Mientras en occidente se emplea el método socrático para buscar la verdad última de las cosas haciendo una pregunta tras otra, el budismo zen nos invita a no intelectualizar y a relacionarnos con el mundo de una manera más experiencial y directa.

Atrapados en medio de estos dos enfoques, nos encontramos a menudo gestionando un torrente de pensamientos que a veces resulta agotador. Esto es especialmente cierto cuando ya hemos experimentado algún evento negativo (nos culpabilizamos, nos lamentamos, nos sentimos indefensos) o cuando tememos que algún resultado negativo pueda ocurrir en el futuro (nos preocupamos, intentamos calcular todas las probabilidades, tratamos de reducir la incertidumbre al máximo). 

Esto que hacemos se llama rumiación y puede llegar a ser bastante molesto. Me pregunto, sin embargo, si la rumiación es siempre mala o si a veces sirve para algo. También si nos pasa a todos en la misma medida con independencia de nuestra herencia genética o las experiencias de vida que hayamos tenido. A continuación, intento arrojar algo de luz sobre estas cuestiones. 

¿Qué tiene de malo la rumiación?

La mayor parte de las veces parece que sentimos la rumiación como algo incómodo y poco útil. Es posible que esto sea así porque la rumiación a menudo produce los siguientes efectos:

Amplifica y mantiene las emociones negativas tales como la tristeza, el enfado, la depresión o la ansiedad. A su vez, la emocionalidad negativa puede conducir a estrategias de regulación disfuncionales (ej. autolesiones, abuso de sustancias, etc.).

Dificulta la solución de problemas. Cuando rumiamos a menudo iniciamos un proceso infinito de cálculo de consecuencias, muchas de las cuales son abstractas y absolutamente improbables. Además, tendemos a catastrofizar, sobreestimando los riesgos y subestimando nuestros recursos para hacerles frente. Todo esto hace que nos sintamos abrumados e incapaces de identificar e implementar soluciones realistas y eficaces.

Promueve la inacción. La rumiación incrementa el miedo a la incertidumbre y reduce la confianza en nuestras capacidades, lo que a menudo hace que evitemos un mayor número de situaciones que podrían ser agradables y proporcionarnos refuerzo positivo (ej. una comida con amigos).

Reduce la sensibilidad a las claves del entorno. La rumiación se proyecta hacia adentro, pone el foco en nuestros pensamientos y nos aísla del mundo real. Esto hace que perdamos capacidad de responder al entorno de manera eficaz (ej. seguir una conversación).

¿Qué tiene de bueno la rumiación?

Sin perjuicio de las consideraciones anteriores, en algunos casos y bajo determinadas condiciones la rumiación puede servir a un fin útil. Quizá por ello se ha mantenido en nuestro repertorio de recursos a lo largo de la evolución. Cuando la rumiación funciona de manera constructiva puede cumplir, entre otros, los siguientes fines:

• Procesamiento cognitivo de eventos traumáticos. La rumiación puede servir como una forma de exposición cognitiva a acontecimientos traumáticos que facilite su procesamiento.

Planificación futura. El cálculo de consecuencias, cuando se mantiene dentro de unos límites razonables, puede ser una herramienta útil de planificación futura.

Parece claro, no obstante, que la rumiación despliega sus efectos negativos cuando el pensamiento se vuelve demasiado abstracto, circular, obsesivo y desconectado de la realidad.

¿Por qué algunas personas rumian más que otras?

Analizados los pros y los contras de rumiar, me pregunto por qué algunos rumiamos más que otros. Los estudios científicos apuntan a estas posibles razones:

Factores hereditarios. Podrían ser responsables de entre un 20% y un 40% de nuestra tendencia a rumiar.

Factores ambientales. La tendencia a la rumiación también podría explicarse en parte por factores ambientales como haber sido víctima de abusos en la infancia, haber vivido situaciones difíciles o estresantes (ej. entorno familiar disfuncional), haber sido educado con un estilo parental autoritario o emocionalmente distante, o estar sometido a determinadas expectativas socio culturales (ej. el estilo relacional más pasivo y enfocado en emociones que es socialmente esperado en el género femenino en muchas culturas).

En todo caso, una vez que adoptamos un estilo rumiativo, parece que la rumiación podría mantenerse y resistirse al cambio por varios mecanismos de acción que identificamos a continuación:

Hábito. Tras iniciar el ciclo de rumiación ante determinados problemas o estados de ánimo, podemos convertir la rumiación en un hábito resistente al cambio.

Rigidez cognitiva. Algunas personas tienen una mayor rigidez cognitiva que les impulsa a mantener determinadas conductas como la rumiación pese a demostrarse ineficaces.

Estilo de procesamiento abstracto. La preferencia por el pensamiento y procesamiento abstracto de la información hace más probable que nos entreguemos a la rumiación.

Sesgos atencionales. Cuando tendemos a prestar más atención a los estímulos negativos.

Sesgos interpretativos. Cuando, en presencia de información ambigua, tendemos a interpretar de forma negativa.

Sesgos de memoria. Cuando tendemos a rescatar con mayor probabilidad y frecuencia sucesos de contenido emocional negativo.

¿Por qué algunas culturas rumian más que otras?

La investigación parece señalar que la rumiación es más frecuente en oriente que en occidente. Sin embargo, parece que en la cultura oriental la rumiación no se asocia tan frecuentemente a síntomas depresivos (de hecho, en estudios realizados en Japón, parece asociarse con la solución efectiva de problemas). 

La explicación de este fenómeno podría encontrarse también en profundas diferencias culturales en el modo de ver el mundo según algunos estudios consultados.

• En las culturas orientales existe una percepción general de que las distintas situaciones y experiencias son susceptibles de cambiar. Por tanto, tras un resultado negativo, la rumiación podría cumplir la finalidad de reflexionar sobre las posibles acciones que la persona puede tomar para mejorar los resultados en el futuro (rumiación de mejora).

• Sin embargo, la cultura occidental parece tener una visión más estática de la realidad. En occidente se parte de una creencia general de que cambiar los acontecimientos es, por lo menos, difícil. En este contexto, la rumiación podría cumplir una función de cuestionamiento o duda sobre nuestras propias capacidades, adquiriendo un matiz más culpabilizador y menos útil para mejorar el desempeño futuro (rumiación de cuestionamiento)

Referencias 

Choi, J. H., & Miyamoto, Y. (2023). Cultural differences in rumination and psychological correlates: The role of attribution. Personality and Social Psychology Bulletin, 49(8), 1213-1230.

Watkins, E. R., & Roberts, H. (2020). Reflecting on rumination: Consequences, causes, mechanisms and treatment of rumination. Behaviour research and therapy, 127, 103573.

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