El ser humano, como ser sociable por naturaleza que es, necesita del contacto con los otros, establecer vínculos saludables en su entorno y sentirse parte de algún tipo de comunidad. Necesitamos sentirnos legítimos, en gran medida, a través de las relaciones que establecemos con las otras personas. El problema es que a veces nos vemos inmersos/as en relaciones en las que sentimos más desdicha e inconvenientes que bienestar y enriquecimiento. ¿Cómo llegamos a formar parte de relaciones que no nos convienen? ¿Tiene que ver el miedo en ésto? ¿Qué podemos hacer para sentir que crecemos en compañía en vez de menguar? Son preguntas que nos interesan a la gran mayoría, porque vivir es relacionarnos, pero a veces esta práctica nos genera gran malestar.

Relaciones que no nos convienen y ansiedad

Puede que la mayor parte del tiempo que pasamos relacionándonos con los otros no estemos pendientes de cuan legítimos nos sentimos con cada vínculo que establecemos. A veces, en vez de poner el foco en esto, lo que terminamos valorando es si somos aceptados o cómo poder llegar a conseguirlo, más pendientes de la mirada del otro, de no molestar” con nuestras preocupaciones… Esta forma de comprender el querer se observa a menudo en nuestra sociedad, pero más concretamente en personas que conviven con episodios de ansiedad.

A veces vivimos nuestra ansiedad como algo extraño que nos separa del resto de personas, de hecho, quizás hayamos pensado alguna vez “¿cómo me va a querer si yo no soy normal, si tengo agorafobia?”; o en nuestro afán sobreprotector, no queremos que nuestras relaciones conozcan nuestras circunstancias actuales “para no preocuparlos”. Así, la ansiedad no sólo se convierte en una experiencia íntimamente desagradable, sino también, y a pesar de pueda formar parte de nuestro día a día, en algo que debemos ocultar por todos los medios al mundo exterior (a los que nos importan y, a veces, a los que no también).

Son creencias que influyen en nuestra forma de relacionarnos con las personas que más queremos y que, por consiguiente, afectará a la calidad y la manera en la que se establecen nuestras relaciones a lo largo del tiempo.

Si bien es cierto que las personas de nuestro alrededor no tienen porqué entender por lo que estamos pasando, ante todo, lo que no podemos perder de vista es que, estas creencias primero influirán en la relación que mantenemos íntimamente con nosotros/as mismos/as y nuestra ansiedad, y serán las que luego trasciendan en la relación que mantenemos con los demás. Porque nosotros somos los primeros que no nos legitimamos, que no terminamos de entender lo que nos sucede o simplemente estamos peleados con ello, y esto es lo que después hará que nos sintamos perdidos en el hacer con los otros.

¿Relacionarnos es someternos?

Para empezar, tengamos en cuenta una condición por la que atravesamos todas las personas: cuando éramos bebés nuestro mundo emocional estaba moldeado por la mirada de nuestras personas significativas, es decir, que las únicas referencias que teníamos sobre nuestra propia personita venían de la mano del estado de ánimo de los que teníamos delante. Las escasas herramientas con las que por aquel entonces contábamos, no nos permitían ser conscientes de que el humor cambiante de los que teníamos delante, el fastidio o el amor que experimentaban hacia nosotros, eran más el producto de sus necesidades y estados internos que de nuestra propia conducta y valía.

Si mamá está contenta es porque lo estoy haciendo bien”, o “si mi hermano mayor está enfadado es porque he debido hacer algo malo” … Con esta percepción es con la que solemos crecer, y la que a lo largo de nuestra vida determina nuestra reacción emocional ante los otros. Si este aprendizaje tan temprano no se observa, trabaja y elabora, de adultos avanzaremos en nuestra vida y relaciones con una sensación interna de angustia y conflicto: angustia porque nos parece que nunca llegamos a contentar completamente al otro, y eso afecta a nuestra forma de identificarnos a nosotros mismos en la relación; y conflicto porque constantemente nos sentiremos sometidos emocionalmente al otro.

Esta sensación de sometimiento emocional al otro se puede manifestar a través del deseo imperante por cumplir las expectativas que creemos que el otro tiene puestas en nosotros/as. Un deseo que, en el fondo, proviene del miedo a su respuesta emocional, a que no nos valide, a que frustre nuestros deseos de intimidad, o de maneras más extremas, a que nos castigue con la pérdida de amor, con la descalificación brutal, con su furia, con el abandono. Y para evitar el tremendo dolor que imaginamos que esto nos generaría, lo que hacemos es no dejarnos Ser en paz.

¿Qué significa querer?

¿Es el amor un arte? En tal caso requiere conocimiento y esfuerzo. ¿O es el amor una sensación placentera, cuya experiencia es una cuestión de azar, algo con lo que uno “tropieza” si tiene suerte?” Es la primera cuestión que nos plantea Erich Fromm en su libro El arte de amar. Y es que a pesar de que todos los seres humanos estamos ávidos de amor, nos dice, solemos optar por una peculiar actitud que consiste en preocuparnos por ser amados en vez de observar y desarrollar nuestra propia capacidad de amar.

