Amaya se iba a casar en dos meses, llevaba un año y medio esperando ese momento, pero ya no tenía muy claro si iba a poder disfrutar de su boda. ¡Era un acontecimiento tan importante y deseado para ella! Esa mañana repasaba una vez más la distribución de las mesas mientras llamaba al lugar donde se celebraría el convite para asegurarse de que tendrían en cuenta todo lo que habían apalabrado. Pensaba una y otra vez: “Después de tanto quebradero de cabeza, todo tiene que salir bien, sino me muero”.

A pesar de ser tímido, Pablo empezó a hablar con el compañero que entró hace unos meses a la empresa, le caía bien y muchas veces la hora de la comida la pasaban juntos, en una charla muy agradable. Hace unos días su compañero le invitó a una barbacoa por su cumpleaños y Pablo en ese momento no supo qué decir. Hoy le tiene que confirmar o no su asistencia, así que se imagina qué pasará si va a la fiesta: “Todo el mundo se conocerá entre sí, estarán hablando y disfrutando, todos menos yo, que estaré solo, como un pasmarote, callado… Y encima se darán cuenta. No voy a ir. A ver qué excusa le pongo”.

De unos meses a esta parte Adriano teme salir a la calle y sufrir un ataque de ansiedad. Hoy se ha despertado en mitad de la noche y ya no ha podido volverse a dormir. Cada vez pasa más tiempo en casa y aunque sabe que eso no le ayuda, no puede evitar pensar “¡Qué flojo y cansado estoy! Hoy no voy al súper porque seguro que si salgo me da un ataque de los gordos… Pero ¿por qué yo no puedo salir a pasear o a hacer la compra tranquilamente, como las personas normales?

Nuestros tres protagonistas de hoy nos ayudan a ilustrar situaciones que quizás te resulten familiares. Los tres, aunque parezcan estar en contextos muy distintos, tienen algo en común: tanto Amaya como Pablo, o como Adriano, tienen una serie de pensamientos o formas de valorar la dificultad a la que han de enfrentarse. Como un trozo de barro que trabajamos con las manos para darle forma, el lenguaje con el que se cuentan lo que les pasa hoy y les puede llegar a pasar después, moldea y modifica sus emociones, motivación, decisiones… Hoy hablamos de los diálogos internos a evitar, esas narraciones íntimas en forma de pensamientos que nos perjudican y pueden llegar a cambiarlo todo.

El diálogo que mantenemos con nosotros mismos

A menudo se nos hace muy difícil explicar a otras personas nuestros estados mentales o cómo pensamos. No todo el mundo cuando piensa lo hace desde una voz interior, por ejemplo, existen personas cuya experiencia mental es más visual. Esto lo explica el psicólogo y ensayista inglés Charles Fernyhough en su libro The Voices Within: The History and Science of How We Talk to Ourselves (“Las voces de nuestro interior: la historia y la ciencia de cómo hablamos con nosotros mismos”). En él recoge los estudios que se han hecho sobre esa voz interior que todos más o menos reconocemos, y asegura que es un fenómeno muy frecuente a la hora de pensar, pero que existen diferencias entre personas: algunas recurriendo a ese monólogo interior constantemente, otras que sólo a veces, y otras que nunca o casi nunca acuden a lo verbal, pero sí a través de imágenes.

La verdad es que, por lo general, pensamos mucho con palabras. Durante gran parte del tiempo, utilizamos el lenguaje como una herramienta que nos ayuda a estructurar lo que pensamos, y nos ayuda a crear nuestra narrativa autobiográfica, es decir, a contarnos lo que nos ha pasado. Esos diálogos internos, son una especie de voz en off de nuestras vidas, gracias a los que podemos evaluar y dar contexto a nuestros recuerdos, ideas y planes de futuro.

Pensar, entendiéndolo como el dialogando interno que llevamos con nosotros mismos, conlleva ciertas características:

  • Ser conscientes, en el sentido de que sabemos lo que pensamos.
  • Es dependiente del lenguaje que hemos aprendido (con las facilidades y dificultades que ello implique a la hora de simbolizar y fijar conceptos, sobre todo los que nos resultan menos familiares o abstractos).
  • Es un acontecimiento privado, ya que los otros no acceden a él.
  • Es coherente, en el sentido de que encaja en un flujo de ideas.
  • Es activo, ya que es algo que se hace y uno reconoce como propio.

