¿No te ha pasado alguna vez que te has preguntado “cómo he llegado hasta esta situación”? Es el caso de muchas personas que acuden a nuestra consulta, personas que no saben de qué manera se ha ido forjando esa sensación íntima de incapacidad a la hora de hacer frente a las actividades de su día a día, preguntándose ¿cómo mi vida ha terminado tan limitada? Hablamos de una ansiedad que, sin darse cuenta, ha ido comiéndoles terreno hasta sentirse casi a diario condicionados por el miedo. Pero no sólo hablamos de procesos relacionados con la ansiedad cuando decimos que a veces las personas no nos sentimos partícipes de la vida que vivimos: como cuando experimentamos una rutina de la que sentimos que no podemos escapar, o como cuando decimos “me da igual” o “no me importa” pero acabamos en una situación de la que deseamos largarnos cuanto antes… Todo esto que quizás te parezca poco conectado entre sí, tiene algo en común, algo que se ilustra bien en el síndrome de la rana hervida. Hoy te lo contamos.

El síndrome de la rana hervida

Marty Rubin escribió en 1987 “The boiled Frog Syndrome” o el Síndrome de la rana hervida, y años más tarde, en 2005, Olivier Clerc se encargó de difundir esta alegoría que más o menos nos dice lo siguiente:

Imagina una cazuela llena de agua, en cuyo interior nada tranquilamente una rana.

Ahora el agua está fresca, pero la cazuela se está calentando a fuego lento.

Al cabo de un rato el agua ya está tibia. A nuestra pequeña protagonista esto le parece agradable, y sigue nadando.

La temperatura empieza a subir.

Ahora el agua está caliente.

Un poco más de lo que suele gustarle a la rana, la verdad, porque el calor siempre le produce algo de fatiga y somnolencia. Pero no se inquieta, e intenta adaptarse a la temperatura.

Ahora el agua está caliente de verdad.

Y a la rana empieza a parecerle desagradable. Quiere salir. Lo malo es que ya se encuentra aturdida, sin fuerzas, incapaz de reaccionar. Así que se limita a permanecer allí, hasta que no puede hacer nada más.

Si la rana se hubiera metido de golpe en una cazuela que hervía a 50 grados, sin dudarlo su reacción hubiera sido salir de inmediato con un fuerte salto, muerta de miedo de achicharrarse en el agua, pero salvándose de morir hervida.

En el experimento que nos cuenta Marty Rubin lo que sucede es que poco a poco la rana va cayendo en la destrucción casi sin darse cuenta. Retratando la idea de que un deterioro, si es muy lento, pasa inadvertido y la mayoría de las veces no suscita reacción, ni oposición, ni rebeldía.

Conformismo por miedo

Es una historia que nos habla del conformismo, una actitud en la que, frente a la presión que nos ejerce nuestro propio miedo a las consecuencias, permanecemos sin hacer nada frente a los cambios. Quizás esto te suene por todas esas veces que cedes frente a las peticiones de tu jefe o un compañero, o las veces que hayas dicho que a ti te da igual a un amigo o a tu pareja; quizás te suene querer conformarte con tener “simplemente” una vida tranquila y sencilla, sin conflictos, sin miedo o sin ansiedad.

Hay personas que son valoradas por ser amables, bonachonas, comedidas, tranquilas, responsables, fuertes… pero muchas de ellas sienten en su fuero interno que son vistas así porque, por ejemplo, prefieren no expresar su disconformidad por miedo al posible conflicto, o porque prefieren no mostrar que están experimentando ansiedad por no preocupar o romper la dinámica de los que le acompañan. Pero preguntémonos ¿no hacer nada nos protege de experimentar consecuencias no deseadas? Callar, asentir, evitar exponernos, resignarnos, valorar que podríamos estar peor… ¿nos es realmente de ayuda si cada vez el agua se va calentando más y más?

El conformismo trata de ir poco a poco renunciando a nuestro propio criterio, acoplándonos a la idea de que “es lo que hay”. Conformarnos es una puerta de entrada al miedo a largo plazo; porque “por tener la fiesta en paz” y preferir no atravesar experiencias temporalmente difíciles o duras ahora, después nos iremos sintiendo cada vez más limitados en nuestros movimientos o en lo que sentimos que podemos hacer. Como en el caso de nuestra rana protagonista, las dificultades cada vez serán más perceptibles y nuestra sensación de poder superarlas será menor… porque recordemos: “es lo que hay”.

El pasar a la acción tiene consecuencias (a veces cumplirán nuestras expectativas y otras no, y nos podrán resultar más o menos agradables), pero el no hacer nada también tiene, y generalmente no suelen ser como las que imaginamos. Cuando permanecemos inmóviles intentando adaptarnos a nuevos deterioros que somos capaces de valorar, estamos doblegando una parte de nosotros, de nuestro deseo, porque ¿realmente deseo una vida tranquila en la que simplemente me valga ir al súper y poder ir a trabajar si tengo agorafobia?, ¿no me gustaría viajar y conocer otros lugares o culturas?

Contarnos que el agua se va calentando más y más y que nosotros no podemos hacer nada frente a eso, es una renuncia a una parte de nosotros, una renuncia que a largo plazo impacta negativamente en la idea que tengamos de nosotros mismos, que empobrece nuestra perspectiva de lo que podemos hacer en nuestra vida y de nuestras libertades, que poco a poco nos desconecta de la capacidad de decisión, de elección, y de lo que genuinamente nos enriquece. Para terminar sumergidos en el miedo a experimentar y al error, como si fuese algo insoportable e irreparable.

La clave es entender que son nuestras acciones las que nos salvan del aturdimiento. Porque el miedo nos genera malestar, pero es el permanecer inmóviles lo que nos genera tal nivel de sufrimiento. Al igual que no es el agua calentándose, sino la rana sumergida esperando a que el agua no se caliente más lo que la lleva a no tener presente su instinto de conservación, nuestras expectativas de vivir protegidos del peligro nos hace renunciar a atravesar tormentas, sin darnos cuenta de que lo que al final estamos asentando es renunciar a vivir si no es un día soleado.

Así que como nos vamos a encontrar en situaciones en las que sintamos el agua fría, a veces tibia y otras veces hirviendo… día a día cultiva una actitud que no sea conformarte por miedo, sino una en la que le tengas miedo a conformarte.

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