En la habilidad de relacionarnos con los otros nos ocupamos mucho en intentar adivinar cómo ser dignos de amor, intentando amoldarnos a unas características que cada uno/a considera ideales, como ser exitosos, atractivos, útiles, inofensivos… huyendo de otras tantas que consideramos indeseables como el ser cobardes, desagradables, impopulares, etc. Solemos movernos mucho entre las esperanzas y expectativas sobre nuestra propia persona y sobre la dignidad de ser amados por los demás (si las cumplimos), y lo que percibimos de nuestra propia naturaleza y hábitos marcados a lo largo del tiempo que parecen perseguirnos para fracasar en nuestro plan.

Valorar el querer o el amor desde “el tenérselo que ganar” es una trampa a la que nos sometemos, porque cuando descubramos aspectos de nosotros mismos que consideremos que no cumplen las expectativas, desearemos echarnos a los cocodrilos, sintiéndonos indignos de ser queridos; algo que, sin duda, también practicamos en sentido contrario: si el otro no cumple con mis expectativas de lo que “tendría que ser” o “comportarse como debería para hacerme feliz…” ¿Eso es una clara muestra de que no me quiere?

Quizás sea más interesante comprender el amor y el cariño como una entrega y no como un reclamo, una forma distinta más sana y duradera. Como el camino conveniente para poder conocer al otro en su esencia (sea la que sea, nos agraden unos aspectos y otros no, hasta incluso si eso supusiese una despedida mutua), llegando a potencializar las cualidades que se conocen o están por conocer. De esta forma nos damos opción a reconocernos a nosotros mismos y a aceptarnos en toda nuestra complejidad, así como a reconocer al otro y a aceptarle en toda su complejidad.

Esta manera de amar y relacionarnos es una forma de entender que estamos juntos pero no revueltos: que no tenemos que ser iguales para querernos, que no tenemos porqué comprendernos en todo, o hacer las mismas cosas, o sentirnos de la misma manera frente a determinada situación, y aun así estamos en el mismo barco y deseamos seguir estándolo, porque, en esencia, nos sentimos respetados y acompañados en el camino. Esto nos facilita aceptarnos y reconocernos seres únicos, nos permite sentirnos legítimos de ser amados y de sentir a los otros como seres a quienes es legítimo amar, al menos a aquellos con los que nos entendamos en esta forma de relacionarnos.

Claves para crecer en compañía

• Lo primero es una tarea que sólo te abarca a ti: practica el respeto contigo mismo/a. Observa y respeta tus emociones y sentimientos, tus conocimientos y tu falta de ellos, tus prácticas habituales, tus fortalezas y fallas. No es un ejercicio de resignación sino de aceptación de tu propia persona, la base firme para establecer relaciones saludables.

Reconoce que el otro es diferente a ti (incluso en los aspectos que desearías que coincidiese contigo), no tenéis porqué concordar para casar, ni tiene por qué ser un problema el no pensar o hacer las cosas de igual manera, simplemente es diferente. Respétalo y respétate dando valor a la diversidad.

• Para trabajar tu apertura comunicativa proponte explicitar lo que te hace sentirte unido/a a esa persona, creer que esto no es necesario es subestimar el efecto que tiene este tipo de recordatorios en las relaciones a lo largo del tiempo. Y para lo que sientas que no te agrada tanto, proponte discutir tus diferencias sin acaloramientos exagerados. Trabajar previamente contigo mismo/a te ayudará: piensa qué quieres compartir abiertamente, cómo deseas abordarlo con la otra persona y para qué deseas hacerlo. Con el tiempo y la práctica, aprenderás qué recursos te traen mayor bienestar y entendimiento con el otro, ampliando habilidades y herramientas que permitan la resolución de problemas aun cuando emergen diferencias.

• Intentar comprender el punto de vista del otro, escuchándole activamente, nos ayudará a conocerle mejor. Practicando la escucha y respetando lo que nos tiene que decir, en muchas más ocasiones entenderemos porqué piensa lo que piensa o porqué hace lo que hace.

• No des por hecho que si la relación se ha establecido eso será un pase vip hacia lo permanente. Cultiva la relación con creatividad, realizando propuestas que desees vivir con esa persona, ya sea porque te guste a ti, porque sabes que lo disfrutará y te haga ilusión compartirlo con él o ella, o porque sepas que os ilusionará a ambas partes. La búsqueda de momentos en los que se sienta gozo, apoyo, bondad, pasión… reforzará las ganas de seguir compartiendo instantes en compañía y, por ende, la relación a la larga en el tiempo.

• Se consciente que sólo tú puedes elegir cultivar relaciones funcionales o permanecer en las que sientes que no te convienen: quedémonos con quien sepamos que nos conoce, nos comprende, nos acepta con nuestras virtudes y fallas, con quien desee compartir, sumar. No te resignes, puedes alejarte de relaciones en las que sientas habitualmente infelicidad porque no percibas empatía por parte del otro, haya más censura o crítica que aceptación, no escuche en la práctica, ni observes su respeto por vuestras diferencias. Nadie tiene que cambiar por nadie y menguar en su identidad, sino que se trata de conocernos, llegar a acuerdos y crecer, en definitiva, cultivar juntos nuestro bienestar psicológico.

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