Hace unos meses una paciente me trajo un dilema a nuestra consulta semanal: “¿Qué se hace cuando entiendes algo a la perfección y aun así sigues sintiendo la emoción?” Es decir: “Si entiendo desde la lógica que no hay nada peligroso ¿por qué sigo sintiendo miedo?” O “Si ya sé que no estoy haciendo nada malo, ¿por qué sigo sintiendo culpa?” 

Pongamos un ejemplo. J ha decidido hacer un viaje al extranjero. Padece agorafobia. J está dispuesta a desafiar sus propios límites auto impuestos. Esperaríamos que recibiera un refuerzo de su exterior, sin embargo, su familia, cargada de miedos también, parece no hacerles demasiada gracia la noticia. “¿Pero para que vas? Si no te defiendes bien ni en tu propio país, no se para que vas a hacer el tonto. Y además nos lo vas a hacer pasar mal, vamos a estar preocupados“. 

A J la invade una inmensa culpa, la misma que lleva acompañándola desde que tiene conciencia de sí misma. La diferencia entre esa J adolescente y la J de ahora, es que antes se mimetizaba con sus padres y acaba entendiendo, comprendiendo y validando su mensaje. Sin embargo, J con sus años de experiencia vital, su trabajo personal y su trabajo terapéutico ha entendido a la perfección que sus padres no lo hacen bien, que ellos tienen sus propios problemas, que proyectan en ella sus miedos y que tiene todo el derecho del mundo a exprimir su vida como quiera. 

Se sentó delante mía, no intervine demasiado, empezó a hablarme de ellos, de sus padres. De por qué pensaba que actuaban así, de cómo la habían educado y de cómo ella cargaba con una culpa que, en sus propias palabras, no la pertenecían. Siendo honestos, no encontré un pero a su razonamiento. Había poco más que añadir. J entendía la dinámica familiar a la perfección, J validaba su derecho a vivirse como le diera la gana, J parecía preparada para dar una charla y convencer a cualquier hijo de que viviera más allá de las expectativas de sus padres.

¿Y entonces qué?” Me dijo. “Lo sé, me entiendo, pero no puedo evitar sentirme así, me inunda la culpa“.

Efectivamente. J lo había entendido a la perfección, no se trataba de que se repitiese a si misma las cosas como un papagayo para ver si así terminaba de calar en el cerebro. En muchas ocasiones las personas tenemos sentimientos o incluso pensamientos que somos capaces de entender que no tienen demasiado fundamento, sensaciones que a priori deberían deshacerse tras las lógicas, pero no es así, aun así, sentimos. Entonces, nos encontramos ante el desafío de entender que hay sentimientos que simplemente ahora no podemos arrancarnos y que de momento tendrán que ir en nuestra mochila. 

J lleva funcionando en dinámicas de culpa durante toda su vida, quiero decir, no solo la ha sentido, sino que también ha procedido a vivir en torno a ella, por ejemplo, dejando de viajar para que sus padres no se molesten y por ende para no sentir esos desagradables sentimientos que la provocan, como es normal, saber que sus padres sufren. 

A veces nuestro problema no es tener sentimientos desagradables, el problema viene cuando esos sentimientos nos empujan a no hacer cosas que precisamente atenúen esa manera de sentir. O quizá lo reformulo: el problema está en darle a esos sentimientos el poder para dejar de hacer las cosas que nos importan. Y si, sería más fácil coger aviones, trenes, caminos, sean cuál sean estos, sin esa mochila llena, para que mentirnos, pero a veces inevitablemente va a formar parte del viaje ese peso en nuestros hombros, pues también somos hijos de nuestro pasado, de esas huellas que hicieron fósil en nuestra manera de proceder.

Quizá no se trate de pasarse la vida intentando eliminar sentimientos, al menos no de un plumazo, sino entender que a veces estos van a acompañarnos. ¿Sabes que hay estudios que demuestran que cuando sentimos un dolor físico que asociamos con la curación sufrimos menos que cuando los asociamos con empeoramiento? Soportamos mejor el dolor del agua oxigenada porque lo asociamos con la recuperación, sin embargo, ese mismo escozor asociado a un empeoramiento parece hacer mayor estrago en nuestra percepción subjetiva del dolor. Algo así debe ser con nuestras emociones, saber que están y que llevarlas con nosotros significa acercarnos a la mejoría, no tiene nada que ver que pensar que esto que siento no debería estar pasándome.

Habrá que subir en el avión J. Con la culpa, de momento“. Le dije. Asintió y voló. Lejos de aquí. No sé si ella lo sabe, o si ya puede sentirlo, pero ese día las cadenas se desataron un poco, ese día la culpa empezó a perder sentido.

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