

Aceptar plenamente algo supone vivir con ello sin querer cambiarlo, sin hacer nada para modificarlo. Supone conocerlo y abrirse a experimentarlo sin restricciones ni luchas. También supone seguir con el propio proyecto desde esa experiencia, es decir, sin renunciar a seguir nuestros valores porque aquello esté presente. Unos de sus argumentos más potentes es que en la situación en la que nos dejan nuestras sensaciones no podemos seguir la ruta que nos habíamos marcado.

Aceptar nuestros pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones es dejar de hacer todo aquello que empleamos para evitarlos o para expulsarlos de nosotros. Se trata de evitar… evitar. Hay que escucharlos, sentirlos y seguir adelante con lo que nos importa, es decir, conducir en la dirección elegida a pesar de tener al tigre al lado rugiendo.

Diciéndolo de forma metafórica, aceptar es vivir que eres el océano y no las olas (de tus pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones), el cielo y no las nubes. Aceptar significa enfocar nuestra vista fuera del microscopio que nos centra en nuestro dolor, ampliando así nuestro campo de visión sin dejar de ver nuestras molestias. Aceptar sin dirección no tiene sentido: hay que abrirse a más sensaciones, a todo lo que nos rodea, para vivir la vida plena, siguiendo el rumbo que deseamos. Aceptar es hacerse amigo de nuestro pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones, por muy desagradables que sean, y seguir con ellos el camino que hemos elegido.

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