No, tu cerebro no está hecho para ser feliz, está diseñado para sobrevivir y quizá está afirmación pueda ayudarte a entender muchas de las experiencias psicológicas que experimentas en tu vida: recordar más las experiencias negativas que las positivas, vivir anticipando posibles acontecimientos negativos o dar vueltas en bucle a los problemas que se nos presentan en la vida. Hoy hablamos del crítico interno y de cómo trabajarlo.

Estos mecanismos nos ayudan a defendernos de los posibles peligros a los que nos enfrentamos en nuestra experiencia vital. Funcionar de tal forma tiene su finalidad y dentro de unos parámetros resulta funcional y adaptativo. Ahora bien, éste tipo de funcionamiento puede verse amplificado y distorsionado y pasar de ser mecanismos adaptativos a ser patológicos, impidiendo así un funcionamiento adaptativo en las personas.

Eso es lo que puede ocurrir con esa voz interna que nos ayuda a autorregularnos, a valorar nuestros actos y a corregirnos en caso de que valoremos que nuestra actuación ha sido errónea. Una voz que puede resultarnos de gran ayuda si no se convierte en un crítico interno cruel que nos limita y merma nuestra autoestima de manera significativa.

El crítico interno

El crítico interno hace referencia a esa voz interior o narrador interno que se encarga de juzgar quienes somos o determinadas conductas que llevamos a cabo en base a las creencias que hayamos interiorizado a lo largo de nuestra experiencia vital. Hay quienes dicen que esta voz es la representación de nuestro ego o de nuestros instintos internos, pero la realidad es que caben muchas interpretaciones acerca de lo que es, resultando un concepto abstracto que la neuropsicología ha denominado discurso interno.

Cómo mencionábamos anteriormente, todos contamos con un crítico interno que actúa cómo voz de la conciencia o Pepito Grillo, evaluando nuestra conducta como los adultos hacían cuando éramos pequeños. De hecho, una de las tareas de esos padres o adultos responsables es crear esa conciencia o crítico que nos ayude a regularnos por nosotros mismos sin que les necesitemos: “No deberías comportarte así”, “cuando haces estas cosas nos decepcionas” “Tienes que portarte bien”

Los estilos de crianza son determinantes para el desarrollo de nuestra personalidad y por ende para el desarrollo de nuestro crítico interno. Cuando somos criados bajo modelos hiperxigentes, autoritarios o que refuerzan poco las conductas positivas tenemos más probabilidades de desarrollar un crítico interno duro y limitante. Hablamos de críticos internos que aparecen en los momentos de mayor dolor emocional, cuando más nos necesitamos a nosotros mismos y que propician autoestimas bajas y limitaciones constantes.

En la mayoría de ocasiones estamos tan acostumbrados a éste crítico interno que ni siquiera somos conscientes de él, sino que lo integramos cómo parte de nuestra vivencia común. El problema de los problemas es que a veces no somos conscientes ni de que existen y los normalizamos sin dedicarlos a penas un análisis.

En terapia, es importante que las personas se den cuenta de cómo se tratan así mismas en forma de autosabotajes. La mayoría de mis pacientes con problemas de ansiedad tienen un crítico interno cruel y desmedido. Después de escuchar sus discursos sobre ellos mismos, suelo invitarles a que se imaginen dedicándole a personas que cuidan (sus hijos, por ejemplo) las mismas palabras que han salido hacia ellos mismos. Sin excepción, todos concluyen que nunca hablarían así a sus hijos, ya que entienden que están bajo su cuidado y que palabras así podrían influirlos mucho.

Supongo que esto nos cuenta lo sencillo que resulta perder el sentido del autocuidado y lo fácil que descuidamos éste término, siendo imprescindible para una vivencia sana.

¿Cuáles son los tipos más comunes?

