¿Cuántas veces habéis dicho que si a una petición de un amigo o familiar cercano cuando en realidad queríais decir que no? ¿Cómo os habéis sentido después de que este hecho ocurriese? No muy bien, ¿verdad? Es frecuente encontrarnos en situaciones como esta, en la cual no sabemos cómo responder, y en las que nos sentimos mal si aceptamos la propuesta y si la rechazamos también. Saber decir que no y poder establecer ciertos límites con los demás no es tarea fácil, pero es muy necesario para sentirnos bien con nosotros mismos y con lo que nos rodean.
Ya sabemos que una persona es asertiva cuando es capaz de ejercer y defender sus derechos personales, como por ejemplo, decir “no” (derecho asertivo), expresar desacuerdos, dar una opinión contraria y/o expresar sentimientos negativos sin dejarse manipular, como hace el sumiso, y sin manipular ni violar los derechos de los demás, como hace el agresivo.
¿Para qué nos sirve establecer límites?
Poner límites significa estar en contacto con lo valioso de nosotros mismos, con nuestros deseos, con lo que nos gusta y con lo que no nos gusta, con lo que queremos y no queremos, con lo que nos beneficia y con lo que nos perjudica. Cuando tenemos claro esto, la línea que delimita lo que soy yo y lo que no soy estará mucho más definida. ¿Para qué nos sirven los límites?
- Establecer unos límites nos ayuda a manifestar nuestra propia postura ante un tema, una petición y demanda aunque sea contraria a la opinión de los demás.
- Con ello podemos expresar nuestros razonamientos para explicar/justificar nuestra postura, sentimientos o peticiones.
- Podemos contraponernos (decir no) a algo que otros quieren que hagamos y nosotros no.
- Nos facilita la expresión de comprensión hacia las posturas, sentimientos y demandas de los demás.
¿Por qué nos cuesta tanto poner límites?
Detrás de la dificultad de poner límites o negarnos a llevar a cabo las peticiones de los demás se esconden algunas ideas irracionales que impiden este hecho:
- Sentirnos culpables si no hacemos lo que nos piden: “si no lo hago es que soy mal amigo” “soy un egoísta si no le ayudo” “si total, no me cuesta nada…” Esto ocurre cuando priorizamos las demandas y necesidades de los demás sobre las nuestras, y cuando rechazamos la propuesta aparece el sentimiento de culpabilidad. Esto es irracional, no somos más o menos egoístas si nos “ponemos” por encima de los demás, no somos peores o mejores amigos, o peor o mejor pareja si decimos que no, ya que, estamos en nuestro derecho de poder declinar la petición si no queremos llevarla a cabo. Simplemente nos estamos escuchando, estamos siendo coherentes con lo que sentimos y queremos hacer de verdad, sin contraponernos a nosotros mismos.
- Hiperresponabilidad/sobreimplicación: esto significa que tenemos la tendencia (porque así lo hemos aprendido) de hacernos responsables de tareas que nada tienen que ver con nosotros (ejemplo: madrugar y llevar a nuestro colega al aeropuerto). Una cosa es hacer favores y otra muy diferente es cargar con la responsabilidad de algo que no nos corresponde. Al hacer favores (que esta fenomenal) estamos ayudando a los demás, esto implica un gesto altruista, libre de culpas, ideas irracionales y de sentir que el otro está en deuda, pues nace de nosotros llevar a cabo tal gestos. Pero ¡cuidado! con que los gestos altruistas se den de forma continuada, igual ya hemos traspasado la línea de los favores y nos hemos metido de lleno en la sobreimplicación. De nuevo, para lidiar con esto hay que preguntarse ¿Qué me apetece hacer realmente ante la situación? Escucharnos, ser comprensivos, flexibles con nosotros mismos y llevar a cabo nuestros verdaderos deseos.
- Miedo al rechazo: “Y si piensa que le caigo mal”, “y si cree que no me interesa”, “y si cree que no lo hago porque no la quiero”, “y si se enfada conmigo” ¿Os suenan esta serie de pensamientos que anticipan un resultado (que aún no sabemos a ciencia cierta)? Si cuando tomamos la decisión, solo hemos tenido en cuenta cómo nos ven los demás, querer agradarlos, que opinen bien de nosotros, no crear conflicto, etc… Estamos cometiendo el error de regir nuestra conducta por y para los demás, en lugar de guiarnos por nuestros propios motivos y valores. Estamos decidiendo en base a lo que “pudieran llegar a pensar” si decimos que no. No podemos evitar constantemente el conflicto o caerle bien a todo el mundo (es un reto imposible), hemos de aceptar que puede que no le guste nuestra decisión a la otra persona. Pero no es responsabilidad nuestra, si a la otra persona no le gusta nuestra decisión pues tendrá que aprender a gestionar por su cuenta que también pueden decirle que no. Al igual que nosotros deberemos gestionar tanto emocional como cognitivamente que si la otra persona se llegase a enfadar (porque, recordemos que es un supuesto que estamos infiriendo) no nos hace peores personas, ni nos quieren menos, ni somos egoístas….
Podemos decir No y poner límites, siendo empáticos, respetuosos con los demás, haciéndoselo llegar a la otra persona de una forma asertiva. Pero lo más importante es saber escucharnos y respetarnos a nosotros mismos, teniendo la autoconfianza suficiente para decir que No a pesar de que podamos disgustar a otros.
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