Ya que hemos visto que pensar es un acto íntimo que mayoritariamente se apoya en el lenguaje, podemos considerar que es una maravillosa herramienta para crear, para construir crecimiento, y es verdad, a las pruebas de nuestra evolución como especie nos remitimos. Pero no se nos puede pasar por alto que también puede ser un arma para destruir, y sino ¡que se lo digan a nuestros protagonistas! Atiende a la importancia que tienen y conoce los diálogos internos a evitar, para no caer en hablarnos a nosotros/as mismos/as desde esos monólogos tan destructivos.

Diálogos internos a evitar

Hoy, gracias a Amaya, Pablo y Adriano, veremos cuatro de esas maneras de contarnos las cosas que más nos perjudican a todos en general, y que normalmente suelen desarrollarse en las personas que experimentan problemas de ansiedad en particular.

Pensamientos en los que nos anticipamos

Todo el mundo se conocerá entre sí, estarán hablando y disfrutando, todos menos yo, que estaré solo, como un pasmarote, callado… Y encima se darán cuenta. No voy a ir. A ver qué excusa le pongo” se decía Pablo. ¿Acaso tenemos una bolita mágica para saber a ciencia cierta de cómo se van a suceder los acontecimientos en nuestro futuro? Pues, como Pablo, a veces nos contamos una historia con todo detalle de lo que sucederá, y lo peor de todo, nos la creemos.

Anticiparnos viene en nuestro programa filogenético. Es necesario en situaciones en las que va nuestra integridad en ello, como en la de ir cruzando por un paso de peatones y que un coche no frene ante el semáforo en rojo; y en otras ocasiones, no es que sea necesario pero también es útil, como por ejemplo cuando queremos jugar a las palas en la playa, porque si no anticipásemos la trayectoria de la pelota… no habría juego ni diversión. Es en estos casos cuando anticiparnos nos ayuda. Pero si os dais cuenta, poco diálogo interno hay en estas situaciones, más bien uno/a pasa a la acción que hasta ese momento haya aprendido a dar, sin pensar.

El problema es que esta estrategia a veces la queremos aplicar a otro tipo de circunstancias en las que, por su naturaleza, anticipar es una falacia. El sentimiento con el que peor nos llevamos los seres humanos es el de incertidumbre, el de no saber qué va a suceder, por tanto, hablamos de situaciones en las que experimentamos que no podemos tener el control absoluto sobre lo que sucederá en nuestro contexto, a los otros o a nosotros mismos. Nuestra mente intenta adelantarse, anticipándose, inventándose una historia para sentir que aumenta nuestra sensación de control y seguridad.

Lejos de conseguir control, si evitamos porque creemos que lo que va a suceder no nos va a gustar, lo que conseguimos es empobrecer nuestra vida de acontecimientos y experiencias enriquecedoras. Y como le pasa a Pablo, a veces nos adelantamos tanto que ni siquiera nos damos el beneficio de la duda a conocer qué sucederá de verdad, comprobar si nos equivocábamos, o si por el contrario surgen complicaciones, nos vetamos el derecho a poder comprobar sobre la marcha con qué recursos contamos para sobrellevarlas.

Pensamientos catastróficos

Comprobamos que Pablo se cree su propio cuento: una situación en el que todo el mundo está acompañado y contento, mientras él está sólo, aburrido y, encima, posiblemente criticado por los demás. Para una persona tímida y retraída, sensible a las apreciaciones o juicios ajenos, ¿no os parece que es una historia de terror? Al igual que la de Adriano, cuando se cuenta que no va a ir al súper porque “seguro que si sale le da un ataque de los gordos por lo cansado que está”.

A veces, el anterior diálogo (cuando anticipamos) propicia colocarnos en el peor de los escenarios posibles, al menos el peor escenario para nosotros mismos. Así que los relatos catastróficos irán de tener que enfrentarnos a condiciones (futuras) que nos resultarán tremendamente difíciles, incluso devastadoras para nosotros, sin importar lo improbable que pueda resultar. La historia de terror termina convirtiéndose en nuestros pensamientos en una situación que se va a dar en la realidad, y concretamente a nosotros o a las personas que queremos.

Pero, ¿cuándo nos ha pasado algo así? Y nos referimos a exactamente así… Quizás estés pensando “ya, pero algo parecido sí”, pues entonces pregúntate ¿Qué ocurrió realmente y qué hiciste entonces? ¿Crees que tuviste algún recurso que te ayudase? ¿Qué pasó luego? ¿Y tiempo después? Ahora, ¿tiene tanta importancia para ti?

