Existe una hormona, esencial para nuestra supervivencia, cuyas funciones se manifiestan temprano en la vida. Tan temprano, como lo es el mismo instante del nacimiento de todo ser humano. La oxitocina juega un papel importante en el desarrollo de la capacidad para formar vínculos sociales, la generosidad, la confianza y su mantenimiento de dichos vínculos. Para cada conducta, dinamismo o afecto, parece existir una hormona que lo desencadena y otra que lo modula. Hoy te hablamos sobre la oxitocina y su relación con la confianza y el miedo.
Neuropsicología de la confianza: el miedo como inhibidor
Para entender la relación entre el entorno moral de una sociedad y la confianza generalizada es preciso atender a las raíces psicológicas de esta última. Se deriva de dos factores: la predictibilidad y la controlabilidad. Cuando, cada vez que arriesgamos algo en una interacción, podemos predecir la conducta del otro, podemos también decidir hasta qué punto nos fiaremos de su buena fe; y cuando podemos controlarlo en mayor o menor medida, podemos, hasta cierto punto, asegurar dicha buena fe. La controlabilidad (que presupone la predictibilidad) reduce el riesgo con tal eficacia que desplaza a la confianza misma: no necesito confiar en ti si puedo forzarte a obedecer. Por tanto, la confianza surge (o no) en los contextos en que el riesgo es suficientemente alto como para no pasar desapercibido y la predictibilidad y la controlabilidad van de bajas a intermedias. Este riesgo debe entenderse como la amenaza de pérdida de algo que se considera más o menos valioso (desde la vida hasta la propiedad pasando por la propia identidad y estima).
La investigación neurocientífica sugiere que la percepción del riesgo está mediada y determinada por la capacidad de sentir miedo: las personas que sufren trastornos de la amígdala (estructura cerebral que subyace a las respuestas emocionales negativas) tienden a abordar a los demás sin reparo, timidez ni precaución y a fiarse excesivamente de los desconocidos. Por más que sepan y puedan explicar lo que es el miedo, no pueden sentirlo, demostrarlo, fingirlo ni identificarlo en las expresiones faciales y por ende no son capaces de diferenciar a las personas fiables de las peligrosas a partir de la expresión de su cara. Pese a su inteligencia, son hiperconfiados e ingenuos. El miedo es, pues, la emoción que regula nuestra predisposición a fiarnos de otro en cualquier interacción —y por ende a aproximarnos o distanciarnos, a la transparencia o la duplicidad, etc—. A mayor miedo, menor probabilidad de aproximarse literal o metafóricamente —y, a fortiori, de confiar.
Oxitocina, confianza y miedo
En el año 2005, un experimento realizado por un equipo de la Universidad de Zurich y publicado por la revista Nature, produjo un cataclismo en el ámbito de la ética. Cincuenta y seis personas aceptaron jugar con dinero. Se les daba una cantidad y ellos debían decidir si aceptaban (o no) entregarlo para que lo administrase un banquero con el que tenían una conversación. Antes de la conversación, la mitad de ellos respiraron un spray que contenía oxitocina, la hormona producida por el hipotálamo entre cuyas propiedades está la de tener un importante papel en las relaciones interpersonales. Pues bien, el resultado de la experiencia fue que, los participantes que habían inhalado oxitocina mostraron un nivel más alto de confianza en una proporción dos veces mayor que el grupo control.
La ausencia de miedo no necesariamente conduce a la confianza y menos a la colaboración, que se asocian con otro sistema motivacional, el de “separación” y con la estructura, descubierta hace casi dos décadas, de “neuronas espejo”. Pues la capacidad humana para colaborar presupone dos condiciones. Una, la motivación altruista de realizar una acción relativamente costosa o riesgosa cuyos beneficios no serán exclusivamente o mayoritariamente míos a corto plazo —es decir, de dar al bienestar de otro al menos el mismo valor que al mío—. Dos, la posibilidad de anticipar la conducta del otro con quien he de colaborar a través de entender sus intenciones —lo que me permite acoplar mi propia conducta a la suya sin tener que vigilarlo a cada momento—.
Existe una amplia literatura que vincula la oxitocina con la conducta bondadosa, solidaria, colaborativa y de confianza. La oxitocina subyace al establecimiento de relaciones amorosas, amistosas y maternales, a la resolución colaborativa de problemas y a la confianza. Mas la relación entre la oxitocina y el miedo es compleja y de doble vía. Por una parte, el miedo en dosis moderadas puede ser inhibido por la oxitocina, que interviene en el circuito reduciendo la actividad de la amígdala. Por otra, la oxitocina puede propiciar la envidia y la sensación de superioridad. Una conclusión prudente es que su efecto depende en parte del estado emocional de fondo sobre el que es secretada determinado a su vez por el significado que el actor otorgue al contexto, a las intenciones del otro y a su propia conducta.
El miedo y confianza se inhiben entre sí despliegan una configuración aproximadamente dicotómica. Un elevado “miedo de fondo” inhibe la secreción de oxitocina haciendo imposible el surgimiento de una emoción positiva hacia el otro; pero, por otro lado, una mayor disposición a la emoción positiva hacia el otro hace menos probable experimentar las interacciones como potencialmente riesgosas, favoreciendo la conducta cooperativa por encima de la suspicaz o la competitiva.
Bibliografía:
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Matilla Fernández, S. (2020). Oxitocina como neurohormona implicada en la regulación del comportamiento social.
Molina, Á. L. G., Velásquez, A. A. R., & Molina, J. F. G. (2012). La hormona oxitocina: neurofilosofía de la vida social y emocional del ser humano. Uni-pluriversidad, 12(3), 101-106.
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