El crítico interno es un modo defensivo que tenemos las personas de afrontar determinados sentimientos de malestar y que aparece en la mayoría de seres humanos de manera similar:

Crítico social

Si me preparo para las cosas malas, dolerán menos“. Tenemos la idea errónea que sufrir anticipadamente disminuye el dolor de los acontecimientos futuros. Por extraño que parezca éstas creencias, afianzan ideas como “si me digo a mi mismo las cosas malas, estoy más preparado para afrontar lo que puedan decirme“. Este modo de funcionar nos otorga una falsa sensación de control ante el posible daño o rechazo de los demás. Este crítico interno propicia evitación en las relaciones sociales, ya que después de haberse repetido lo ineptos que son, es sencillo realizar una conducta evitativa. Las personas acaban pensando que se han salvado del escrutinio por parte de los otros, gracias a no haber tenido un contacto con éstos. Realmente la evitación consigue su función, no exponerse ante la incertidumbre de que puedan criticarnos o rechazarnos, pero como consecuencia perdemos nuestras relaciones sociales, nuestra capacidad de afrontar la adversidad y por consecuencia nuestra salud mental.

Crítico perfeccionista

Ese crítico que habla de los “debería” y de los “tengo que”. En muchas ocasiones las personas se fijan estándares prácticamente imposibles de alcanzar que propician diálogos constantes a cerca de la insatisfacción por no conseguir determinadas metas. “No soy capaz“. “Soy un inútil“. “Nunca podré conseguirlo“. El perfeccionismo puede tener un gran poder, que es luchar por nuestras metas, pero el exceso de éste tiene el riesgo de hacernos caer en la insatisfacción continua, el estrés prolongado y la autoestima mermada. El crítico perfeccionista también se lleva mal con los acontecimientos de nuestro pasado de los que no nos sentimos orgullosos (muy común en los trastornos depresivos): “No puedo perdonarme haber hecho eso”. “¿Cómo pude ser así?” “No me merezco lo que tengo”. La idea perfeccionista no es aislada al empleo, que es el perfeccionismo más comúnmente mencionado, sino que la ideas de no haber atravesado una vivencia de la que poder sentirse orgulloso plenamente causa una incapacidad de poder vivir tranquilo.

Crítico emocional

Uno de los críticos más comunes en las personas que padecen trastornos de ansiedad: “No debería tener miedo”. “Tener miedo es de cobardes”. “Soy débil por sentirme así”. Aparece esa voz interna para penalizarnos por el hecho de sentir determinadas emociones, siendo el miedo y la tristeza las más comunes. Este crítico limita la verdadera función de nuestras emociones, que es preparar al organismo para que lleve a cabo eficazmente una conducta exigida por el ambiente, movilizando la energía necesaria para ello, dirigiendo la conducta hacia un objetivo determinado. La sociedad nos ha invitado durante décadas a rechazar determinadas emociones, que son igual de necesarias y adaptativas que las demás. Desde nuestra tierna infancia se nos invita a no llorar, a no ponernos tristes y a no tener miedo. Indudablemente la influencia social se torna fundamental para la creación de este crítico interno que a todos en mayor o menor medida tenemos dentro.

¿Cómo trabajar con el crítico interno?

Identifícalo: Ser consciente de lo que me ocurre es el primer paso y uno de los más importantes en el tratamiento de cualquier problema. En primer lugar, debemos aprender a identificar a esos críticos internos, una tarea qué aunque pueda parecer sencilla, resulta muy compleja debido al automatismo de éstos diálogos.

Pon en duda a tus críticos: Hay creencias tan interiorizadas por nosotros que ni siquiera ponemos en duda la veracidad de éstas. Si piensas que no vales para nada, ¿tienes pruebas para eso? Si piensas que para ser válida tienes que hacerlo todo bien, ¿en qué te basas? Nuestros críticos internos nacen en numerosas ocasiones de nuestras ideas absolutistas del mundo.

Cambia tu vocabulario: Cómo nadie nos escucha ¿Qué más da lo que nos digamos? Que los otros no escuchen nuestros diálogos, da lugar a una falta de cuidado en nuestra manera de dirigirnos a nosotros mismos. Nuestro diálogo, no son solo palabras, es la forma que tenemos de codificar el mundo. A veces lo más importante no son las cosas que nos pasan, sino cómo nos contamos las cosas que nos pasan.

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