Pensamientos exigentes

Como a Amaya, a veces se nos pasa de rosca la necesidad de que “todo salga bien”. Sentimos que no es un deseo personal, sino una necesidad vital el hecho de que las cosas tengan que salir perfectas, como habíamos planeado, sin peros ni fallos.

En un contexto cultural en el que a veces parece criminalizarse el error o la equivocación aparenta no tener cabida sin un despido o renuncia, es difícil no hiperdesarrollar cierta sensibilidad hacia la búsqueda de la perfección y las demostraciones hacia los demás de que nuestros comportamientos son intachables. Para ello, sin que nos demos cuenta, sutilmente, vamos reforzando tendencias rígidas y exigentes de cómo hemos de vivir y compartirnos con los demás.

Cuando queremos acordar, podemos estar escuchando una especie de sargentillo interno que nos habla de lo que está bien o mal, de lo que tenemos que hacer y de lo que no nos podemos permitir si no queremos ser castigados. Deberías hacer/pensar/sentirte…”, “no puedo permitirme que pase…”, “tendrías que… son los mensajes que caracterizan este tipo de diálogo interno. Y para ello, además, debemos esforzarnos muchísimo en que así sea “porque si no…va a ser horrible/insoportable/me muero”, es decir, conectamos directamente con pensamientos catastróficos.

Cuando esto pasa, múltiples veces al día podemos escuchar íntimamente el discurso de ese mandatario, orden tras orden, exigencia tras exigencia, e intentamos llevarlo a la práctica habitual con la intención de que nos proporcione el éxito y la felicidad prometidos. Nos hemos creído la historia de que, si seguimos esas reglas, si mantenemos el control así, escaparemos del horrible final. Pero la realidad es que cada vez nos sentimos más ahogados y atrapados en ese diálogo, ya que para llevarlo a la acción, por una parte es muy difícil de mantener constantemente, y por otra, a medida que pasa el tiempo nos parece más difícil de romper con ella y los roles que hemos establecido con nosotros/as mismos/as.

Pensamientos victimistas

A veces las cosas no salen como queremos (Amaya puede tener algún contratiempo en su estratégico plan), o como Pablo, decidimos retirarnos antes de tiempo sin comprobar qué es lo que sucede al final en realidad. Es decir, a través de lo que nos pasa y de lo que nos contamos que nos pasa, así como a través de las decisiones que tomamos en base a esas narrativas internas, podemos llegar a sentirnos frustrados, descontrolados, encerrados o condenados; como le sucede a Adriano, que termina preguntándose por qué él no puede salir tranquilamente como las personas normales.

Cuando nuestros diálogos internos tienden a victimizarnos, suelen desencadenarse frases como esto es injusto y no debería pasarme, planteándonoslo como que “es algo horrible que me ha tocado vivir” y con lo que no puedo hacer nada por cambiar. Es un mensaje en el que parece que un ser superior nos ha traído esta maldición de la cual no nos podremos librar.

Hacemos de las dificultades y nuestros miedos una cosa que se escapa a nuestro control, favoreciendo que lo valoremos íntimamente desde una posición en la que la sensación de indefensión es la reina. Nos decimos que no somos como los demás, sino que somos seres más desdichados, unos extraños que aparentan ser normales en la normalidad, pero que nunca lo serán; “nadie entiende por lo que estoy pasando”, “la gente no lo pasa tan mal como yo”, nos relatamos, mientras se afianza la sensación de ser un caso perdido, incapaz de hacer nada por sentirme un poquito mejor. Realmente destructivo e incapacitante para la persona que los piensa ¿no?

Cuando exteriorizamos este tipo de diálogos, en ocasiones expresamos “qué le voy a hacer, si soy así, incluso a veces podemos llegar a creer que son las personas más cercanas a nosotros las que deberían facilitarnos las cosas o encargarse de nuestro bienestar. Así que, para manejarnos con este tipo de diálogos internos, lo interesante será preguntarnos hasta qué punto, si los otros nos solucionasen todas las papeletas, nos estaríamos ayudando a nosotros mismos o si en realidad nos estaríamos auto-condenando al exilio y a la falta de oportunidades a aprender habilidades nuevas. Peguntémonos ¿hasta dónde llega mi responsabilidad en todo esto? ¿en qué cuestiones yo puedo tomar decisiones y a partir de qué punto ya no tengo control en las situaciones cambiantes a las que me expongo?

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